Posted On 11/12/2020 By In Antropología, Espiritualidad, Pastoral, portada With 2165 Views

Esta noche me he encontrado con mi madre. Acompañar en el duelo | Ekkehard Heise

 

   1. Introducción

“Esta noche me he encontrado con mi madre“. Esta frase me había llamado la atención. Me encontraba con un hombre de unos 50 años que me hablaba de su madre, fallecida hace unos meses. Habíamos celebrado el entierro. Ya en la conversación de preparación de esta celebración me había dado cuenta de los vínculos estrechos que unieron a este hombre con su madre. Había sentido su duelo profundo, un sentimiento, que en aquel entonces apenas tenía palabras. Ahora unos meses más tarde me había pedido este encuentro para hablar, como decía, de “unas cosas pendientes“ y, apenas sentado en mi despacho, dice esta frase: “Esta noche me he encontrado con mi madre“.

 

   2.El mundo de los muertos y de los renacidos

En la cura de almas a veces pisamos este mundo. Hay todo un mercado de historias, literatura, películas, o plataformas en Internet. Hay videntes que ofrecen contacto con los difuntos. Este mercado atrae a mucha gente. Entonces ¿qué camino habremos de tomar si escuchamos a personas como aquel cincuentón que me decía: “Esta noche me he encontrado con mi madre“? Antes de rechazar cualquier contacto con el mundo de los muertos, me permito una reflexión sobre lo que digo cuando me toca predicar en un sepelio y acompañar con mis palabras a personas que acaban de perder a un familiar – supuestamente querido, como todos los fallecidos. De mortuis nihil nisi bene. Espero que no sea esta mi primera y única regla en la elaboración de una predicación para un funeral.

La situación en la que encuentro los parientes más cercanos varía según el desarrollo de su proceso individual de luto. A menudo mi tarea consiste en apoyar personas para que acepten una dolorosa realidad, superando resistencias de diversa índole que se resumen en un “no puede ser“. La despedida requiere su tiempo. El ritual que ofrecemos con el acto cúltico del sepelio, con liturgia y predicación, es un paso importante en esta toma de contacto con la realidad. La nueva realidad significa la desaparición para uno y la viudez o el quedarse huérfanos para los otros. Más no se puede decir si no fuera por la fe. Pero tampoco la fe nos lleva a los días del ayer, no deshace lo que ha acontecido. También la fe parte de la nueva realidad y la interpreta a la luz del evangelio. Es por eso que no tengo que callarme en los sepelios, ni tengo que recurrir a los videntes, ni a los clásicos.

 

    3. ¿Y qué digo yo en los sepelios?

¿Qué cuento del mundo de los muertos, si predico que el fallecido ahora está en la presencia de Dios, y si me atrevo a embellecer esta afirmación con imágenes procedentes de la fantasía de los enlutados? ¿Qué tipo de narraciones incluyo en mis predicaciones al lado de una tumba abierta? Digo por ejemplo: “Su marido está en la presencia de Dios”. Me dirijo a los nietos con unas palabras como: “Vuestro abuelo ahora está en el cielo, ahí os puede ver y os acompañará a donde vayáis”.  De un aficionado de la jardinería digo: “Ahí, donde está ahora, sigue dedicándose a las plantas y a los arboles, y está disfrutando de la belleza de las flores celestiales”. A los familiares de un hombre que falleció por una enfermedad muy dolorosa, les consuelo invitándoles a que imaginen que su pariente ahora está en paz, tranquilo, sin los sufrimientos que hicieron su vida imposible. ¿De dónde sacó la autoridad de hablar de esta manera y con estas imágenes? Hablo basándome en mi fe y con la autoridad que me da el testimonio bíblico, tal y como lo entiendo según mis estudios teológicos y las enseñanzas que he recibido en los encuentros con otras personas.

 

   4. ¿Qué dice la Biblia?

4.1 La salvación universal[1]

Creo que este tema es fundamental para mi trabajo de cura de almas. Influye sobre mi antropología y la manera en que me relaciono con mis clientes. A todos, los vivos y los muertos, los veo en una relación indestructible con Dios. Son salvados, amadas criaturas de Dios, aunque en ese momento experimenten y expresen dolor, sufrimiento, pérdida o sinsentido. En mis conversaciones de cura de almas la salvación universal no la introduzco como tema dogmático a tratar, ni es algo que enseño a los enlutados. A ellos les acompaño en su proceso individual, en el camino de elaborar su duelo. Mientras tanto, estoy atento a cualquier señal que me dan, para luego, con sus palabras y en el marco de su imaginario, ayudarles a encontrar acceso a lo que para mí es la base del proyecto divino de la creación y redención de toda la humanidad. Martín Lutero insistía en que nuestra salvación depende totalmente de Dios. No la podemos ganar, solamente recibirla en la fe; y esta fe también es regalo de Dios que no nos será quitado, aunque lo abracemos en el instante del juicio final cuando ya no decidimos nosotros sino solo Jesucristo, nuestro juez y salvador. Si Dios ha decidido crear y salvar el mundo y la humanidad, no hay poder que pueda imposibilitar que la salvación universal se haga realidad última.

 

    4.2. Imágenes de la muerte

Una vez aclarada esta cuestión fundamental pregunto, como cura de almas, por las imágenes que la Biblia ofrece para hablar de la muerte con un enfoque consolador, sabiendo que hay también textos que asustan, amenazan con el infierno, o

llaman  a  la  conversión.[2]  Aquellos  textos  tienen  su  contexto  particular  y  otros propósitos. Salvo en casos que me preguntan explícitamente por estos textos, no los utilizo en mi cura de almas con personas enlutadas por las razones arriba expuestas. Elijo y me apoyo en los textos que tienen un carácter consolador como: 1 Co 15, 21s+26; 1 Co 15, 35-58; 2 Co 5, 1; Jn 14, 2s; Ts 4, 16-18; 2 Pe 3, 8s; Flp 3, 20s; Ap 21, 3s; y otros más.

 

Resumiendo – y sé que quedan muchos textos más – la Biblia nos dice sobre los muertos:

  1. Los muertos están enteramente muertos. No hay una separación entre el cuerpo corruptible y un alma incorruptible. Los muertos no participan de la vida de la misma manera como los vivos.
  1. La muerte es la enemiga de la vida. Agrego desde la óptica poiménica: La muerte en sus diversas facetas como la enfermedad, la vejez, toda privación de vida, incluso en sus aspectos materiales, es la enemiga de la vida. No se la busca pero tiene su momento.
  1. La muerte no nos separa de Dios. Él mantiene una relación aun con los fallecidos.
  1. Nuestra esperanza de una vida eterna más allá de la muerte se apoya únicamente en esta relación con Dios: en que Él nos dará una nueva forma de vida, nos crea de vuelta para que vivamos eternamente en su presencia.
  1. Para expresar esta confianza en una realidad que abarca todo y está en la mano de Dios, puede valerse de las más diversas imágenes (ciudadanía celestial, cuerpo celestial, cuerpo espiritual, casa de Dios con muchas moradas, las lágrimas serán enjugadas, una casa en el cielo) según el marco de imaginación de los destinatarios.
  1. Los muertos no desaparecen, no son aniquilados, siguen existiendo en la presencia de Dios.

 

     5. Acompañar en el duelo

 5.1 Intervenciones vivenciales en afrontamiento a la muerte

Llevar luto significa estar en un proceso de despedida. En su manual “Acompañar en el Duelo» [3], los psicólogos Manuel Nevado y José González explican:

    “El duelo es una reacción emocional ante una pérdida que cumple un papel adaptativo en el ser humano, pudiendo contribuir al crecimiento personal”.
Los psicólogos reconocen que “no hay recetas que permitan aliviar el dolor…”, pero afirman que “existen algunos recursos que ayudan a vivir el proceso conscientemente y permiten superar las distintas etapas, evitando la aparición de comportamientos patológicos”.[4]  

El manual “Acompañar en el Duelo” ofrece un decálogo “para personas que quieran ayudar en el tránsito del proceso de duelo.” Estas 10 herramientas de la psicoterapia pueden ser de gran utilidad también para nuestro trabajo de cura de almas. Son en resumen las siguientes:[5]

  1. Familiarizarse con el proceso de duelo, su sintomatología, ritmos y fases para poder ayudar al desmitificar y aclarar los posibles sentimientos no comprendidos por parte del doliente.
  1. Evitar las frases hechas como: “sé cómo te sientes», “mientras hay vida hay esperanza», “podría haber sido peor», “tranquilo el tiempo todo lo cura». Aunque estas frases están socialmente establecidas, dificultan el ganarse confianza con la persona en luto y no la ayudan a encontrar sus propias expresiones emocionales.
  1. Acoger y provocar los desahogos. La expresión de sentimientos no debe ser coartada. La persona en duelo tiene que sentir el desgarro del dolor en su interior y poder compartirlo. Pero cada persona se enfrenta a un duelo único intransferible y personal, y como tal tiene que experimentarlo. 
  1. Revalorizar los signos de presencia y cercanía. La persona en el duelo debe sentir la presencia física y psicológica de la persona que quiere ayudarle en el duelo.
  1. Mantener los contactos, aunque la persona en duelo vaya a pasar pon una serie de estados emocionales muy complejos. El duelo es un camino de lágrimas único y cada persona lleva su ritmo al andarlo.
  1. Cultivar los recuerdos, dando lugar de esta manera a la excepción emocional necesaria para el desahogo y la verbalización de sentimientos.
  1. Ayudar a elegir y tomar decisiones, para que el deudo sea capaz de tomar sus propias decisiones durante el ciclo del proceso de duelo. A menudo la parte racional de la toma de decisiones de una persona en luto está prácticamente inutilizada.
  1. Enseñarles la esperanza. Con esperanza los psicólogos se refieren a la esperanza de poder seguir hacia delante con la propia vida, siendo capaz de retomar otra vez objetivos pendientes.
  1. Movilizar los recursos comunitarios, es decir, grupos de ayuda, viejas amistades, comenzar a salir.
  1. Ayudar a que el doliente sea capaz de percibir nuevos motivos para volver a vivir.

Hasta ahí los concejos del manual de los psicólogos que nos pueden ayudar en la cura de almas con personas enlutadas. En resumen su objetivo fundamental es facilitar el empoderamiento de los enlutados, su crecimiento personal y la búsqueda de factores resilientes. Los psicólogos ayudan a recorrer de una manera activa el proceso de aceptación ante la pérdida de un ser querido favoreciendo la autoayuda. La persona doliente va a completar cualquier cuestión no resuelta con el fallecido, y aprender a crecer como ser humano, a ser capaz de decir adiós. La esperanza que enseñan los psicólogos se refiere meramente a lo inmanente, es poder retomar la vida de antes. No se contesta, ni se hace la pregunta ¿a dónde fueron los fallecidos?

 

5.2 ¿Y el reencuentro?

Aceptar la perdida, por cierto, es un aspecto que tenemos que tener en cuenta en nuestro trabajo como curas de almas. Hay que soltar, dejar ir a los muertos. ¿Y el reencuentro? ¿Es signo de la no-aceptación de la perdida? ¿Un proceso de duelo mal pasado? No siempre. En la cura de almas surgen preguntas aún después de que un paciente haya salido del hospital o un cliente haya dejado el consultorio de su terapeuta. Los pastores o pastoras nos encontramos – a veces – con personas que experimentan diversos fenómenos con fallecidos y están buscando formas de integrar estas experiencias en sus propios contextos religiosos. A menudo sienten vergüenza de compartir sus encuentros con personas fallecidas. Raras veces alguien va directamente al grano, como el hombre en mi ejemplo del principio. Algunos temen no estar al tanto, a la altura del proceso de crecimiento que exigen los psicólogos. Nos encontramos con el anhelo de – por ejemplo parejas – mantener un contacto, una relación con una persona fallecida en un nivel diferente.

Creo que hay que respetar esta necesidad y, como cura de almas, mantenerse abierto para tales experiencias y saber acompañarlas con respeto, imaginación y fantasía. Basándonos en el testimonio bíblico tenemos la esperanza de que los muertos no desaparecen, sino que siguen vivos en la presencia de Dios. Entonces, desde luego, no me parece ser un signo de enfermedad si alguien experimenta una forma de contacto con un fallecido. Es más bien una posibilidad de la fe: experimentar una nueva relación con aquellos que no siguen viviendo entre nosotros, pero que sí están vivos en su relación con Dios. Se ha entrado en una nueva relación – una relación regalada y no establecida por el enlutado en su afán de aferrarse al que se desvanece.

El difunto está en la presencia de Dios. Esto puede significar: Caso cerrado, un día nos encontraremos de vuelta. Esta relación sabe a despedida y a veces mantiene la esperanza de un reencuentro al fin de los días, una esperanza que a menudo empalidece para renacer tal vez en los últimos momentos de la vida cuando alguien siente: me voy a unir con mis antepasados.

Hay otros casos donde una persona vive esta relación con un ser querido de manera más viva. Algo que ocurre más frecuentemente en los primeros meses después del fallecimiento. Se dan reencuentros con los difuntos, una nueva relación que puede ser enriquecedora, reconciliadora, y un apoyo para la persona enlutada. La psicoterapia nos facilita herramientas para tales reencuentros.

 

5.2. 1. La representación interior

Desde un enfoque sistémico, en terapia familiar[6] se ha desarrollado una metodología consistente en introducir en la construcción mental del cliente la representación interior de una persona fallecida como nueva forma de relacionarse con ella. El cura de almas acompaña este desarrollo y la nueva historia de una vida en común (interior) que nace de esta manera. Se trata de facilitar el contacto y un diálogo interior con una persona no presente, en nuestro caso fallecida. En un primer momento se invita al cliente a generar una imagen mental viva de esta persona. Luego en la conversación entre cura de almas y su cliente se retoma unas relaciones truncadas o despedidas imposibilitadas, situaciones problemáticas no resueltas, y se reaniman estas relaciones para llevarlas hacia un fin alternativo, es decir, un buen fin o una convivencia pacífica.

Las representaciones interiores de seres humanos que nos influyeron y que fueron importantes para nosotros, son parte de nuestra construcción mental y como tales permanecen vivos y pueden desarrollarse más allá de la muerte. Muchas personas conocen estos diálogos interiores donde sienten la presencia de otros seres a pesar de su ausencia física. Estas imaginaciones permiten una vivencia, un encuentro holístico, y permiten conversaciones no sobre la persona sino con ella. Tienen su lugar en el encuentro con el cura de almas o como diálogo interno. Este método trabaja con un presupuesto teológico escatológico: como cristianos vivimos -como arriba expusimos- con la esperanza de una salvación universal, como proyecto del Dios creador y salvador para con su creación, tanto en su totalidad como en cada una de sus criaturas individuales. Imaginar a una persona fallecida, pero ahora contemplada en su plenitud, salva, sana y entera en la presencia de Dios no es, entonces, un sueño o una sugestión evocadora, sino que se basa en las creencias bíblicas.

 

5.2.2. Experiencias límites[7]

En la cura de almas se nos hace participes de experiencias límites entre el aquí y el más allá. Es nuestra tarea distinguir entre experiencias que hacen bien a los enlutados y otras que dañan o perjudican la vida de los que han quedado atrás o, incluso representan intentos de destruir su vida. Escuchemos los relatos de tales reencuentros con empatía, sin juzgar, como realidades que viven nuestros interlocutores, y procuremos sentir qué efecto tienen estos encuentros sobre las personas.

Una mujer mayor (C) después de una operación al corazón que se realizó en otro centro quirúrgico, de vuelta en el hospital, se encuentra con su pastor. Ella cuenta todo lo que han hecho con ella. Luego titubea y susurra:

C 1: Ocurrió algo más, no sé si se lo puedo contar.

P1.: No dice nada. Lo deja al juicio de ella si quiere seguir o no.

C2: Mira por todos lados como asegurándose que nadie escucha. Cuando lentamente despertaba después de la operación, vi a las enfermeras trabajando con otros pacientes. Ya consciente – tuve que mirar dos veces – me di cuenta que alrededor de mi cama había mucha gente, mis familiares, todos aquellos que ya habían fallecido. Me miraron durante mucho tiempo. Nadie decía nada. Silencio total – solamente miradas- y luego paulatinamente se dieron la vuelta y se fueron todos, uno después del otro, sin decir nada, hasta que todos se fueron.

C se corta y mira al pastor insegura, una pregunta sin palabras.

P 2: Me parece que todavía no había sido el momento.

C3 Notablemente aliviada: Esto no lo he contado jamás a nadie y tenía miedo de que usted me lo rechazara como algo supersticioso.

Más tarde, después de lograr expresar su experiencia, siguen hablando de lo ocurrido con calma.[8]

 Observamos una estructura básica que subyace en muchos relatos de encuentros con fallecidos. Hay una necesidad de revelar algo que ha conmovido los fundamentos de la propia existencia. Algo para lo que cuesta encontrar palabras, algo que se ha visto en imágenes arcaicas. Y esta necesidad de revelar algo está acompañada por el miedo de que el otro me tome por perturbado, por loco. Yo mismo estoy dudando de mi razonamiento. Siento vergüenza. Como persona que cuenta semejante cosa me expongo y estoy pendiente de la más mínima reacción de mi interlocutor. Si el pastor dijera, restando importancia de lo que ha escuchado: “pero esto se entiende, es una reacción normal de lo ocurrido… estabas cansada, estabas soñando….”, o algo por el estilo, sería un golpe bajo, humillante que muy probablemente cortaría la conversación. Para el cura o la curadora de almas se trata de quedarse con su cliente, de tomarlo en serio y de entrar en el marco de la realidad que el otro ha experimentado, sin perderse en este mundo ajeno. A veces, los relatos de encuentros con fallecidos, por transcurrir cuando la propia vida estaba en peligro, se revisten con imágenes tradicionales de la religión. Estas imágenes pueden parecer antiguas y propias de una fe infantil para el mundo de hoy, y tal vez susciten rechazo a un teólogo moderno e ilustrado. Un ejemplo:

Una paciente cuenta lo que experimentaba estando en coma en terapia intensiva después de un grave accidente:

Estuve en un camino y de repente llegué a la puerta del cielo. San Pedro me dejó entrar. Me vinieron a buscar mis dos abuelos ya fallecidos Y me llevaron a las salas de trono celestial. En el trono estaba sentado Jesús con una barba de tres días (¡!) y me miraba y me decía: “todavía no te toca, tienes que volver”. Y mis abuelos me tomaron de la mano y me condujeron hacia afuera…[9]

La tentación de tomar este relato por un sueño y restarle importancia es grande. Pero se trata de la experiencia real de la persona y tenemos que darle espacio al significado que tiene para ella. Su vida estaba en peligro y se salvó. La manera en que se involucra el cura o curadora de almas al ser tocado por las experiencias del interlocutor aumentan en el siguiente caso.

Una pastora cuenta: Estuve hablando con una anciana de 94 años, a primera vista una persona perturbada. Tenía la impresión que ella estaba en otra dimensión. Estábamos charlando con normalidad cuando ella miró la puerta y empezó a saludar a su marido ya fallecido hace 40 años. Los dos se pusieron a charlar sobre la escritura en la lápida en el cementerio. Luego apareció su madre y la incluyeron en su conversación, luego unas amigas del colegio y luego más y más gente. Me dio claustrofobia. La habitación se iba llenando y nadie se iba. Mi sensación: “cerrado por abarrotamiento“. Era una reunión privada. En algún momento yo también me despedí ya que la señora estaba ocupada con sus visitas. El otro día la volví a visitar y la acompañé a morir.[10]

Es el relato de un contacto premortal, iniciado por la visita de la pastora cuya presencia luego se vuelve innecesaria. Estos contactos premortales pueden incluir una perspectiva para el futuro en el más allá.

Una paciente enferma de un cáncer terminal cuenta de su hermana mayor:

C1: Toda la vida nos hemos peleado. Siempre ha sido así. Luego mi hermana enfermó: Tumor cerebral, y su cara se desfiguró totalmente. Yo la acompañé… fue muy difícil. Y desde que murió no pude pelearme más con ella. Y ahora que estoy muriendo yo, estoy totalmente sola. Bueno – la paciente tarda un poquito seguir – no tanto. Hoy por la noche mi hermana fallecida estuvo conmigo. Estaba ahí, al pie de la cama…”.

P1: ¿Y cómo la vio?

C2: Estaba plena. Sin el tumor. La cara, la cabeza todo bien. Ella me está esperando a mí. Y cuando nos veamos vamos a seguir peleándonos hasta la eternidad.[11]

El contacto con la hermana fallecida conlleva mucho consuelo. Nos permite una vista al más allá donde las hermanas peleadoras no serán separadas nunca más, sino que se las ve por los siglos de los siglos en lo que era su vida terrenal. Hay casos donde lo cotidiano sirve como idea suficiente y consoladora en lo que respecta a la eternidad.

 

5.3 Unas pautas para la escucha de relatos límites en la cura de almas.

Para que surja el tema de encuentros con difuntos en una conversación pastoral se requiere de una atmósfera de confianza. El cura o la curadora de almas tienen que presentarse abiertos, interesados en la persona de su interlocutor, sin prejuicios y sin la idea de tener que cumplir con ciertas tareas determinadas. El cura de almas no va a tomar el rol de un predicador, ni de un especialista teológico, tampoco le conviene el rol de un terapeuta que guía por pasos predeterminados de un proceso de trabajo de duelo. El cura de almas puede contar con un presupuesto de confianza por parte de su cliente, pero, a la vez, con un cierto miedo que el pastor o la pastora como “instancia moral“ vayan a juzgar lo que se cuenta y que esto, a lo mejor, no encaje en la doctrina correcta de la iglesia. Si alguien nos cuenta sus experiencias del mundo de los muertos significa que su necesidad de hablar de estas experiencias es tan grande, que le hace superar sus dudas y reparos. La tarea del cura o de la curadora de almas es entonces crear un espacio de confianza, sin miedo, adecuado para la expresión de estas experiencias de una manera íntima y personal.

Por el otro lado es importante que el cura de almas sea una persona ajena, una visita que luego se va. No pertenece al personal del lugar, por ejemplo del hospital, y no es un familiar involucrado en la cotidianidad del cliente. Gracias a esta distancia el cura de almas puede aceptar al otro como un ser independiente, querido y justificado por Dios. Percibe lo que se le cuenta en su importancia y relevancia para el otro. Se acerca a su relato cuidadosamente sin tener que juzgar si lo que escucha es correcto o falso, realidad o sueño. Aceptar el relato del otro en su extrañeza no siempre es fácil. Puede estar en contra de todas sus convicciones. Puede cuestionar y poner en tela de juicio los fundamentos de su fe. Pero, y en esto yace el punto más importante, siempre con la actitud que tiene que tomar el cura de almas, que es el aceptar al otro en sus experiencias y en su realidad.

Si alguien nos cuenta de sus experiencias con el mundo de los muertos, es algo que traspasa los límites de lo que es “la normalidad” en nuestras sociedades posmodernas. Nos ofrece el relato de una experiencia extremamente personal. La mayoría de nuestros contemporáneos, ya no cuentan con el apoyo de unos rituales como los conocen ciertas culturas distantes a la nuestra en lugar y tiempo, que saben incorporar a los muertos a la vida cotidiana. La cultura europea se caracteriza más bien por una separación estricta entre los vivos y el mundo de los muertos. Donde no se logra mantener esta separación, se experimenta algo como “una contaminación de la cotidianidad por la muerte”[12]. En todo caso, la separación entre la vida y el mundo de los muertos es importante. Sabemos a dónde podemos ir a parar en historias, literatura, películas, plataformas del Internet cuando no se respeta más este muro protector.

Por otro lado, en nuestros intentos de consolar o cuando predicamos en el cementerio, a menudo pasamos estos límites ofreciendo imágenes de una vida de los fallecidos más allá de los alcances de nuestros sentidos. Lo hacemos basándonos en el testimonio bíblico, en la fe en un Dios, creador de todo y salvador universal en Cristo, y respetando e interpretando el imaginario y los recuerdos de los enlutados. En todos los casos, cuando cruzamos los límites entre el aquí y el más allá, nuestra tarea es distinguir entre experiencias que hacen bien a los enlutados y otras que dañan o perjudican la vida de los que han quedado atrás o inclusive representan intentos de destruir su vida.

Una joven mujer cuenta: Siempre cuando tengo un problema que me preocupa se aparece mi abuela. Ella ya murió hace muchos años. No estoy tan segura si todo esto es un sueño o algo así. De todos modos, mi abuela siempre supo darme un consejo. Y también ahora me da consejos. Y aunque esto no ocurra, después de encontrarme con ella siempre me siento mejor… hay una claridad… y tengo la sensación que puedo volver a enfrentarme a mis cosas.[13]

Creo que este contacto con la abuela muerta no presenta problemas, más si se inscribiera en una situación de luto poco después del fallecimiento de la anciana. En nuestro caso la abuela parece haberse convertido en algo como una instancia interna de la nieta. No obstante, sería un punto a discutir si la nieta empezase a buscar activamente el contacto con la abuela por medio de sesiones de espiritismo o con la ayuda de un vidente y cómo influiría esto en su estilo de vida.

A veces escuchamos de encuentros pequeños, llamativos, que dejan en el observador la sensación: “de repente sabía que él (o ella) estaba ahí”.[14] Por ejemplo:

El libro favorito del difunto ha cambiado su lugar. El retrato de la madre en la pared que estaba inclinado ahora está bien colgado. El perro se comportó tan raro como si quisiera saludar a su amo recién fallecido. Ayer cuando vi un pajarito en mi ventana sabía que ahí estaba mi mujer recién fallecida. A veces en los sueños se encuentran a los muertos muy reales, se puede escucharlos o verlos.

Con estas observaciones – en el dolor (o en un estado emocional de ambigüedad, ya que la muerte de una persona también puede implicar un gran alivio… algo que no se atreve a reconocer) poco después de su muerte y a veces aún más tarde – se nos cuentan coincidencias con personas difuntas. Nuestra tarea de cura de almas en estos casos es abstenernos del impulso inmediato de subsumir estos relatos bajo unos conceptos determinados de procesar el duelo, o de detectar una forma patológica del luto. Escuchamos al que nos cuenta sus experiencias con respeto y sabiendo que su dolor y su duelo son impenetrables para otros y que puede llevar a una región entre vida y muerte que sobrepasa todos nuestros conceptos básicos de la cotidianidad. Se trata de ofrecer al otro un espacio donde puede desplegar lo que ha experimentado y encontrar el significado que esto tiene para él mismo. Aunque cuando el cura de almas no comparta la interpretación o la comprensión que el otro hace de sus experiencias, por ejemplo si rechaza el intento de entrar en contacto con personas fallecidos por medio de un vidente o en sesiones de espiritualismo, es importante la ayuda que presta a su cliente en dejarle hablar y encontrar palabras para lo ocurrido, y que no lo deje solo. Si el cura de almas no corta el contacto con su cliente en este tema, aguantando lo extraño, puede llegar a preguntarle: ¿Qué es lo que probablemente el muerto quiso decirle por estas señales o por su apariencia? El cura de almas puede proponer que el cliente pregunte justamente por esto en el próximo encuentro con la persona fallecida: “¿Qué me quieres decir?” Puede que así se revelen cosas en la relación con el difunto que habían quedado abiertas, o que todavía no se habían podido despedir sinceramente. Puede que algo quedaba pendiente entre ellos. Con la solución de estas preguntas, a menudo, termina el contacto con el difunto. No vuelve a aparecer.

El aspecto de los asuntos abiertos y los conflictos que quedaron sin solucionar nos conduce también a formas de encuentros con muertos que incriminan, que son pesadas, amenazantes, inclusive ponen en peligro la vida de los enlutados. En estos casos se aconseja una forma de cura de almas muy diferente a lo que conocemos hasta ahora.

Una mujer cuenta que se la aparece con regularidad su marido fallecido. Esto le hace muy mal, porque siempre él le recuerda una culpa que tiene con él y que esta culpa la duele y ahora parece que tiene que quedarse con ella eternamente. El carácter irreversible de la muerte provoca que la mujer sea privada de cualquier posibilidad de actuar. Después de una larga conversación, una pastora propone a la mujer poner la culpa en manos de Dios por medio de un acto de confesión. Luego, tras recibir el perdón de Dios, en el próximo encuentro con su marido, le aconseja pedir también a él el perdón de esta culpa. La mujer está de acuerdo y celebran la confesión y el perdón del pecado a través de un pequeño ritual. Después de un tiempo la mujer cuenta a la pastora que se disculpó con su marido y que luego las visitas del hombre perdieron su carácter amenazante. De vez en cuando la mujer sueña con su marido, pero los encuentros son de otra índole, más agradables.[15]

Además del perdón, la bendición es otra herramienta pastoral.

Una señora ha cuidado su marido en el último tiempo antes de su fallecimiento. Al preparar el sepelio la señora cuenta al pastor que el carácter de su marido en ese tiempo había cambiado mucho, hasta se había puesto muy malo, malvado, con ella. Después de la muerte del marido la señora se muda a la casa de su hijo. Éste llama un día al pastor informándole que su madre tenía que ingresar en un hospital con fuertes dolores del corazón y que a pesar de que los médicos no encontraban ninguna razón, su estado era muy grave. Al visitarla la señora cuenta al pastor de nuevo el cambio que se operó en el carácter de su marido y le dice: “mi marido me amenazó: cuando muera voy por ti y te busco para llevarte conmigo”. Actualmente la señora es puro miedo, esperando que cada momento entre su marido para llevársela. El pastor cuenta:

“En ese momento me di cuenta que no podía seguir más con empatía y entendimiento. Tenía que enfrentar esta amenaza y me apoyaba en la autoridad de mi ministerio. Le expliqué entonces que los muertos que están con Dios no tienen ningún poder sobre nosotros, los vivos. Dije que ya con el bautismo cada uno de nosotros tiene una relación indestructible con Dios. Finalmente terminé mi visita con el ritual de la bendición de la señora afirmándola bajo la protección de Dios y aclarándole que Él, de ninguna manera, concede poder a los muertos sobre los vivos”.

Unos días más tarde el pastor se enteró de que el estado de la señora había mejorado mucho y que le habían dado de alta. Agrega el pastor que después de la visita se sintió físicamente agotado y que esta visita le había costado todas sus fuerzas.[16]

En estos dos ejemplos se ve cuán importante es que el cura o la curadora de almas no solamente escuchen empáticamente, reduciendo sus propias intervenciones al mínimo, sino que el cura de almas tienen algo que decir cuando la situación lo requiere. Esto lo hace no solamente como persona privada, individualmente, basándose solamente en su propia fe, sino que habla por la autoridad que le otorga su ministerio como representante del que le manda, habla por un poder supraindividual. La conversación sobrepasa los límites de lo humano y se vale de la estructura triangular (cura – cliente – Dios) de cada encuentro de cura de almas: sea en la situación donde la curadora de almas recibe el poder de perdonar una culpa, sea en el caso donde se enfrenta con una maldición que amenaza la vida de su cliente. Los encuentros con difuntos siempre tienen un carácter trascendental porque en ellos el más allá toca a nuestra realidad normal, cotidiana. Si esta transcendencia se vuelve una “transcendencia negativa” en el sentido de convertirse en una privación o una amenaza de la vida, entonces la fe cristiana, como presupuesto de cada cura de almas, ofrece la posibilidad de enfrentarse a esta transcendencia negativa. Contrapone a este poder de la muerte el poder de la salvación universal en nombre y por la autoridad de Dios Creador y Salvador. En el primer caso citado como perdón de los pecados, en el segundo caso como bendición de Dios que quita la influencia de la maldición. La herramienta de la que dispone el cura o la curadora de almas en ambos casos es un ritual reconocido y apoyado en su eficacia por la evocación de lo sagrado en medio de nuestra realidad.

El teólogo práctico Manfred Josuttis investigó sobre las fuerzas de bendición y elaboró el concepto de una cura de almas basándose en las energías y potencialidades espirituales.[17]  Es  importante  para  este  concepto  energético  de  cura  de  almas  la antropología religiosa. Josuttis explica que la antropología religiosa cuenta con conflictos religiosos. Y estos conflictos no se limitan a instancias psíquicas internas ni a procesos interaccionales. Los conflictos que conoce la antropología religiosa son disputas entre poderes que se dan en el campo social y político, en las relaciones entre humanos y en las tensiones intrapsíquicas, pero también, y más que nada, en la relación con Dios, aquélla que constituye su postulado principal. Manfred Josuttis toma en serio la presencia del poder divino. Publicó unas observaciones muy críticas frente a un concepto poiménico dominado por la recepción de la metodología psicoterapéutica.

Ajeno a un biblicismo fundamentalista, pero a la vez preocupado por la pérdida de las propias fuentes religiosas, Josuttis encontró la razón por la cual la cura de almas se entregaba con tanto entusiasmo a las psicoterapias en tres puntos:

  1. Con el pretexto de escuchar empáticamente y de dejar que el cliente hable los curadores de almas tapaban la falta de un lenguaje religioso
  2. La renuncia de ser directivo y tomar las riendas en las entrevistas pastorales fue apoyada por una debilidad del yo pastoral muy común entre los
  3. La empatía y la actitud de aceptar al otro a todo coste es expresión del miedo frente a cualquier conflicto dentro de los círculos eclesiásticos.

Con una antropología religiosa y una fenomenología de lo sagrado Josuttis logra despertar de nuevo la atención de la poiménica a los poderes que constituyen el campo de acción de la cura de almas. Josuttis resume su programa: “Lo sagrado viene al mundo por medio de fuerzas de bendición.”[18] Para la cura de almas hay que reconocer en consecuencia que: “en la preocupación profesional por las almas obra

– ¿a veces, siempre? – un poder que los participantes no conocen, al menos no dominan.”[19] El trabajo de cura de almas se parece, según este concepto de Josuttis, al oficio de un electricista que crea caminos para la descarga y la distribución de las corrientes: “Cura de almas consiste en la realización del campo de fuerza del Espíritu Santo por la creación de una resonancia mórfica, de tal manera que se aparten poderes dañosos y corrientes curativas creen estructuras nuevas.”[20]

 Al contrario de lo que aprendemos de las escuelas psicoterapéuticas que nos dicen que todo lo negativo – en su extremo la muerte – lo tenemos que integrar, con un esfuerzo psíquico, como la sombra que pertenece a nuestra vida, activando todas las fuentes individuales que tenemos a nuestra disposición, el teólogo Josuttis apunta a una clara separación y a una expulsión del malo por medio de los rituales supraindividuales como la bendición, la confesión y el perdón de los pecados, el recurso al bautismo, y la administración de la santa cena.

 

  6. Resumen

 Los curas y las curadoras de almas a veces escuchamos relatos de encuentros con personas fallecidos. Si nos prestamos para la escucha de estos relatos y nos abstenemos de integrarlos rápidamente en nuestros conceptos racionales del mundo – nivelándolos de esta manera – puede ocurrir que estos relatos nos afecten en cierta manera; no nos dejan en paz. Hemos visto cuán difícil – y a veces vergonzoso – es hablar de este tipo de encuentros con un mundo del más allá. Tanto el que cuenta este tipo de experiencias como la persona que las escucha, tienen que contar con la posibilidad de no ser tomados en serio, con intentos de racionalizar, minimizar, o quitar importancia a semejantes experiencias. Un tema básico de la cura de almas es que nos vemos obligados a reconocer que nuestra realidad de todos los días, lo obvio y lo evidente, no es la única realidad. Si estamos dispuestos a escuchar abiertamente sin prejuicios a nuestros clientes nos vamos a encontrar, a menudo, con diferentes realidades. Se nos abre el mundo de los cielos y la tierra en un tamaño que nos puede dar vértigo y que traspasa todo nuestro entendimiento. Para el encuentro con estos mundos, estas realidades, más allá de los límites de nuestros propios conceptos, Wolfgang Drechsler cita al apóstol Pablo que señala el marco y el fundamento que apoya y sostiene todos nuestros encuentros de cura de almas.[21] En su carta los romanos en el capítulo ocho, versículos 37 al 39 Pablo escribe:

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.

 

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[1] Agradezco a David Buendía, teólogo y querido estudiante mío, que en su tesis final presentada ante la Facultad de teología SEUT, Madrid, en junio de 2017 nos ha mostrado de nuevo el poder persuasivo de la salvación universal. David Buendía a base de un agudo estudio bíblico afirma la salvación universal como un “marco salvífico” divino que abarca toda la creación, excluyendo de esta manera la posibilidad de que un solo ser humano sufra una muerte eterna. Con esto contradice a la doctrina del doble destino, es decir niega la posibilidad de que un ser humano pueda perder su vida en un juicio final. Una doctrina que hasta hoy prevalece en muchas iglesias evangélicas en España y en todo el mundo.

[2] Ecl 9, 4-6.10; Sal 6,6; Apo 20,12; Mc 9, 43-44; Mt 13, 42, Mt 25, 46; 2 Tes 1, 7-9;…

[3] Manuel Nevado – José González, Acompañar en el duelo, Bilbao.

[4] Nevado/González, p. 76.

[5] Nevado/González, pp. 77s.

[6] Me refiero al articulo de Désirée Binder, Lebendig in unserer Seele – auch über den Tod hinaus (el 6 título traducido sería: Siguiendo vivo en nuestra alma- inclusive más allá de la muerte), in Wege zum Menschen, 69. año. pp. 439-443 Göttingen 2017.

[7] Este texto se basa en el artículo: Wolfgang Drechsler,“Heute Nacht war meine verstorbene Schwerter 7 bei mir…”. Grenzerfahrungen in der Seelsorge (el título traducido sería “Hoy por la noche mi hermana fallecida estaba conmigo…” experiencias límite en la cura de almas), en Wege zum Menschen, 69. año, cuaderno 5, setiembre/octubre de 2017, pp.421-438. Los ejemplos son resúmenes de casos encontradas en el articulo de Wolfgang Drechsler. La traducción en todos casos es mía. Conozco conversaciones parecidas de mi propia praxis de cura de almas. Si recurro a los casos ya citados por Drechsler es para asegurar el mayor anonimato posible a mis clientes.

[8] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 424.

[9] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 425.

[10] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 426.

[11] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 426

[12] Wolfgang Drechsler, op.cit. p.430.

[13] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 431.

[14] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 431s.

[15] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 433.

[16] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 433s.

[17] El libro al respecto es: Manfred Josuttis, Segenskräfte – Potentiale einer energetischen 17 Seelsorge, Gütersloh 2000; el título traducido sería “Fuerzas de bendición – potencialidades de una cura de almas energética.

[18] Manfred Josuttis, op. cit. p. 28

[19] Ibidem.

[20] Manfred Josuttis, op. cit. p. 39.

[21] Wolfgang Drechsler, op.cit. p. 438.

Ekkehard Heise

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