No siento escrúpulo por no poder orar.
Juntos el infinito y yo, yo
sin sentir lo más mínimo.
Igualito que si Dios no existiera.
Simplemente nada. ¿Cabe con respecto al infinito
intimidad mayor?[1]
E.C.
El poeta y sacerdote Ernesto Cardenal cumplió 90 años de vida en 2015. Ahora ha partido definitivamente hacia la luz divina, en la que tanto creyó. Nacido el 20 de enero de 1925 en la ciudad de Granada, es, junto con el chileno Nicanor Parra, uno de los representantes de la más notable lírica latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Los premios más recientes que recibió fueron el Pablo Neruda en Chile (2009) y el Reina Sofía (2012) en España. Su compatriota Sergio Ramírez resumió muy bien las características de la producción literaria de Cardenal:
La naturaleza narrativa de esta poesía, que la acerca a las fronteras de la prosa y no pocas veces traspasa esas fronteras, es lo que se ha dado en llamar exteriorismo, término que puede prestarse a confusiones, pues parecería negar la dimensión íntima que esta poesía tiene, y que alcanza a plenitud cuando entra en el territorio místico, que es el de la confesión.
Lo que Ernesto hace es utilizar los elementos del mundo exterior, ese que creemos visible y palpable, para trasegarlos hacia la intimidad y hacer que nos hablen al oído y nos enseñen que aun lo más prosaico posee un misterio. Una poesía que se aleja de la abstracción para acercarnos a las emociones, y tiene una memoria visual.[2]
La larga trayectoria de este poeta tuvo estaciones en México, Costa Rica, Estados Unidos y Colombia, lugares en donde residió por motivos de estudios y de exilio político; en el último país fue ordenado sacerdote. Su etapa como ministro de Cultura del gobierno sandinista es de las más conocidas, sobre todo por el penoso incidente que protagonizó en 1983 cuando el papa Wojtyla visitó su país y lo amonestó públicamente por su doble militancia religiosa y política. La vertiente místico-cósmica de su poesía y de su pensamiento también es destacada por Ramírez:
…en su ascensión mística hay una ambiciosa exploración del origen del universo; y así como antes ha aprovechado los documentos de la historia para componer sus poemas narrativos, ahora lo que utiliza son los textos científicos, de la física cuántica a la astronomía, la geología, la biología, la antropología, para componer su crónica del universo. […]
Un gran final de fiesta que funde los misterios de la creación y los de la existencia, el cosmos y el microcosmos, y va de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y la mirada mística busca en el Creador la explicación de todas las cosas, amor, muerte, poder, locura, pasado y futuro, formas todas de la eternidad.[3]
Vida en el amor: La espiritualidad fruto de la lucha cotidiana
Para quienes no están familiarizados con el lenguaje de la mística cristiana, Vida en el amor puede parecerles algo exótico, extraño, un atentado contra su paladar espiritual. Pero lo cierto es que la conjunción entre la genuina poesía y la profunda reflexión cristiana es lo que le permitió a este poeta-profeta encontrar el tono justo para empatar ambas experiencias en una: el goce estético del lenguaje trabajado con fidelidad a sus raíces y la afirmación de una fe bien situada, contextual, y sólidamente liberadora. Los que suponen que Cardenal tuvo que esperar el surgimiento de la teología de la liberación para hablar poéticamente como lo ha hecho, ignoran que desde hacía décadas se encontraba sumergido en una búsqueda que daría como frutos sus versiones de los salmos, publicadas por primera vez en 1964 y este magnífico libro en prosa de 1970, justamente en los años de la protesta y las luchas revolucionarias. Así, podría decirse que Cardenal hizo la revolución espiritual con el arma por excelencia: el lenguaje que brota de un corazón poseído por la certeza de la fe y que eso no le impidió participar en la lucha concreta para librar a su país de la dictadura.[4]
Mientras muchos de sus compañeros estaban en las trincheras para expulsar al tirano, Cardenal luchaba casi literalmente, cuerpo a cuerpo con Dios. Acaso la razón de este lenguaje que mezcla lo cotidiano con lo altamente político y espiritual sin demeritarse mutuamente, sea la experiencia de un autor que antes de ser sacerdote experimentó todos los placeres de la vida, incluido el amoroso. Eso le permite ahondar en el trato con Dios de una manera singular que no elude los más inéditos resquicios para valorar la pérdida de todos los demás bienes para quedarse “únicamente” con Dios. También es digna de mención su labor como promotor de una comunidad contemplativa en una isla del Lago de Nicaragua, en donde se inició la lectura popular de la Biblia, fruto de la cual es El Evangelio en Solentiname (1976, 1979), obra pionera de lo que serían más tarde las comunidades eclesiales de base por toda América Latina.[5]
Vida en el amor es el testimonio de esa entrega, esto es, de la decisión por hacer de Dios el compañero íntimo y de afrontar las consecuencias de ese amor absoluto. En la experiencia mística, entregarse a Dios es un auténtico matrimonio espiritual, en la línea del Cantar de los Cantares, del Apocalipsis, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Las “bodas místicas” del alma con Dios representan las alturas más grandes a que puede aspirar la fe. Por ello, en la lectura del libro es posible acceder al constante efluvio de un corazón libre, feliz y sinceramente enamorado de Dios, pues Él se había enamorado primero, según dicen las cartas de Juan.
Formado por apuntes, pensamientos y meditaciones de los días que el autor pasó en un monasterio de Kentucky mientras guardaba un voto de silencio, Vida en el amor es un itinerario de fuego en el que se alcanzan diversas etapas de encuentro con el Dios de Jesús, quien llegó a la vida del poeta para no salirse jamás. La mística, entonces, se convierte en una experiencia de lo sagrado que rebasa cualquier forma de aprendizaje eclesiástico de fórmulas espirituales o técnicas de acercamiento a la superación religiosa, porque después de todo, “Dios es la patria de todos los hombres”,[6] sólo que la experiencia de fe sólo está reservada para unos cuantos.
La mística militante
Luego de asimilar la influencia de Pierre Teilhard de Chardin (palpable también en Cántico cósmico, 1989, y Versos del pluriverso, 2005), Cardenal emprendió su propio camino reflexivo en Cuernavaca al redactar Vida en el amor entre 1959 y 1961. Luce López Baralt lo compara con El medio divino (1957) del jesuita francés y con Semillas de contemplación (1949), del monje y también poeta Thomas Merton, quien fue su maestro en el monasterio trapense de Gethsemani, Kentucky.[7] Ni en Salmos ni en Gethsemani, Ky (1960) Cardenal se atrevió a expresar su experiencia mística en verso.
Sobre la influencia teilhardiana, el poeta nicaragüense ha escrito:
Creo que Chardin puede ser un puente entre cristianismo y marxismo, al igual que lo es la teología de la liberación. […] Según él, la evolución es un proceso desde el gas original hasta las sociedades actuales y la humanidad futura […] Un cristianismo anterior al de Chardin era incompatible con el materialismo dialéctico y con el materialismo histórico y científico”.[8]
Por ello, las primeras palabras de Vida en el amor son paradigmáticas en esa visión “franciscana”, ambientalista y evolucionista de la naturaleza:
Todas las cosas se aman. La naturaleza toda tiende hacia un tú. Todos los seres vivos están en comunión unos con otros. El fenómeno del mimetismo hermana a todas las plantas y animales y cosas: hay insectos que imitan a las flores y flores que imitan insectos, animales que imitan el agua o las rocas o la arena del desierto o la nieve o los bosques o a los otros animales. Y todos los seres vivos se aman y se comen unos a otros en ese vasto proceso del nacimiento y del crecimiento y de la reproducción y de la muerte.[9]
E incluso en esa cadena biológico-religiosa aflora la vertiente erótica: “En la naturaleza todo es mutación y transformación y cambio de unas cosas en otras, y todo es abrazo, caricia y beso”.[10] Como señala López Baralt: “Cardenal se inicia en toda forma en el discurso literario místico con Vida en el amor […] Se trata del libro más gozoso, más compasivo y más armónico del poeta, en el que salta a la vista el júbilo del místico reciente que ha descubierto que ese amor avasallante es el centro ontológico del universo”.[11] “Hemos sido creados para unas nupcias”, nos alecciona con certeza espiritual extrema. Siguiendo las enseñanzas evolucionistas de Chardin, Cardenal intuye que todo evoluciona hacia el amor, que constituye el “cemento que une el universo”.[12]
Espiritualidad cotidiana
Las más de 40 secciones en prosa de Vida en el amor pueden ser vistas como un auténtico itinerario espiritual, un viaje por los senderos de la fe que se autonombra y se pregunta continuamente por la relación con Dios, el cosmos y las demás personas. Pionero de una comprensión de la espiritualidad que rompe los esquemas tradicionales, forma parte de un proyecto poético que reorientó su rumbo desde que Cardenal asumió la fe cristiana como razón de su vida.
Thomas Merton dice en el prólogo (fechado en enero de 1966): “En una época de conflicto, angustia, guerra, crueldad, confusión, el lector se podrá sorprender con este libro que es un himno al amor, y que nos dice que ‘todos los seres se aman’”.[13] La visibilidad del mundo, señala en otro momento, le ha servido a Cardenal para redescubrir la presencia de Dios en todos los seres y las cosas más allá del panteísmo que podría sugerir esta manera de apreciar todo lo creado. Y concluye: “Aquí hay algo más que una doctrina sistemática: hay una intuición de la profunda verdad de la vida cristiana: el cristiano está unido a Dios en Cristo por el amor. Este libro es completamente tradicional —a veces como san Agustín o los místicos del ‘desposorio’ de la región del Rhin— y completamente moderno…”.[14]
El epígrafe del libro no podía ser otro que I Juan 4.16: “Dios es amor, y el que vive en el amor, en Dios vive y Dios en él”. Asimismo, Cardenal se reencuentra con autores que han celebrado la vida de una manera libérrima: “‘Encuentro cartas de Dios dejadas caer en la calle, y todas ellas están firmadas por Dios’, dice Whitman. Y la hierba verde es un pañuelo oloroso con las iniciales de Dios en una esquina, como dice Whitman, que Él ha dejado caer intencionalmente para que lo recuerden”.[15] Mucho del estilo poético de Cardenal se debe a la profunda influencia de Ezra Pound, a quien tradujo junto con su amigo José Coronel Urtecho, otro grande de la poesía nicaragüense.
Creador e indagador de un lenguaje de fe que ha renovado la visión tradicional de la mística, puesto que su filiación poética en América Latina lo colocaba desde hacía tiempo al lado de los grandes nombres, a Cardenal le sucedió algo similar al poeta mexicano Javier Sicilia, quien encontraría fuertes coincidencias con la teología de la liberación. Antecedente directo de Beber en su propio pozo (1984), de Gustavo Gutiérrez, Vida en el amor es un canto de amor a todo lo creado porque permite encontrarse con Dios en cada realidad. Como afirma López Baralt: “El misticismo de Cardenal es ya, desde este ensayo, unitario: el cosmos está en gozosa interdependencia y todo es sagrado en él, desde Romeo ‘en oración’ ante Julieta hasta el ratón que cantara Whitman y que nuestro poeta evoca con tanta fraternidad”.[16]
Poeta-profeta de la liberación
El título de esta sección hace referencia a un libro publicado en Argentina en 1975, en el que se reconocía la faceta liberadora de la poesía del nicaragüense Ernesto Cardenal. Ya desde entonces se percibía el impacto de su visión estética y religiosa. Patriarca por partida doble: de la gran poesía latinoamericana del siglo XX y del cristianismo nuevo que se atrevió a subrayar, mediante testimonios innegables, su carácter libertario y profético. Porque esas dos facetas se conjugan muy bien en la persona y en la obra de Cardenal: por un lado, un trabajo lírico intenso, reconocible desde sus primeros años, y una intención dialogante, contextual, crítica, desde el momento en que el poeta se asumió como una voz más al servicio del cambio social. En ese volumen colectivo, Fernando Jorge Flores escribió lo siguiente: “…—como [José Porfirio] Miranda— Cardenal no pretende señalar paralelismos o semejanzas entre el cristianismo y el marxismo. Quiere afirmar el mensaje liberador de las injusticias contenido en la Biblia y de allí hacer brotar espontáneamente las coincidencias con las verdades del marxismo”.[17]
Acaso el momento más álgido y visible haya sido cuando en 1983 Karol Wojtyla lo amonestó públicamente por causa de su militancia política desde el gobierno sandinista, una cercanía que desde 1977 se hizo tan clara y que colocó al poeta en la primera línea de la resistencia contra el somocismo. La gran lección evangélica de Solentiname experimentada como un proyecto místico, artístico y social lo catapultó hasta la vanguardia de la revolución que triunfaría dos años después. Ya en el poder vendrían momentos claves en el camino a dejar una huella honda desde el Ministerio de Cultura que presidió, sobre todo en la promoción de la poesía misma, las publicaciones y el arte popular por todo el país.
Lejos quedaban los años de un Cardenal muy conocido, sobre todo entre la juventud que ha memorizado sus ya clásicos Epigramas (1961), poemas amorosos o de despedida, como aquel que dice:
Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras lo que yo más amaba;
y tú, porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti,
pero a ti no te amarán como te amaba yo. [18]
Y también se alejaban, aunque eran parte crucial del sustrato de todas las acciones que realizaba, los momentos vividos en el monasterio de Gethsemani, Kentucky, al lado de ese otro gran poeta-sacerdote que fue Thomas Merton. Fruto de esa estancia con voto de silencio en Estados Unidos sería Vida en el amor (1970), manifiesto místico a la altura de los grandes creyentes de la cristiandad de diversas épocas. Los poemas escritos allí también lo encaminarían a la cúspide textual que representan los Salmos (1964), paráfrasis radicalmente contextuales del salterio antiguo.
Y qué decir de la “Oración por Marilyn Monroe” (1965), quizá el más atrevido de sus poemas y en el que funde radicalmente sus creencias con una mirada profética digna de Blake o Whitman, con un lenguaje que transfigura la realidad para verla desde un tamiz diferente, lo más ajeno a una mirada tradicional o moralizante:
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz).
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox.
El templo -de mármol y oro- es el templo de su cuerpoen el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox
que hicieron de tu casa de oración una cueva de ladrones.[19]
Las influencias de Ezra Pound y Teilhard de Chardin se irían tejiendo hondamente hasta desembocar en el Canto nacional (1972), el Oráculo sobre Managua (1973) y, por supuesto, el Cántico cósmico (1989), suma y cima de la gran poesía épica y exteriorista, de ojos abiertos hacia la historia y la ciencia (cada vez más):
El Cántico cósmico pertenece al más ambicioso conjunto de obras poéticas producido en las Américas a lo largo del siglo XX y en la lengua española de todos los tiempos. Está tan próximo como distante del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, de los Cantares (en inglés) de su maestro norteamericano Ezra Pound y del Canto general de Pablo Neruda.
Libros de poemas o poema-libro; poemas totalizadores tanto de la más acendrada experiencia mística, como de la historia de la tribu o de la especie y de la historia de las criaturas americanas. Estos son los libros y la poética familiar de Cardenal.[20]
Sin olvidar esos manuales líricos que son El estrecho dudoso (1966) y Homenaje a los indios americanos (1969). Como bien ha resumido Sergio Ramírez acerca de la combinación cardenaliana entre lírica, mística y política:
En esta visión monumental, donde todo se funde y se condensa, junto a la mística como íntima vivencia personal del poeta entra la exploración científica de los cielos, y entran también los recuerdos de su propio pasado, la vieja Granada de su infancia, las muchachas que amó en la adolescencia, los episodios de su juventud.
Un gran final de fiesta que funde los misterios de la creación y los de la existencia, el cosmos y el microcosmos, y va de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y la mirada mística busca en el Creador la explicación de todas las cosas, amor, muerte, poder, locura, pasado y futuro, formas todas de la eternidad.[21]
Otro momento culminante de encuentro con la realidad eclesial y teológica del continente lo fue cuando escribió la “Epístola a Monseñor Casaldáliga”. No obstante su escasa relación con la línea más “académica” de la teología de la liberación, eso no le impidió expresar fuertes opiniones sobre la cercanía entre cristianismo y marxismo, recogidas sobre todo en ese manual de diálogo entre ambas vertientes que es La santidad de la revolución (1976). En realidad, se trató de un feliz encuentro en diversas etapas, que no se advierten tanto en una interpretación simplista de muchos manuales y referencias históricas poco exactas, por lo que bien podría decirse que todo el itinerario poético de Cardenal es, en sí mismo, el recuento de una trayectoria vital en la que la fe se mezcla gozosamente con todo lo que de Dios se puede encontrar en el mundo.[22]
Poesía y mística: el Cántico cósmico
En el principio era el Canto.
Al Cosmos él lo creó cantando.
Y por eso todas las cosas cantan.[23]
E.C., Cántico cósmico, “Segunda cantiga”
En un estudio panorámico de la poesía latinoamericana que se convirtió en poco tiempo en una lectura obligatoria, Guillermo Sucre analizó en breves líneas la obra de Ernesto Cardenal como parte de un conjunto de escritores que enfrentaron lo que denominó “la trampa de la historia”. Entre ellos, aparecen el cubano Heberto Padilla, al chileno Enrique Lihn, al mexicano José Emilio Pacheco, y al peruano Rodolfo Hinostroza. Diversos registros poéticos, diversos abordajes de su realidad en cada uno. Sobre Cardenal, escribe: “A pesar de sus miserias, la historia para él esta penetrada de una teleología superior que conduce inexorablemente a la final felicidad sobre la tierra, al reino de los desposeídos. Cardenal es un ‘optimista empedernido’, y de ahí que esté más atento en el futuro”.[24]
Semejante opinión, expuesta en una época en que el poeta nicaragüense apenas se encaminaba, cuesta arriba, hacia la gran síntesis y cima de su obra lírica que vendría a ser Canto cósmico, expone muy bien la gran obsesión estético-literaria que se fue transformando en la conciencia de Cardenal para llevarlo hacia ese gran poema extenso (cerca de 600 páginas) que concentraría todas las influencias, hallazgos e intuiciones de su dilatada trayectoria literaria iniciada en los lejanos años 40. Ya para la época de Salmos (1964) y Vida en el amor (1970), acumulaba apuntes y notas que le servirían para vaciarse, casi literalmente en ese inmenso poema en el que desembocaría todo el océano de su caudal poético.
Sucre, con cierto tono irónico, marca muy bien los estadios que atravesó Cardenal hasta casi estar preparado para acometer el Cántico cósmico cuya escritura lo estaba esperando como un final previsto para un hombre de fe como él: de ser un “cronista acucioso e implacable”, se convertiría en “portavoz de la voluntad de Dios” o “de la Revolución”. No obstante, el también poeta y crítico venezolano señala muy bien la etapa “apocalíptica” o cataclísmica representada por ese otro gran poema que es precisamente “Apocalipsis”, que en la línea de los Salmos prefigura cuanto vendría después al asumir, con todas sus consecuencias estéticas, ideológicas y teológicas el legado espiritual de Teilhard de Chardin (Himno a la materia, El medio divino), su maestro indiscutible a la hora de poner a dialogar, sin ningún rubor, la fe con la ciencia y, por otra parte, el cristianismo con una fe ciega en la revolución social.
En aquel texto extenso, incluido en Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965), recuerda Sucre, Cardenal se refiere al “exterminio atómico universal” provocado por “la Bestia tecnológica”, es decir, los dictadores que antes fueron líderes revolucionarios: “…y lucharán contra el Cordero/ y el Cordero los vencerá”.[25] Ciertamente, “Apocalipsis”, con un tono de esperanza acorde con la sustancia del texto bíblico, anuncia lo que vendrá en el Cántico cósmico en su final mismo, quedando abierto como un compás de espera que sólo se cerraría con aquél libro de 1989:
y la Tierra estaba de fiesta
(como cuando celebró la primera célula su Fiesta de Bodas)
y había un Cántico Nuevo
y todos los demás planetas habitados oyeron cantar a la Tierra
y era un canto de amor.[26]
En “Coplas a la muerte de Merton” se advertía también el camino que seguiría su obra mediante un lenguaje místico, mezclado con referencias tecnológicas modernas, que ya no lo abandonaría nunca:
Vivimos como en espera de una cita
infinita.
que nos llame al teléfono
lo Inefable.[27]
Con ese bagaje a cuestas, y después de desempeñar las tareas gubernamentales con los sandinistas, Cardenal estaba preparado para redactar el Cántico cósmico. En palabras de la estudiosa puertorriqueña Luce López-Baralt, quien rastrea bien en la estirpe de dicho poema:
…el poeta ha pasado de la denuncia antisomocista de Oráculo sobre Managua hasta la celebración del triunfo del sandinismo en Vuelos de victoria. Y se sume ahora en la reflexión prolongada de un Cántico que forma escuela no sólo con el de san Juan de la Cruz sino con los Cantos de Ezra Pound, elCanto general de Pablo Neruda y aun con la Divina comedia […] El Cántico de Cardenal es, como el del poeta cósmico de Manhattan [Walt Whitman], un canto dinámico y colectivo, y de ahí que el poeta nicaragüense pueda afirmar el carácter plural de su canto con gozoso[28]
En la misma línea de análisis se mueve Julio Valle-Castillo, reconocido poeta nicaragüense también, al buscar en la tradición muchos de los elementos que constituyen el monumental trabajo lírico de su autor:
Con ellos y entre ellos hay que medir el Cántico cósmico, establecer sus puntos de contacto y, sobre todo, sus diferencias, que son las que lo hacen, las que configuran su individualidad. El Cantar de los Cantares nutre al Cántico espiritual de San Juan y ambos sustentan al Cántico cósmico. Si en San Juan de la Cruz el alma se convierte en Amada del Amado que es Dios, profundizando el lenguaje erótico de la sublimación mística, en el Cántico cósmico, la mencionada metáfora, acorde con las revoluciones científico-técnicas de este fin de siglo, amplía su radio de acción y sus elementos se multiplican.
La Amada y el Amado en ellos mismos transformados, también son: los núcleos de hidrógeno, de1 protón y e1 neutrón.
Es el universo, las galaxias, el cosmos convertido en Amada fundida con el Amado. El Cántico cósmico es una suerte de El Cántico de los cánticos como se llama la Cantiga 41.
Formalmente el Cántico cósmico deviene de Pound al emplear el más variado español americano, al incorporar diversos sistemas de signos y textos.[29]
Y es que, en efecto, las “cantigas”, de origen antiguo español, son la forma escogida para dar cuerpo al Cántico cósmico, en los albores del siglo XXI, que comienza así, con ecos del Génesis y del Cuarto Evangelio, además de un insistente diálogo con la ciencia astronómica:
En el principio no había nada
ni espacio
ni tiempo.
El universo entero concentrado
en el espacio del núcleo de un átomo,
y antes aun menos, mucho menor que un protón,
y aun menos todavía, un infinitamente denso punto matemático.
Y fue el Big Bang.
La Gran Explosión.
El universo sometido a relaciones de incertidumbre,
su radio de curvatura indeterminado,
su geometría imprecisa
con el principio de incertidumbre de la Mecánica Cuántica,
geometría esférica en su conjunto pero no en su detalle,
como cualquier patata o papa indecisamente redonda,
imprecisa y cambiando además constantemente de imprecisión
todo en una loca agitación,
era la era cuántica del universo,
período en el que nada era seguro:
aun las “constantes” de la naturaleza fluctuantes indeterminadas,
esto es
verdaderas conjeturas del dominio de lo posible.
Protones, neutrones y electrones eran
completamente banales.
Estaba justificado decir que en el principio
la materia se encontraba completamente desintegrada.
Todo oscuro en el cosmos.
Buscando,
(según el misterioso canto de la Polinesia)
ansiosamente buscando en las tinieblas,
buscando
allí en la costa que divide la noche del día […]
aun en las tinieblas,
crece en las tinieblas
la pulpa palpitante de la vida,
con el gozo de pasar del silencio al sonido,
y así la progenie del Gran Expandidor
llenó la expansión de los cielos,
el coro de la vida se alzó y brotó en éxtasis
y después reposó en una delicia de calma.[30]
Poesía y sacerdocio: vocaciones militantes
No había luz
la luz estaba dentro de las tinieblas
y sacó la luz de las tinieblas
las apartó a las dos
y ese fue el Big Bang
o la primera Revolución.
Palabra que nunca pasa
(“el cielo y la tierra pasarán…”)[31]
E.C., Cántico cósmico, “Segunda cantiga”
Ernesto Cardenal ha agregado su nombre a una larga lista de sacerdotes-poetas latinoamericanos, entre los que se puede mencionar, a vuelo de pájaro, a Azarías H. Pallais (Nicaragua), Ángel Gaztelu (Cuba), Manuel Ponce (México), Osvaldo Pol (Argentina), José Miguel Ibáñez Langlois (Chile, severo crítico de Cardenal) y, por supuesto, al obispo hispano-brasileño Pedro Casaldáliga, sin olvidar al puertorriqueño Ángel Darío Carrero. Ciertamente, no todos han alcanzado el nivel literario o místico del autor de Versos del pluriverso, pero la tradición poética y religiosa a la que pertenece sin lugar a dudas ha dejado una honda huella en el continente.[32] Esa tradición viene desde España, pues no se puede olvidar que muchos sacerdotes transterrados, hábiles para expresarse en verso, han recalado en muchos de nuestros países dejando escuela y seguidores valiosos.
Es el caso de Ángel Martínez Baigorri (1899-1971), quien hizo de Nicaragua su segunda patria (adonde falleció) y allí escribió buena parte de su obra, además de iniciar a otros poetas notables como Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez, Pablo Antonio Cuadra y el propio Cardenal, varios de ellos alumnos suyos en el Colegio Centro América.[33] Ángel poseído es el título de una recopilación poética que lo muestra en toda su dimensión “místico-conceptista”.[34] La influencia de este autor forma parte de la “prehistoria” de la poesía mística tan peculiar que desarrollaría Cardenal con el paso del tiempo.
Se ha destacado mucho el impacto de Thomas Merton y Teilhard de Chardin en el estilo expresivo de Cardenal, pero lo cierto es que desde una época muy temprana se anunciaba lo que vendría a cristalizar en el Cántico cósmico. Ejemplo de la orientación “exteriorista” y de concentración cercana a la mística son los poemas que escribió en el monasterio de Gethsemani, Kentucky. Otras influencias reconocidas en su trayectoria en los diversos ámbitos de su pensamiento son: José Porfirio Miranda, a quien debe el énfasis sobre el carácter revolucionario del cristianismo[35] y, posteriormente, en su seria afición por aspectos científicos, Bohm Poincaré y Richard Dawkins, entre otros.[36] López Baralt refiere que Cardenal incluso ha sido invitado “a expresar sus puntos de vista en el prestigioso Instituto Max Planck de Alemania, aventura singular que el poeta eleva a poema en sus libros tardíos”.[37]
Sobre la amplia evolución de esta vertiente poético-místico-científica, la estudiosa puertorriqueña agrega:
Cardenal ya venía celebrando los misterios de la ciencia en su Cántico cósmico, bien que siempre más de la mano de Teilhard de Chardin que de Darwin, pero su vocación científica ha hecho eclosión, como adelanté, en tiempos recientes. En sus Versos del pluriverso actualiza las reflexiones de los antiguos contempladores de las estrellas como Boecio, Ibn Gabirol y fray Luis de León desde las nuevas teorías astrofísicas y las leyes de la termodinámica. También pondera la relación de las emociones más hondas, como el amor y el deseo, a la luz de la nueva neurociencia.[38]
En otro momento, señala: “Superando incluso a Teilhard, habrá de fundir las teorías de Darwin no sólo con el pensamiento cristiano, sino con el misticismo”.[39] Ante semejante síntesis formal, ideológica y teológica, el atrevimiento cardenaliano resuena con una voz madura en el Cántico cósmico, en consonancia con la búsqueda persistente de que da fe toda su obra. Acaso por ello, con justa razón, José María Valverde dijo sobre esta poesía en expansión: “Ernesto Cardenal no es simplemente un poeta; su lectura nos cambia el mundo y nos llama a cambiar nosotros mismos ante el mundo”.[40]
Escuchemos otros ecos contemplativos, literalmente, de dicho Cántico:
Seres esencialmente cósmicos:
No podemos excluir a la tierra de la eternidad.
Esas luces allá arriba, la Jerusalén Celestial.
Si en matemáticas son infinitos los números,
los pares y los impares
¿por qué no una belleza infinita y un amor infinito?
Es una constante en la naturaleza
la belleza.
De ahí la poesía: el canto y el encanto por todo cuanto existe.
La tierra podría haber sido igual
de funcional, de práctica,
sin la belleza. ¿Por qué pues?
Todo ser es suntuario. ¿Necesario acaso que dieras
tan lujosísimas joyas
a tan efímeros peces
saltando este atardecer en el plan del bote?
Ámame, y si soy nada,
seré una nada con tu belleza en ella refractada.
Al fin y al cabo de la nada nació todo, nada vacía llena toda ella
de urgencia de ser.
Amor ciertamente fuera de este mundo sublunar.
Con esta vocación de algunos de un amor sin cromosomas…
Tu belleza te permite ser tirano.
Mirando en la noche esos mundos lejanos,
lejanos también en el pasado.
Estrellas del pasado. (Y el tiempo
es distinto para cada una de ellas.)
Alfa de Orión 5.000 veces más brillante que el sol.[41]
_____________________
[1] E. Cardenal, Telescopio en la noche infinita. Pról. de Luce López-Baralt. Madrid, Trotta, 1993, p. 65.
[2] S. Ramírez, “Los 90 años de Ernesto Cardenal”, en La Jornada, 8 de enero de 2015, www.jornada.unam.mx/2015/01/08/politica/026a2pol.
[3] Idem.
[4] Cf. E. Cardenal, La santidad de la revolución. Salamanca, Sígueme, 1976.
[5] Cf. Ignacio Dueñas García de Polavieja, Iglesia y revolución en Nicaragua a través de los testimonios orales: la experiencia de Solentiname, en Entelequia, www.eumed.net/entelequia/pdf/b016.pdf.
[6] E. Cardenal, Vida en el amor. Pról. de Thomas Merton. México-Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1970 (Cuadernos latinoamericanos, 3), p. 29.
[7] Cf. Thomas Merton-Ernesto Cardenal. Correspondencia (1959-1968). Madrid, Trotta, 2003.
[8] Cit. por L. López-Baralt, “Vida en el amor: hacia la fundación de la literatura mística moderna en Hispanoamérica”, en El cántico cósmico de Ernesto Cardenal. Madrid, Trotta, 2012, p. 52.
[9] E. Cardenal, Vida en el amor, p. 23.
[10] Ídem.
[11] L. López Baralt, op. cit., p. 49.
[12] L. López Baralt, “Vida en el amor /Vida perdida en el amor: el cántico místico de Ernesto Cardenal”, en www.caratula.net/ediciones/48/critica-lopezBaralt.php, p. 7.
[13] T, Merton, “Prólogo”, en Vida en el amor, p. 9.
[14] Ibíd., p. 21.
[15] Vida en el amor, p. 31.
[16] L. López Baralt, “Vida en el amor: hacia…”, p. 62.
[17] F.J. Flores, “Comunismo o reino de Dios. Una aproximación a la experiencia religiosa de Ernesto Cardenal”, en José Promis Ojeda et al., Ernesto Cardenal: poeta de la liberación latinoamericana. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1975, p. 169.
[18] E. Cardenal, Poesía completa. Tomo I. Xalapa, Universidad Veracruzana, 2007, p. 16.
[19] Ibíd., p. 195.
[20] Julio Valle-Castillo, “El poeta Ernesto Cardenal hoy cumple 90 años. Su historia aquí”, en La Prensa, Managua, 20 de enero de 2015, http://www.laprensa.com.ni/2015/01/20/cultura/1767871-el-poeta-ernesto-cardenal-hoy-cumple-90-anos-su-historia-aqui.
[21] S. Ramírez, op. cit.
[22] Cf. Francisco Javier Sancho Más, “Mística del profeta revolucionario”, en El País, 15 de noviembre de 2012, http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/15/actualidad/1353012866_513646.html.
[23] E. Cardenal, Cántico cósmico. [1989] Guadalajara, Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, 1991, p. 26. Edición española: Madrid, Trotta, 1991.
[24] G. Sucre, La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía latinoamericana. [1975] 2ª ed. corregida y aumentada. México, Fondo de Cultura Económica, 1984 (Tierra firme), p. 282.
[25] E. Cardenal, “Apocalipsis”, en Poesía completa. Tomo I. Xalapa, Universidad Veracruzana, 2007, p. 219.
[26] Ibid., p. 220.
[27] E. Cardenal, “Coplas a la muerte de Merton”, en Homenaje a los indios americanos, en Poesía de uso. (Antología 1949-1978). Buenos Aires, El Cid Editor, 1979, p. 284.
[28] L. López Baralt, “Es la tierra quien canta en mí este Cántico cósmico”, en El cántico cósmico de Ernesto Cardenal. Madrid, Trotta, 2012, p. 65.
[29] J. Valle-Castillo, “El poeta Ernesto Cardenal hoy cumple 90 años. Su historia aquí”, en La Prensa, Managua, 20 de enero de 2015, www.laprensa.com.ni/2015/01/20/cultura/1767871-el-poeta-ernesto-cardenal-hoy-cumple-90-anos-su-historia-aqui.
[30] E. Cardenal, “Cantiga 1”, “El big bang”, en Cántico cósmico, pp. 11-12.
[31] E. Cardenal, Cántico cósmico. [1989] Guadalajara, Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, 1991, p. 28.
[32] Cf. Juan Martínez Fernández, “Ernesto Cardenal y su obra poética”, en Tres caminos y nueve voces en la poesía hispanoamericana contemporánea. Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, pp. 197-335, http://media.cervantesvirtual.com/s3/BVMC_OBRAS/ff1/fb1/2e8/2b1/11d/fac/c70/021/85c/e60/64/mimes/ff1fb12e-82b1-11df-acc7-002185ce6064.pdf; y L. Cervantes-Ortiz, “La luz y la llama: apuntes sobre la poesía de tema religioso en América Latina”, en El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana. Ed. corregida y aumentada. Terrassa (España), CLIE, 2010, pp. 33-34.
[33] Ángel R. Fernández, “Presencia de un poeta español en Centroamérica”, en Príncipe de Viana, núm. 203, Pamplona, septiembre-diciembre de 1994, p. 695, www.navarra.es/appsext/bnd/GN_Ficheros_PDF_Binadi.aspx?
[34] Cf. Rosa María Paasche, Ángel Martínez Baigorri: místico conceptista. Gobierno de Navarra, 1992; y Á. Martínez Baigorri, Ángel poseído. Introd., sel. y notas de J. Bautista Bertrán. Barcelona, Ediciones 29, 1978. Cf. los poemas de Á. Martínez Baigorri incluidos en L. Cervantes-Ortiz, El salmo fugitivo, pp. 151-157.
[35] L. López-Baralt, “Una vida sub especie aeternitatis”, en El cántico cósmico de Ernesto Cardenal. Madrid, Trotta, 2012, p. 23.
[36] Ibíd., p. 45.
[37] Ídem.
[38] Ídem.
[39] Ibíd., p. 67.
[40] J.M. Valverde, “Prólogo”, en E. Cardenal, Antología. Barcelona, Laia, 1978, p. 12.
[41] E. Cardenal, “Cantiga 5. Estrellas y luciérnagas”, en Cántico cósmico, pp. 46-47.Cardenal
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