La fuerza de los paradigmas es tal que su erradicación es muy difícil y, en algunos casos, imposible. Cuando algo se ha enseñado, transmitido y mantenido como certeza, difícilmente es modificable aun contando con evidencias en su contra. Ha ocurrido en el pasado y ocurre en el presente en los campos del pensamiento filosófico, científico y teológico. Cuando una determinada imagen de Dios ha arraigado en el imaginario mental su modificación no suele ser fácil. Su sustitución requiere la percepción clara de su distorsión y una nueva imagen, asumida como
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