Posted On 02/05/2025 By In Opinión, portada With 854 Views

Se nos fue a todos y todas don Samuel Escobar. El adiós a un gigante | Eliana Valzura

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En 1974 se llevó a cabo el Congreso de Lausana de evangelización mundial, reuniendo a 2700 personas de 140 países. Las figuras eran Billy Graham y John Stott, ambos con recorridos rutilantes —en sus ámbitos— que por diferentes razones habían trascendido las fronteras. El lema del congreso era “Que la tierra oiga tu voz” y, con el correr de los días, otro lema fue ganando también terreno: “Que toda la iglesia lleve todo el Evangelio a todo el mundo”.

Samuel Escobar, René Padilla y Eliana Valzura

René Padilla y Samuel Escobar con la autora de este artículo, Eliana Valzura

No estuve allí por razones de edad, pero dicen que, superando a los organizadores ya mencionados, dos voces proféticas se levantaron desde Latinoamérica, cuestionando la evangelización como proselitismo, como conquista, como simple estadística de un gráfico de torta. Las concepciones de “pueblos alcanzados” o “almas convertidas” olvidaba lo esencial del mensaje jesuánico: las personas no son “objeto” de evangelización, las personas son personas, y se las debe considerar integralmente: ¿cómo pretender que “se conviertan” pero no atender a sus necesidades? ¿Qué es la misión? ¿Lograr “conversos” o llevar el mensaje integral del evangelio, que implica primeramente justicia? Dice el propio informe de Lausana:

En reacción a la preeminencia dada al “Evangelio Social” a principios y mediados del s. XX por el Consejo mundial de iglesias, (WCC), los evangélicos han descuidado su compromiso histórico con las implicaciones sociales del Evangelio. Esto cambió radicalmente en Lausana y en los años siguientes mediante la obra de Samuel Escobar y René Padilla, jóvenes y brillantes teólogos latinoamericanos y obreros entre estudiantes. En el artículo cinco del compromiso, Responsabilidad social cristiana, Stott capta la esencia de las palabras proféticas de Escobar y Padilla: “Afirmamos que Dios es tanto Creador como Juez de todos los hombres. Por tanto, debemos compartir su preocupación por la justicia y la reconciliación de toda la sociedad humana y por la liberación de hombres y mujeres de todo tipo de opresión… Expresamos nuestro pesar por nuestra negligencia y por haber considerado que el evangelismo y la conciencia social se excluían mutuamente. Aunque la reconciliación con otras personas no sea la reconciliación con Dios, el evangelismo no sea acción social, ni la liberación política salvación, sin embargo, afirmamos que el evangelismo y la implicación socio-política son ambos partes de nuestro deber como cristianos”[1].

El movimiento tectónico que estas intervenciones produjeron no dejó indemnes a los y las asistentes a ese Congreso, como se ve reflejado en su documento final. A partir de allí, una amplia producción teológica comenzó a desarrollarse desde una perspectiva latinoamericana: la teología de la Misión integral.

Don Samuel Escobar, nacido en Arequipa, Perú, en 1939, fue un teólogo prolífico y un expositor claro, humilde y abierto. No creo equivocarme si afirmo que nada es igual en la misión a partir de la obra de Don Samuel y su entrañable amigo, Don René Padilla.

Su concepción de la misión ya se manifestaba en Clade I, cuando expresó:

El descuido de los evangélicos frente al tema de la responsabilidad social se explica por razones históricas. La mayoría de nuestras iglesias provienen de misiones surgidas en el mundo anglosajón desde el siglo pasado, con un notable incremento luego del fin de la I Guerra Mundial. En algunos casos la teología o más bien la mentalidad pietista de estas misiones llevó a concebir la vida cristiana como separada del mundo. La hostilidad del ambiente católico o semipagano agudizó esta “separación”. De esta manera varias esferas de la vida de los creyentes quedaron desvinculadas de su fe. Por otro lado, el rechazo del mundo significó una separación de aspectos importantes de la cultura de su país. Pero quizás lo que afectó más nuestra actitud fue la polémica entre fundamentalismo y modernismo desde comienzos de este siglo, y el rechazo del fracasado “Evangelio Social”. Se llegó a identificar toda preocupación por los problemas sociales y políticos como intento de introducir “el evangelio social”, y al final se llegó al punto en que se disculparon la falta de compasión y obediencia como actitudes de “defensa de la fe”[2].

Para Don Samuel, la misión siempre debe ser “integral” y fundamentada en Jesús: el seguimiento de Jesús debe inspirar todas las acciones que, como personas y seres sociales, desarrollamos en la vida. Para ello, es necesario recuperar la integralidad del mensaje del evangelio y, además, la integralidad de la persona que ha de ser receptora de ese mensaje. Sin embargo, también hay que poner en su real dimensión la integralidad de la vida de la iglesia, para formar discípulos que sean pueblo de Dios inmersos en el mundo de hoy [3]. La misión de la iglesia, dice más adelante, no puede reducirse a lograr la “conversión personal”.

El término “integral busca una diferenciación con formas truncadas de acción misionera, que reducen la misión seleccionando solo una parte de la enseñanza de la Palabra de Dios, solo un aspecto del evangelio, solo una parte del imperativo divino, en última instancia solo una dimensión de la persona y la obra de Jesucristo[4].

No pretendo hacer aquí un estudio exhaustivo del legado de Don Samuel, lo que sería imposible, sino dar cuenta del impacto que produjo en mi derrotero teológico dar fortuitamente con su obra y la de Don René, hace ya muchísimos años, en los ’90, cuando en el contexto eclesial en el que me movía se estaba en las antípodas de su pensamiento y, por tanto, yo ni siquiera había oído hablar de ellos (y de tantos otros y otras que conocí a partir de ellos).

En 2010 fui invitada a Lausana II, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, como “premio” por haber concluido con éxito mis estudios de Maestría en Teología. Yo ya no era la joven de los ’90 que amanecía a todo un universo nuevo, razón por la cual fui al Congreso, primeramente, como experiencia desafiante, y luego con posición sólidamente tomada: sabía qué me encontraría y sabía que de seguro iba a debatir fuerte en los grupos de reflexión. Así fue.

Entre “guerras espirituales”, “mapeos”, “conquistas”, “Ventana 10/40” y otras ponencias de este tenor (conste que no voy a nombrar a ninguno de los ponentes de estas “genialidades”) hubo algunas participaciones destacadas. Sin embargo, a Don Samuel y Don René les otorgaron un breve espacio de tiempo casi secundario. Así y todo, para mi avidez de alimento sólido, la de ellos, tan grandes y tan humildes, fue la participación más importante.

Me lo crucé a Don Samuel en un pasillo, entre plenaria y plenaria, lo paré —¿quién era yo? —, se paró sonriente —humilde, sonriente y bonachón— y recibió mi saludo como si me conociera de siempre. Don Samuel, me atreví a preguntarle, ¿hacia dónde va la iglesia? ¿Cómo seguir siendo pertinentes en este mundo de hoy? ¿no será que hay muchas formas de ser iglesia? Me miró con cariño, me contestó con calma, como si no tuviera nada más importante que hacer que atender a las requisitorias de esta argentina, y luego me abrazó con mucho más que la amabilidad que requieren las formalidades.

Hoy, que ya se ha ido, no dejo de pensar en los liderazgos humildes frente a las estrellas rutilantes, no dejo de rumiar cuánto les debemos a aquellos que pensaron antes que nosotros y nosotras siquiera nos hayamos puesto a pensar, incluso si luego nuestro itinerario teológico tomó por otras derivas.

Por eso le estoy rindiendo un sentido y agradecido homenaje, de todo corazón.

Gracias, Don Samuel, y hasta siempre.

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[1] https://lausanne.org/es/global-analysis/lausana-74

[2] Escobar, S. (1969). La responsabilidad social de la iglesia. (Ponencia en Clade I)

[3] Escobar, S. (2003). Una cristología para la misión integral. En Arana Quirós, P., Escobar, S. Padilla, C.R. El trino Dios y la misión integral.

[4] Ibid. P. 86

Eliana Valzura

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