Posted On 02/12/2022 By In Opinión, portada With 341 Views

  El dolor más profundo que la persona de fe puede experimentar | Ignacio Simal

El dolor más profundo que la persona de fe puede experimentar es la hostilidad de los suyos. Jesús, nuestro sanador, lo experimentó con creces. No es por nada que el autor de la carta a los Hebreos, nos invitará a considerar la vida de Jesús, a fin de que caigamos en la cuenta de lo que implica el seguimiento de su persona: “Considerad, –escribe–, a aquel que sufrió contra sí mismo tanta hostilidad de parte de los pecadores; para que el cansancio y el desánimo no se apoderen de vosotros” (Heb. 12:3). Y en ello estamos, considerando la vida del Cristo.

Conozco a muchas personas que han sufrido no a manos del “mundo” sino a manos de los que se confesaban sus hermanos y hermanas (conozco de primera mano la dolorosa experiencia). Debemos ser realistas, y decir en voz alta el sufrimiento padecido. Pero el dolor sufrido por parte de la iglesia no justifica que el cansancio y el desánimo se apoderen de nosotros. Y digo que no se justifica –aunque sea comprensible– si realmente hemos entendido el Evangelio, ya que en él se nos advierte que en ocasiones el dolor más profundo procederá del que nos infringe la que consideramos nuestra familia, la familia de la fe. Todos los textos neotestamentarios nos advierten de ello.

Evidentemente estamos hechos de barro, y caminamos inmersos en nuestra propia fragilidad, y el cansancio y el desánimo siempre estarán al acecho. Pero el Espíritu nos dice, “he aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra el rostro de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes. Como diamante, más fuerte que el pedernal, he hecho tu frente…” (Eze. 3:8-9). Ante el dolor infringido por los nuestros, debemos tomar de la fuerza del Espíritu para afrontar la situación con rostros duros como diamante, a fin de no tirar la toalla en el momento del dolor (el dolor siempre duele) y la contradicción, ya que de hacerlo estaremos traicionando el ejemplo de Jesús de Nazaret (Heb. 12:1-3). Debemos seguir a Jesús en el camino de la cruz, sin abdicar de las convicciones que el Evangelio nos inspira.

No digas, “estoy cansado”, aunque sea una verdad verdadera, sino persevera en el camino de Jesús, ya que con Pablo digo: “tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18). Por otra parte, siempre será verdad que cuando acudimos a Jesús, expresándole nuestro cansancio, ¡Él nos hará descansar! Más todavía, siempre encontraremos hermanos y hermanas poniendo delante nuestro su hombro a fin de ayudarnos a atravesar el trance con éxito. Por lo tanto, ¡no tires la toalla! ¡No te des por vencido! El dolor, decía, duele, pero no tiene la última palabra sobre nuestra existencia, en absoluto. ¡Confiemos en la gracia de Dios!

Ignacio Simal Camps
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