Vilma trujillo

Posted On 08/03/2017 By In Opinión, portada With 6200 Views

El silencio ante tu feminicidio

Querida Vilma Trujillo,

La semana pasada supe que habías muerto, pero no pude procesar el hecho. No encontraba el coraje suficiente para dar una palabra al respecto. Perdóname por ello. Ahora, he podido leer un poco más sobre tu caso[1], y un escrito pastoral nos invita a la reflexión sobre el tipo de cristianismo de indolencia que se practica en varias de nuestras congregaciones de América Latina. Me sorprende que quien escriba sea una teóloga metodista y no alguien de la comunidad pentecostal. Me sorprende que aún en ese escrito pastoral de solidaridad contigo, no se mencione que lo tuyo fue un Feminicidio y que ¡queremos justicia! Porque aun en tu muerte, tu cuerpo reposa en un lugar distinto; te han negado el derecho a descansar en paz; te llevaron al exilio.

Me sorprende el silencio en nuestras comunidades sobre tu caso. Han de pensar que, por haber pasado en Nicaragua, no es nuestra responsabilidad mostrar solidaridad. Pero hoy, toca hacer un llamado directo a las tradiciones pentecostales, herederas de los avivamientos y de las misiones expansionistas de las Asambleas de Dios. Esos pentecostalismos que hicieron sus primeros conversos entre lo más humilde y pobre de los pueblos latinoamericanos, preocupados por educar a sus primeras generaciones de laicos, hoy en lugares apartados y pobres, abandonan a su suerte a ministros sin vocación. Lo más grave es que las iglesias pentecostales institucionalizadas no han logrado superar las prácticas autoritarias, personalistas y con estructuras violentas hacia las mujeres. Ese tipo de cristianismo históricamente han dañado nuestra dignidad.

He leído que todo comenzó cuando en tu iglesia local se enteraron que habías tenido sexo con otra persona que no era tu esposo. Desde entonces el pastor te recomendó pedir perdón a Dios y después te llevó a su casa pastoral para orar por ti, ya que estabas “enferma.” Algunos hermanos y hermanas se unieron en oración y ayuno para que sanaras porque lo tuyo ya era una “posesión demoniaca”. Por revelación de Dios, en una fogata el espíritu impuro saldría de tu cuerpo. Y aunque algunos no estuvieron de acuerdo, al final te forzaron, te ataron e imagino que, en tu desesperación por librarte, caíste al fuego y tu cuerpo se quemó sin que ellos intervinieran a tiempo para salvarte. Tomaron tu cuerpo aún con vida y te aventaron a un barranco, de donde te encontró tu hermana menor. Aunque tu esposo trato de salvarte la vida al llevarte al hospital, decidiste morir. Has dejado a tu esposo y a tus dos pequeños… Tu esposo dice que ha recibido amenazas de muerte y por ello ha abandonado la comunidad de El Cortezal. Triste es saber que las Asambleas de Dios en Nicaragua se han deslindado de tu caso, y le pese a quien le pese, son colectivos feministas los que ahora apoyan a tu esposo y familia para reclamar justicia ante tu caso.

Lamento que tu fe haya sido usada para quitarte la vida. Me duele tanto saber que el fanatismo cegó a nuestros hermanos y hermanas para poner límites a sus visiones, causando tu muerte. Me duele más que en vida te hayan chantajeado usando tu sexualidad como un mecanismo de sembrarte culpa, remordimiento y castigo; no acepto que te hayan robado la palabra y la decisión de arreglártelas a solas con Dios; no acepto que te hayan golpeado, insultado, desnudado y quemado para salvar tu alma cuando ¡esta fue comprada a precio de sangre por Cristo! No puedo creer que lo que empezó como un acto de fe, terminó siendo un acto criminal. Tengo la necesidad de honrar tu memoria, de clamar justicia ante tu feminicidio.

Tengo la necesidad de referir tu caso porque muchas mujeres dentro de las tradiciones evangélicas hemos sido obligadas a hacer pactos de silencio y nuestra sexualidad ha sido empleada como un arma en contra de nosotras. Sé de mujeres que al ser seducidas por pastores y hombres que se dicen ser hijos de dios, abusan de su poder y carisma para acostarse con ellas y las amenazan con decirle a sus parejas. Como tú, de niña me obligaron a callar. Callar porque lo que cuenta es la voluntad de dios; callar porque quienes tienen el derecho de juzgar a los demás son los más cercanos a la familia pastoral y se establecen grupos de poder. Tuve que callar ante violaciones sexuales que cometieron maestros de escuelas dominicales, recién conversos o hermanos que entregan dulces a los niños para guardar el secreto. Como tú, yo también fui juzgada y amenazada por el ejercicio de mi sexualidad siendo joven. Lo más doloroso fue que dentro de mis acusadores se encontraron mujeres que me victimizaron y me dieron la espalda. Temor, dolor y profunda culpa se apoderaron de mí. Tu caso no es aislado, ni coyuntural. Es la suma de muchos agravios cometidos contra nosotras. Sabes, hay muchas mujeres con casos similares al tuyo, al mío, pero ellas han hecho pactos de silencio dejando todo “en las manos de Dios”. Entonces nos arrebatan la posibilidad de crecer plenamente en nuestra espiritualidad; crecemos rotas.

Lamento mucho que nuestras tradiciones pentecostales cuando son expuestas a la opinión pública sea, o bien para victimizarnos (en casos de persecuciones religiosas), o exhibirnos como fanáticos ignorantes (cómo es tu caso). Creo que somos algo más que esos dos extremos, pero a mí ya no me corresponde decirlo porque yo he salido de mi iglesia. Debo decirte que hace cuatro años me he separado de mi iglesia, aunque asumo mi herencia pentecostal. Me autoexilie para salvarme, para sanarme y sanar así mi relación con mi familia, con el mundo que habito.

Pero, aun así, con todo lo que implico salir de la iglesia, desde hace algunos años vengo compartiendo con otras y otros que las tradiciones pentecostales y las tradiciones evangélicas en general, están llamadas a rectificar sus comportamientos de estatus quo, comportamientos patriarcales, violentos, paternalistas, victimizadores y excluyentes contra nosotras las mujeres, las creyentes de a pie. Las iglesias evangélicas están llamadas a rectificar sus formas de educar a las nuevas generaciones en los ministerios, están llamadas a romper los tabús y silencios que sustentan los privilegios de un grupo en los cargos ministeriales; están llamados a discernirse a sí mismos. Y nosotras, las creyentes de a pie, estamos llamadas a buscar alternativas de denuncia y cuidarnos unas a otras. No queremos más muertes provocadas por esa cultura que nos mata, por esa cultura religiosa que no permite cuestionamientos, por esa cultura donde las mujeres desconfían de otras mujeres y las vidas privadas se usan para destruir la integridad de las personas. Rompamos el silencio, reclamemos justicia, demos nombres de nuestros agresores, de quienes nos censuran; demos nombre a la esperanza aún sí ésta, nos espera fuera de la iglesia.

Vilma, honro tu memoria porque no quiero más mujeres rotas, mujeres derramando lágrimas de dolor porque el mundo y la iglesia ya no son sitios seguros para habitar; no quiero más mujeres violadas, mujeres violentadas, mujeres silenciadas, mujeres engañadas en nombre de Dios. ¡Que tu muerte no sea en vano! #NiUnaMuertaMas #Vivasnosqueremos #JusticiaparaVilma

[1] Algunas de las noticias más relevantes sobre su caso en:

Pastor: “Estaba endemoniada y cayó en el fuego”

http://internacional.elpais.com/internacional/2017/02/28/america/1488301755_112117.html

http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-39137450

D. Jael De la Luz García

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