Posted On 27/05/2025 By In Opinión, portada With 150 Views

Sociedad enferma acude a los pies de Jesús | Keila Coss Pabellón

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Cuando examinamos el pasaje bíblico de Mateo 15. 29 al 31 meditando en los eventos internacionales más relevantes del hoy, quedamos perplejas al ver la exactitud con que Mateo describe las condiciones de una multitud enferma a los pies de Jesús.

Antes de esta narración, Jesús sanó en varias instancias y realizó actos portentosos. Cuando Jesús llega a la región cerca del mar de Galilea y sube al monte con sus discípulos y se sienta allí, con solo sentarse atrae la curiosidad de la multitud por su ciencia y sabiduría, y el correr de las voces por los milagros que había hecho ya en tantos otros y otras.

En este pasaje observamos con admiración y esperanza al Jesús misericordioso, al Jesús sanador, al Jesús de origen judío que algunos rechazaban pero que otros buscaban para aliviar sus circunstancias agonizantes.  La persona de Jesús era desconocida para muchos, pero reconocida y señalada por sus obras audaces, impresionantes, radicales y controversiales.

Hay enfermedades físicas, pero también las hay espirituales. Algunas de ellas las provocamos y nos llegan a raíz de selecciones pecaminosas.  La plenitud prometida de Dios para la humanidad, algunos la han desechado pero el mismo Dios que nos creó aún mantiene su oferta de sanidad para todos y todas a través de su Hijo Jesús. Esta oferta sana, salva, libera y regenera.

Al igual que aquella multitud, las gentes del hoy, los lideratos del hoy, las Naciones del hoy, padecemos no de uno sino de varios males y condiciones enfermizas de las cuales necesitamos liberarnos urgentemente: la enfermedad de la insensibilidad,  el padecimiento de la marginación de las personas extranjeras y latinas, el padecimiento de los arranques decisionales violentos de gobernantes y presidentes de las naciones, la enfermedad contagiosa del impulso de guerra, el deseo oscuro de dar muerte a lo que no aceptamos por falta del amor de Dios en nosotros y la enfermedad de las injusticias.

La libertad de conciencia apela a nuestros sentidos de manera profunda cuando nos toca ver de cerca las injusticias cometidas a la clase trabajadora por líderes corporativos y líderes del sector público gubernamental en puestos de eminencia, que por abuso del poder deciden continuar pisoteando a los menos privilegiados oprimiéndolos con salarios de pobreza ante una economía que cada vez más aprieta y ahoga.

Los reclamos de los trabajadores no cesan, y los egos inflados de poder de los políticos tampoco. La mujer sindicalista en mí ha sido testigo de las acciones injustas de políticos arrogantes. Cuando hemos sido testigos, no nos podemos quedar calladas. Cuando eres liderada por el principio evangelizador de Jesucristo tienes que alzar la voz hasta decibeles indescriptibles en nombre de la Justicia Divina. Quienes tienen luz verde en el hemiciclo de la Casa de Gobierno para proponer leyes equitativas, igualitarias y justas no lo hacen por amor a sus propios intereses y por ganar discusiones frívolas y estériles entre ellos.

Nuestra sociedad es una en decadencia, a menos que provocados por las presiones de los malos unamos fuerzas para combatir la gran enfermedad de los sistemas de gobiernos agónicos de las naciones grandes y pequeñas que con su proceder intentan arroparnos hasta el asfixie. Sin embargo, como seguidora de Cristo todavía albergo una pizca de esperanza, y como dice Leonardo Boff (parafraseando su idea a mi lenguaje cotidiano): a causa del caos tendremos maneras creativas de salir adelante.

Durante la reflexión en estos versos tan claros y descriptivos de una sociedad enferma, pude visualizar las naciones cojas, los presidentes ciegos, las gobernadoras y gobernadores corruptos, los ciudadanos mudos y mudas, los líderes mancos y sordos, individuos con aparente y, tal vez, evidente carencia de equilibrio psíquico, y otros muchos más enfermos y enfermas del hoy.  ¿Acaso no puede el Jesús que conocemos manifestarse en milagros multitudinarios hoy?  Así como Él quitó la enfermedad de todas aquellas gentes en el monte, puede librar de sus padecimientos enfermizos, adicciones y desviaciones a la sociedad del hoy.

Tal como el pensamiento del teólogo Jürgen Moltmann plantea en su libro Dios en la creación, el Espíritu Santo es derramado sobre toda la creación existente, vivifica, conserva y renueva todo.

Ante tanta enfermedad, solo es necesario acudir a los pies de Jesús.  Él no nos defraudará, no nos marginará, no nos enmudecerá, no nos separará los unos de los otros y otras y de nuestras familias, en vías de hacer cumplir leyes ilegítimas como los fariseos.  En cambio, el Jesús al que acudimos nos escucha, no tiene manos y actúa en justicia, no tiene pies y va a todo lugar, no tiene ojos y ve a todos por igual; es justo, misericordioso y amoroso, por lo cual, no nos desamparará.

Keila Coss Pabellón
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