IN MEMORIAM. Gabino Fernández Campos
(Villanueva de los Infantes, Ciudad Real 14/4/1944 – Torrejón de Ardoz, Madrid 5/12/2022)
“Todo maestro de la ley que ha sido instruido acerca del Reino de los cielos es como el dueño de una casa, que de lo que tiene guardado saca tesoros nuevos y viejos”
(Evangelio según Mateo 13: 52).
Te nos has ido, Gabino, infatigable y al pie del cañón pero aún así, demasiado pronto. Apenas han pasado unos pocos días desde tu partida y muchos son ya los que han glosado –y más los que glosarán- tu figura pública, tus dichos y tus hechos, tu vida y tus milagros.
Dicen, y es verdad, que contigo se ha ido un referente del protestantismo español contemporáneo, un cronista y divulgador de la Historia, prolífico, apasionado, y sobre todo, servicial, humilde, afable y afectuoso, querido por todos. Así sea. Vivirás y brillarás en nuestros recuerdos siempre y no quedarás relegado al olvido como tantos otros a los que tú pacientemente rescataste de ese destino para dárnoslos a conocer, para que su memoria y su ejemplo perdurasen.
Porque tú eras, Gabino, irrepetible. Y mucho más que un simple historiador al uso. Eras un buscador incansable, un paciente artesano, un buhonero de la Historia, de nuestra Historia, tan pequeña y, a menudo, tan desconocida, que hallaba escarbando aquí y allá en la intrahistoria de nuestras humildes y anónimas comunidades retazos y recuerdos que compartías con todos sin perder ni el rigor, ni el humor ni la sonrisa. No por torpes beneficios sino por la mera satisfacción de sacarlos a la luz y, gozosamente, compartirlos.
Por todo eso y más concluimos nuestro pequeño homenaje con el retrato que de ti dibujan las palabras con las que tu querida sobrina, Lidia (doctora en Teología y hoy profesora de la Universidad de Deusto, en Bilbao) te despedía en el culto de acción de Gracias celebrado en tu memoria en la Iglesia Cristo Vive de Hortaleza el pasado 7 de diciembre.
Descansa ya en la paz de tu Amado Señor, de tus muchos afanes y trabajos, cumplidos hasta el último momento y que tanto nos enriquecieron a todos.
Nos vemos pronto, maestro, hermano, amigo…
“Si hoy soy lo que soy y dedico mi vida a la enseñanza y estudio de la Biblia, no me cabe duda que hay dos hombres en mi vida: mi tío Gabino y mi padre ocuparían un lugar de privilegio por el modo en que influyeron en mi persona para encontrar mi vocación por las letras, por la Biblia y por el servicio a la Iglesia.
Ambos eran sencillos, humildes y socarrones, hacían muy buenas migas. Sí, mis queridos hermanos y hermanas, hay cuñados que se caen y se llevan bien. Excepto una vez al año, en agosto, cuando mi tío Gabino, mi tía Isabelita y sus todavía dos únicos hijos, Rubén y Pablo, viajaban a Mar Cristalino, un centro de campamentos junto a la playa de la provincia de Valencia. En ese terrible momento, mi tío Gabino llegaba a casa y le preguntaba a mi padre: “¿Qué libros nuevos tienes por ahí?”. Mi padre, que con el tiempo se había aprendido la lección, buscaba una maleta, y a lo largo del año compraba dobles los libros o las revistas que sospechaba le podrían interesar. Esa maleta se pasaba un año debajo de la cama, y cuando mi tío llegaba cada agosto le respondía: “Toma, esto es para ti. ¡No te acerques a mi biblioteca!”
Pero su pasión por los libros y por la historia del protestantismo no era un puro academicismo. Lo que latía en el fondo era pasión por servir a la Iglesia del Dios de Jesús. Esa pasión es la que yo, como antigua alumna y sobrina suya, he aprendido de él.
Creo que el mejor modo de transitar la ausencia es recordar su legado, esos valores que he recibido como parte de su familia, como su sobrina:
En una época en la que la desesperanza y el escepticismo parecen ganar la batalla, en sus clases enseñaba cómo la gracia de Dios y la esperanza se habían abierto camino en la historia de esta piel de toro con sangre, sudor y lágrimas, algo de lo que él también era testigo desde sus 16 años. Con la verdad y la justicia debida a los mártires, pero sin revanchismo.
En una época en la que se ha roto el hilo de la memoria colectiva, con sus conferencias entusiastas y conversaciones informales ejemplificaba cómo los protestantes de hoy teníamos la responsabilidad de honrar y poner en valor la vida de tantos hombres y mujeres que nos precedieron. Con humildad y sin partidismos.
En una época en la que la historia la escriben los vencedores en las supuestas grandes gestas de la humanidad, mi tío recogía meticulosamente la intrahistoria de esas pequeñas historias cotidianas de aquellas pequeñas comunidades y de quienes habían sido olvidados por sus convecinos. Ahí es donde estaba lo realmente importante. Con orgullo, pero sin altivez.
En el fondo del personaje público que se glosa hoy está la persona afable y generosa que retomó su oficio de albañil para que su hermana melliza, mi madre María, cumplirá su ilusión de tener una casita en el campo. Fue, como dijera Machado en aquel poema que pretendía ser su legado póstumo, «en el buen sentido de la palabra bueno», sirviendo a la Iglesia en circunstancias nada fáciles, con un espíritu generoso. Quienes nos hemos reunido aquí somos testimonio de ello. Su familia somos testimonio de ello.”
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