Posted On 14/06/2024 By In portada With 667 Views

Arcadio Morales y los 150 años de presbiterianismo en la capital mexicana | Leopoldo Cervantes-Ortiz

 

Dios mío, tú ves en qué estado me encuentro, no sé de qué parte está la verdad; pero Tú que no eres católico, ni protestante, ayúdame, no quiero que mi alma se pierda. Si esta religión nueva es la verdadera, permíteme que la abrace con todo mi corazón, y si aquella en la que he vivido es la tuya, entonces, Señor, no me permitas que la abandone ni un momento.[1]

Arcadio Morales

 

  1. El programa Sacro y Profano

El miércoles 17 de abril de 2024 se transmitió el programa Sacro y Profano conducido por Bernardo Barranco, en el Canal 11 de la televisión pública mexicana, un programa dedicado a abordar el 150º aniversario de la Iglesia Nacional Presbiteriana El Divino Salvador, la cuna del presbiterianismo en la capital del país (www.youtube.com/watch?v=GI_l4b7mzc8&t=348s). Participaron el sociólogo y periodista Carlos Martínez García y el autor de estas líneas. La fecha exacta del aniversario es el 24 de mayo, pues en esa fecha de 1874 Arcadio Morales Escalona (1850-1922), dirigente del grupo religioso contestatario que se identificó con esa tradición teológica y eclesial protestante, fue recibido como miembro formal e instalado como pastor. El programa consistió en una breve remembranza de la historia que comenzó en 1869 (a sus escasos 19 años) cuando Morales se acercó por primera vez a los cultos que presidía Sóstenes Juárez, uno de los iniciadores del movimiento de transformación religiosa en la Ciudad de México que daría origen por lo menos a tres denominaciones evangélicas: anglicana, metodista y presbiteriana. Ello demuestra que antes de la llegada de misioneros extranjeros ya existían diversos núcleos liberales y anticlericales que practicaban una fe distinta de la católico-romana.[2]

Toda esa historia ha sido ampliamente documentada por Martínez García, quien la ha dado a conocer en varias series de artículos al respecto en Protestante Digital desde hace varios años.[3] Los datos cronológicos de esos sucesos se citaron en el programa debido a la evolución del grupo religioso en cuestión, que en sus inicios peregrinó en varios lugares del Centro Histórico a medida que aumentaba la membresía y el compromiso de ésta con la doctrina evangélica/protestante. Martínez García se refirió a los dirigentes de esos movimientos, entre los que se incluye también a Agustín Palacios. Situó, asimismo, los acontecimientos en el marco de la presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada, sucesor de Benito Juárez, quien falleció en julio de 1872. Para entonces el grupo de Juárez se había reunido durante unos siete años y para el despegue de las denominaciones contribuyó la presencia de los misioneros enviados por las iglesias protestantes estadounidenses. Ya desde 1859 se formó el grupo conocido como los “padres constitucionalistas”, quienes intentaron formar una iglesia católica mexicana. Un caso similar, para el presbiterianismo mexicano, es el de Juan Amador, verdadero evangélico cuya labor religiosa, teológica y política acompañó a la promulgación de la Constitución de 1857, la cual celebró en los mismos días de su anuncio.[4] Personajes así, en ocasiones son relegados de las historias oficiales al dar mayor realce a las tareas de los misioneros de otros países.[5]

La Iglesia El Divino Salvador se ubica en la actualidad en Argentina 29, Centro Histórico de la capital, antiguo convento de Santa Catalina de Siena, sitio al que se trasladó en 1934, luego de ocupar, sucesivamente, un lugar en San José del Real 21, los salones del ex convento de Betlemitas números 6 y 8, en donde inició propiamente la congregación, la capilla exterior del Hospital Real de San José de los Naturales, posteriormente San Juan de Letrán 35, y actual Eje Central Lázaro Cárdenas, entre las calles actuales de Artículo 123 y Victoria. El segundo espacio, adquirido por el misionero Merril N. Hutchinson comenzó a utilizarse en febrero de 1877 y se desocupó hasta febrero de 1934 por causa de una nueva ampliación de la calle en cuestión. Este periplo también fue aludido en el diálogo entre Barranco y sus invitados, pues insistió en caracterizar a la iglesia presbiteriana como parte del establecimiento de la libertad de cultos en México.

Las dificultades que plantea la reconstrucción de vidas y procesos en el contexto del cambio religioso y social que aconteció durante la segunda mitad del siglo XIX obligan a discutir, con los datos que van surgiendo durante las investigaciones, los pormenores de su formación, actuación y proyección como “protagonistas menores” de las transformaciones que la historiografía en marcha ha mostrado. Los abordajes realizados dentro y fuera del espacio confesional muestran a Morales como una persona profundamente interesada en el cambio religioso, lo que lo llevó, incluso, a participar en reuniones de alto nivel con el presidente Lerdo de Tejada.

Al centrarse en la figura de Arcadio Morales se destacaron las varias facetas de su accionar como dirigente, pastor y escritor, especialmente en la revista El Faro, fundada en 1885, y en la que colaboró en diversos momentos como redactor. Quien Esto escribe mostró el número del 15 de junio de 1947 en el que se hace un recuento de las diferentes etapas de su vida. También salió a colación su trabajo misionero en varios estados de la República, así como la forma en que se remontó de sus orígenes humildes hasta convertirse en uno de los líderes protestantes más importantes a nivel nacional. En ello desempeñó un papel notable el hecho de que en 1901 fue electo como primer presidente del Sínodo de la Iglesia Nacional Presbiteriana, con lo que se involucró en todas las proyecciones de trabajo de la denominación hasta su muerte el 17 de junio de 1922. Morales tuvo una participación fundamental en la creciente nacionalización de esta iglesia, pues él mismo fue una muestra fehaciente de los avances que podía producir el protestantismo en las diversas áreas de la vida social.

 

  1. Un aniversario crucial para el protestantismo mexicano

En la agonía de mi alma, repetía esta oración de día y de noche, en mi casa, en la calle, en mi trabajo, en fin, la repetía sin cesar. Después apelé a otro recurso que fue el de comparar las dos Biblias, la católica y la protestante. Por supuesto que principié por el “Decálogo” y después seguí con otros puntos de capital importancia; experimentando un alivio indecible cada vez que verificaba algún pasaje. Por fin cuando concluí este estudio yo era feliz, mi oración humilde había sido contestada, y, sin saber cómo, yo había abrazado el protestantismo, sin otro auxilio que el de Dios. Una nueva luz brilló en la senda de mi vida, una carga pesada había caído de mi alma, el cielo era mi patria y ¡mi padre era Dios![6]

Arcadio Morales E.

Como parte de los inicios de la presencia del protestantismo en México, la fundación de la Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador en el Centro Histórico en 1874 representa uno de sus momentos cruciales. Luego de los experimentos de tono liberal y anticlerical que llevaron a varios dirigentes a intentar la creación de núcleos cristianos no católicos en el corazón mismo del país que no se identificaron con ninguna corriente protestante en particular, y que agruparon a personas con una orientación religiosa similar, se fueron perfilando, a partir de la llegada de los misioneros anglosajones, las primeras denominaciones evangélicas: episcopal (mediada por el claro apoyo gubernamental para disminuir el monopolio católico), metodista (por la conjunción de varios factores, además del misionero) y presbiteriana (ya con la presencia del elemento misionero entre sus filas).

Las palabras que, con el correr de los años, Arcadio Morales Escalona (quien muy joven, a los 19 años, se sumó al grupo dirigido por Sóstenes Juárez), muestran muy bien el grado de indefinición que existía al interior de ese movimiento en ciernes, más allá de sentirse apoyados y hasta protegidos por las tendencias anticlericales del gobierno. Morales Escalona, al recapitular a posteriori las características de ese grupo, señala muy bien cómo se tomaron elementos de una y otra tradición para articular lo que sería un culto y una organización genuinamente protestante.

Así se expresó a este respecto, en un documento suelto de 1900 que fue recogido muchos años después: “el culto de Sóstenes Juárez algo se parecía al episcopal porque tenía una liturgia escrita; al metodista porque permitía que todos tomaran la palabra en la lectura, […] oraciones y exhortación en el culto de los martes, al presbiteriano porque no reconocía a los obispos y por último a ninguno porque aunque él bautizaba y celebraba la Santa Cena del Señor, no se consideraba sino como presidente de una sociedad. Así titulaba oficialmente a su corporación.[7] Porque, en efecto, el núcleo se denominó Sociedad de Amigos Cristianos o Sociedad Evangélica.

Juárez, Agustín Palacios y Morales fueron los líderes más visibles del grupo que cambió varias veces su lugar de reunión mientras se definía mejor su labor y crecía por su empeño religioso y evangelizador. La llegada del misionero chileno-inglés Henry C. Riley entre 1868 y 1869 contribuyó fundamentalmente a la estructuración de una liturgia más elaborada y que ya podía identificarse como “protestante”, en la medida en que incluía los elementos propios de esta tradición cristiana. Morales lo reconoce ampliamente en diferentes momentos de sus recapitulaciones, especialmente cuando se refiere a la inclusión de himnos y a la escuela dominical:

Al llegar el Sr. Riley a la metrópoli se encontró con el culto establecido por el Sr. [Sóstenes] Juárez, y con mucha cautela le ofreció al ministro protestante su contingente sobre este particular, es decir respecto del canto en el culto. El Sr. Juárez aceptó el ofrecimiento a duras penas, porque temía que el Sr. Riley introdujera otras novedades episcopales. El Sr. Riley mandó imprimir dos hojitas que contenían algunos de los quince himnos publicados en La Estrella de Belén, consagrándose él mismo, en las noches de los martes, al estudio de esos cantos evangélicos que desde luego imprimieron un cambio saludable en el culto evangélico de México, haciendo desparecer su monotonía y pesadez.[8]

La visión de Riley sobre lo que encontró en México es digna de mención, pues por informaciones previas pensaba que no había “un solo predicador del Evangelio” en la capital, según las palabras de Melinda Rankin:

Hay un huracán perfecto de sentimiento protestante alzado contra la Iglesia Romana. Me siento como si de pronto me hallara yo mismo en la época de la Reforma. Lo mejor que podemos hacer es plantar iglesias e instituciones cristianas tan rápido como sea posible.

Desde hace tiempo estos cristianos nativos han buscado con esperanza su hermandad en los Estados Unidos. Ojalá ahora sus esperanzas se vuelvan realidad. Si la Iglesia norteamericana hace un esfuerzo digno de la oportunidad que Cristo les ha dado en esta tierra, México podrá escribir una de las páginas más brillantes y profundamente interesantes de la historia misionera en el curso de unos cuantos años por venir.[9]

El nuevo volumen reúne dos ensayos históricos que dan cuenta, el primero, de la evolución de ese núcleo evangélico presidido por Sóstenes Juárez hasta la emergencia de la primera iglesia presbiteriana fundada por los misioneros y en la que Morales Escalona desarrollaría un trabajo ministerial de más de medio siglo, que correspondió a la lenta nacionalización del presbiterianismo. El segundo ensayo presenta la figura de Morales y el papel central que desempeñó en ese proceso desde la iglesia que cumple 150 años de organizada.

Carlos Martínez García se ocupa de esta historia mediante una reconstrucción minuciosa y detallada, auténtica pesquisa geográfica e ideológica, pues ubica con precisión milimétrica los sitios en los que se fue desenvolviendo este grupo prácticamente desde 10 años atrás, el surgimiento de la disidencia religiosa que sería identificada como protestante/evangélica y que haría explosión desde ese tiempo hasta darle la vuelta al siglo XX. Además, incluye más de 30 imágenes que acompañan su texto y una abundante bibliografía. Al final de la obra aparecen íntegros tres de los artículos más representativos de Morales: “En el primer centenario de Juárez” (15 de marzo de 1906), “La himnología evangélica de México” (1 de abril de 1906) y sus “Memorias” (enero-marzo de 1919).

Como ha quedado bien demostrado, la poligénesis caracterizó a los comienzos del protestantismo pues se ancló, en los núcleos mencionados. Con la presencia de ellos, se perfilaron las nuevas agrupaciones protestantes que se establecerían posteriormente. Arcadio Morales conoció un estilo diferente de vivir el cristianismo. Casi inmediatamente se convirtió en un líder y progresivamente se fue acercando a la doctrina presbiteriana que abrazó apasionadamente.

 

  1. El núcleo evangélico inicial en la Ciudad de México

 …por lo mismo siempre teníamos casa llena de masones y liberales que gustaban de pasar el rato oyendo los furiosos cargos que el Padre Palacios lanzaba contra los frailes.

Pero no queriendo ser Anglicanos íbamos a ser anarquistas, porque en nuestra congregación todos querían predicar; hombres y mujeres, billeteros y soldados, en fin, todos sin pensar en su carácter. Yo ya no estaba en mi elemento; ni sé dónde hubiera ido a parar, si Dios en adorable Providencia no manda a los primeros misioneros presbiterianos…[10]

Arcadio Morales E.

 

 Una nueva mirada histórica

Los 150 años de organización de la Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador son una excelente oportunidad para revisar algunos criterios historiográficos que se han manejado para estudiar los inicios del protestantismo en México. Hasta antes de los años 80 del siglo pasado prevaleció un enfoque biográfico, hagiográfico y de insistencia en el papel de los misioneros extranjeros. A partir de entonces, gracias a los trabajos del profesor Jean-Pierre Bastian, quien comenzando desde México aplicó su metodología para el resto de América Latina, fue posible acercarse a esa etapa de la historia de la región para encontrarse, por un lado, con el surgimiento endógeno, de grupos liberales y anticlericales que se sumaron a los esfuerzos de los gobiernos de la época por transformar el panorama religioso. Y por el otro, ante la necesidad de hablar de protestantismo en plural, dado que desde antes de la llegada de las iglesias misioneras existieron diversas posturas que podrían definirse como evangélicas o protestantes, especialmente ante los cambios legales que se aprobaron en México en 1857, 1859 y 1860, a fin de establecer la libertad de cultos.

En Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911, su tesis doctoral en El Colegio de México, Bastian delineó el desarrollo de los movimientos que, progresivamente, aprovecharon el triunfo de los gobiernos liberales para abrir la puerta a nuevas expresiones cristianas e incluso esos gobiernos alentaron la creación de iglesias que compitieran con la iglesia católica, aunque no consiguieron formalizarse. Fue el caso de los llamados “padres constitucionalistas” cuyas reuniones comenzaron desde 1854 y avanzaron con la Constitución de 1857.[11] Bastian refiere que el Ministro de Relaciones del gobierno de Benito Juárez, Melchor Ocampo, recibió la instrucción de gestionar con ese grupo la fundación de “una iglesia católica reformista independiente de Roma”.[12] El 22 de febrero de 1861, Ocampo escribió a Rafael Díaz Martínez (y demás “padres constitucionalistas”) para nombrarlo “agente del gobierno para comenzar la reforma religiosa de la Iglesia Católica en México”.[13] Asimismo, y ligados un tanto a este movimiento, existieron otros grupos en algunos estados de la República, como Tamaulipas, según lo documentó Abraham Téllez Aguilar.[14]

Bastian alcanzó a asomarse a la atmósfera religiosa de las reuniones de los primeros núcleos evangélicos, tal como lo corrobora este resumen de su ubicación y actividades al distinguir su división entre dos tipos de liderazgo antagónicos:

Estos últimos [los de corte laico y conducción democrática] se reunían en casas particulares o locales alquilados y celebraban ceremonias que se parecían más a actos masónicos y anticatólicos que a cultos religiosos. […] sólo asistían hombres a ellos y constituían tribunas masónicas anticatólicas en las que se leían discursos, no había himnos y tampoco se recolectaba dinero. Además, la primera congregación laica de la Ciudad de México, la de Sóstenes Juárez, intentó reclutar adeptos mediante el envío de invitaciones a “los liberales rojos”, como relata uno de sus miembros, el hilador de oro Arcadio Morales.[15]

La referencia de los “liberales rojos” procede directamente de un artículo de Morales fechado el 1 de noviembre de 1893 acerca de las características del culto no católico promovido por Juárez: “El modo de efectuarlo fue el siguiente: Juárez circuló entre algunos liberales rojos, una invitación para el primer culto evangélico, y a la hora de la cita, cada uno de los concurrentes creía que los otros eran los protestantes que inauguraban sus actos públicos, cuando en general todos eran extraños al objeto de la reunión, y sólo habían asistido por cortesía o por mera novedad”.[16]

De esos núcleos, ya no teledirigidos por el gobierno, aun cuando contaban con su simpatía esencial, se desprenderían los iniciadores de las denominaciones protestantes derivadas de las misiones anglosajonas; el caso de la Iglesia de Jesús que devendría en la Iglesia Episcopal es paradigmático. Bastian describe resumidamente cómo los líderes de las congregaciones autóctonas se integraron a las denominaciones: Juárez con el metodismo, Morales y Juan Amador (en Zacatecas) con los presbiterianos, Marcelino Guerrero con los metodistas del norte, Brígido Sepúlveda en el norte con los congregacionales, y Felipe de Jesús Pedroza también con ellos, con congregaciones que se formaron en Ahualulco de Mercado (adonde en marzo de 1874 hubo una masacre atroz) y Guadalajara, Jalisco.[17] La excepción fue Agustín Palacios, el único exsacerdote, quien finalmente se integró al metodismo en 1878. La interacción con las misiones, en el caso de Morales y su congregación fue determinante para relanzar el proyecto eclesial que poco a poco se fue orientando hacia la forma presbiteriana de culto y de gobierno, en lo que fue un proceso lento y lleno de aprendizaje de esa tradición religiosa.

Después de Bastian, serían otros autores quienes mejor han delineado lo sucedido al interior de esos núcleos, puesto que allí comenzó a definirse el perfil plural de lo que sería el protestantismo mexicano. Uno de ellos es Carlos Martínez García, quien ha dedicado amplias páginas a indagar sobre lo sucedido al interior de esos núcleos y de cómo sus escisiones derivaron en el inicio de las iglesias protestantes.[18] La interpretación tradicional, ejemplificada por Apolonio C. Vázquez (fallecido en 1942), entre varios más, no dejó de incluir esa etapa en la que aún no había claridad confesional, aunque sí un firme interés en desarrollar nuevas formas asociativas, litúrgicas y teológicas. Vázquez registra brevemente la participación de Morales en esos años iniciales.[19]

 

El testimonio de Arcadio Morales

En diferentes momentos que fueron recogidos en sus artículos de la revista El Faro bajo el título “Datos para la historia”, Arcadio Morales hizo memoria del tiempo que pasó, entre 1869 y 1874, en el grupo dirigido por Juárez y Palacios. Sobre ambos se expresó de manera elogiosa, aun cuando no dejó de señalar los aspectos en los que no coincidió con ellos, al grado de que debió separarse para dar inicio a otro grupo que finalmente sería la Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador. En el citado número de El Faro del 1 de noviembre de 1893, Morales describe con lujo de detalles el lugar de reunión de la sociedad que conoció a principios de 1869, la participación de Sóstenes Juárez, el tipo de culto y los horarios de las reuniones. Es posible apreciar la conciencia eclesiológica de Morales después de todos esos años:

…no existía en la capital otro templo que el de la calle de San José del Real, en la casa del Sr. Verduzco, quien había cedido para ese objeto sin recibir retribución alguna, un salón interior que pertenecía al convento de la Profesa. En ese templo que no tenía más ajuar que una tribuna en forma de pozuelo al frente, y unas cuantas sillas de morillo, oficiaba los Domingos a las once y los Martes a las siete, el Sr. Sóstenes Juárez. Este señor aparecía en el púlpito con su traje civil, y dirigía el culto con una liturgia especial que había formado tomando la idea, según él decía, de otra en francés que un ministro protestante que había venido con la Intervención francesa, le había proporcionado. El Sr. Juárez leía sus sermones, y generalmente tomaba sus asuntos del Nuevo Testamento. la congregación más grande era la de los Domingos; y el Jueves de la Semana Mayor, que era cuando se celebraba la Cena del Señor, el número de congregantes llegaría a 70 […]

Los Martes había libertad para que los congregantes dirigieran la palabra a la congregación […]

En esta congregación no había Escuela Dominical, ni se hacía profesión de fe. No había miembros, estaba organizada como una Sociedad evangélica, y no como una Iglesia, de manera que el Sr. Juárez era el presidente y también el orador oficial, pero nadie se apercibía de esto y por lo mismo todos estimábamos el lugar como un templo; la colectividad como una iglesia; los actos como un culto, y al que dirigía, como al ministro.[20]

En 1919, su mirada retrospectiva lo llevó también hacia esos días de su conocimiento inicial de la fe protestante:

El templo quedaba en el fondo de unos callejones tortuosos, oscuros, en el tercer piso de la casa mencionada. Al llegar al lugar yo sentía que me hundía; me parecía que se me paraban los cabellos, que me echaban agua fría; en verdad yo creía que los protestantes estarían reunidos en alguna caverna oscura y pavorosa; si hubiera sido solo, me hubiera vuelto de aquellos estrechos corredores, tal era el miedo que sentía. Pero me acompañaban el Sr. Luis Ortega, amigo mío y el Sr. Julián Rodríguez, que en paz goce, y que era el que se había empeñado en llevarnos a su culto.

Por fin llegamos a la capilla, y ¡cuál no sería mi sorpresa al encontrarme en una sala casi hermosa, limpia y bien alumbrada, como que era nada menos que la Biblioteca de los Padres Filipinos, pues todo aquel edificio había pertenecido al Convento de los Jesuitas de la Profesa, que por virtud de las Leyes de Reforma había sido secularizado! Allí se hallaban reunidos como unos veinte individuos pertenecientes a la clase humilde del pueblo; campesinos y obreros todos; no había ni una sola señora, ni un niño; pero los hombres que se hallaban allí eran muy devotos y reverentes.[21]

Su reacción ante ese primer culto fue entusiasta y llena de sorpresa. “Al salir de la capilla pregunté al Sr. Rodríguez: —¿Éste es el culto protestante? —Sí, señor, me contestó. —¿Nada más? —Nada más; leer las Sagradas Escrituras, hacer oración y explicar sencillamente el Evangelio. Entonces, dije para mí, yo he sido protestante hace mucho tiempo”.[22] En junio de 1906, Morales publicó un artículo con el fin de aclarar que Juárez fue el verdadero fundador del primer culto evangélico en la Ciudad de México, subrayando que la falta de algunos elementos litúrgicos “de formalismo o de ritual” que recordara el catolicismo “mostró a las claras, la clase de fundador que había tenido el trabajo evangélico” en la ciudad.[23] Allí repitió lo expuesto en 1893 sobre las características del culto.

El retrato que hizo de Agustín Palacios (junto con quien rompió con la Iglesia de Jesús, como bien refiere Martínez García en una sección del nuevo libro, pp. 84-95) lo pinta de cuerpo entero: “…era un hombre de temperamento nervioso; profesaba un liberalismo exaltado; era un controversista incansable y terrible en contra del Romanismo, donde había sido cura. Sus prédicas estaban empapadas en una hiel de quinta esencia”.[24] Finalmente, cuenta en sus memorias que lo visitó cuando éste había dejado toda labor eclesiástica, había sido abandonado por sus compañeros y ya no tenía su trabajo burocrático:

Le referí cómo Dios nos había conmovido hasta lo profundo, revistiéndonos de un poder desconocido; le supliqué que volviera al trabajo ministerial; leí las Sagradas Escrituras, oré con él, pero con poco o ningún resultado aparente. Volví a la Iglesia, hicimos intercesión especial por él, volví a visitarlo, me esforcé por convencerlo, pero no pude despertarlo enteramente. Por fin lo visité la última vez, alcanzando entonces un triunfo completo, solamente que no quiso unirse a la Iglesia Presbiteriana a la que había combatido duramente. Tal vez creyó que no le podríamos perdonar su osadía; pero se unió a la Iglesia Metodista y le consagró todas sus energías hasta la muerte.
Éste fue otro modo que Dios empleó para remediar esta crisis ministerial.[25]

Ante este panorama, salta a la vista lo que afirma Bastian en el prólogo del nuevo libro: “Arcadio Morales es uno de los actores centrales de este empeño por conservar la memoria de los inicios en sus múltiples escritos. Lo es por la longevidad de su existencia que lo llevó a vivir no sólo los inicios de la implantación protestante mexicana, sino también los años de la Revolución armada. […] Hacer surgir la raíz social, y no sólo religiosa de las rupturas ideológicas protestantes mexicanas, es un desafío que debe tomarse muy en serio”.[26]

 

  1. Los textos de Arcadio Morales

 Esto era muy riguroso; pero se trataba de establecer un precedente; estábamos echando los cimientos de una iglesia que esperábamos que había de ser grande en el porvenir; además, por las congregaciones Presbiterianas del Norte, corría el rumorcillo de que los ministros presbiterianos de la capital no valían gran cosa, porque no habíamos estudiado en una escuela eclesiástica, ni en ningún seminario teológico. En consecuencia teníamos que acreditarnos. Comenzábamos de nuevo.[27]

Arcadio Morales E.

 

El Faro, espacio de difusión

Como bien ha documentado Leticia Mendoza García en un libro reciente, la prensa de inspiración protestante “compartió el espacio público no solo con los periódicos seculares sino con aquellos otros de carácter religioso de tipo espírita [espiritista] y católico, ocupando lo que Pierre Bourdieu ha llamado el ‘campo religioso’, divulgando contenidos de carácter religioso, sociocultural y de controversia con otras denominaciones”.[28] La prensa, para las nacientes iglesias protestantes aún guiadas por los misioneros extranjeros, se volvió un auténtico espacio de confrontación ideológica y cultural. Mendoza García hizo un recuento de más de 80 publicaciones disidentes que circularon en México desde 1867 hasta 1914 patrocinadas por once instancias misioneras.

Como parte de este proceso, la revista El Faro inició su publicación en enero de 1885 como parte de los proyectos misioneros de la misión de la Iglesia Presbiteriana estadounidense en México, la cual fue ininterrumpida por espacio de 24 años hasta su suspensión temporal en 1913. Sus editores y redactores fundadores fueron los reverendos Henry C. Thomson, J. Milton Greene y el profesor Pedro Aguirre. Al principio fue mensual, pero luego pasó a ser quincenal. En octubre de 1910, cita Mendoza García, en un recuento de “triunfos del Evangelio en México” luego de la gran Convención evangélica, se incluye a la prensa como uno de ellos: “Otra victoria gloriosa del evangelio es la creación de la prensa. […] Antes no había ni un solo periódico, entretanto que hoy contamos con 15 periódicos evangélicos que hacen continua propaganda”.[29] La propaganda a la que se alude consistió en difundir las ideas protestantes mediante los recursos discursivos de la época echando mano de la tecnología disponible en ese momento. Una de esas ideas es la señalada por Ariel Corpus, el acceso a la modernidad, pues como afirma, ésta “se entusiasmó con la modernización en su faceta material no menos que con asuntos como la libertad de conciencia”.[30]

La revista surgió en la época en que Porfirio Díaz consolidó su poder luego que se hizo de la presidencia del país en 1877, la cual se prolongó hasta 1910, por lo que debió mantener una cierta distancia de lo que se veía como el inicio de una dictadura. A las innumerables notas de tema religioso se agregó desde febrero de 1886 la sección “Refracciones políticas”. Las referencias no eran muy frecuentes, no obstante, como consigna Penélope Ortega, en 1902 planteó las diferentes posturas sobre la sucesión presidencial incluyendo la posibilidad de una nueva reelección.[31] En otros momentos se celebraba la continuidad de Díaz y se reproducían sus informes presidenciales.[32]

 

La colaboración de Arcadio Morales en El Faro

Morales comenzó a colaborar en la revista desde su primer año de publicación cuando él llevaba aproximadamente 16 años de servicio ministerial. Posteriormente sería parte del grupo de redactores nacionales junto con Plutarco Arellano y Lisandro Cámara, entre otros, además del misionero Hubert W. Brown, aunque no siempre firmaba sus artículos.[33] El primer registro es una reseña sobre tres libros aparecida en junio de 1885.[34] En 1906 explicó el propósito de sus artículos:

Una de mis preocupaciones más solícitas ha sido la de la redacción de El Faro, no porque me crea capaz, sino porque pienso en la magnífica oportunidad que nos presentan los doce o catorce mil lectores que tiene el órgano de nuestra Iglesia, tanto dentro como fuera de nuestra patria. Por lo mismo, lo poco que puedo hacer en este sentido, procuro hacerlo con toda conciencia, deseando glorificar a Dios en cada línea que escriba, así como cada sermón que predique o en cada oración que ofrezca en la casa del Señor.[35]

Morales tuvo clara conciencia de que su estilo literario debió pulirse sobre la marcha, a capa y espada, en el fragor de las batallas ideológicas, para que a partir de ellas pudiera aprender a escribir, literalmente, sin descanso. De esta manera da testimonio de la forma en que se superó para escribir pulcra y tenazmente, pues su prosa fue creciendo en calidad y en intensidad:

Yo era hilador de oro, vivía en México, pero trabajaba en Tacubaya, D. F., y lo que hacía era llevar siempre conmigo mi Biblia, un lápiz y cualquier pedazo de papel; echaba a andar mi máquina y en seguida me ponía a escribir mis sermones. Yo siempre he escrito lo que tengo que predicar; sermones enteros, bosquejos, puntos esenciales; pero siempre los he escrito y muchas veces los escribo dos o tres ocasiones. Tengo un dedo gastado por el desempeño de este trabajo de cincuenta años. De esta manera siempre estaba listo para predicar donde se necesitara.[36]

Alberto Rosales, en la antología de textos con que cierra su libro sobre Morales, los clasifica como sigue: monografías biográficas, sermones, epístolas, informes y miscelánea.[37] En cada sección aparecen textos representativos de su muy activo trabajo escritural, pálido reflejo de su intensa labor pastoral, homilética, evangelizadora y organizativa. Así presentó Rosales su selección: “He aquí la herencia material, intelectual y espiritual del patriarca y fundador del presbiterianismo en la capital de la República. Es material, porque son escritos que perciben nuestros ojos; es intelectual porque está expresado con elementos del intelecto, los pensamientos; y es espiritual, porque los asuntos de que se ocupan los dichos escritos trascienden el tiempo, el espacio y conducen a las vías que Dios ha establecido para la eternidad”.[38] La columna “Datos para la historia” es fundamental para comprender los diversos episodios que describió de un modo casi novelesco.

En el libro que está por aparecer, la tercera sección reúne tres textos de Morales Escalona considerados por los autores como los más representativos, aun cuando podían haberse incluido varios más. Se trata de “En el primer centenario de Juárez” (15 de marzo de 1906), “La himnología evangélica de México” (1 de abril de 1906) y las infaltables “Memorias, 1869-1919” (enero-marzo de 1919), con las que se conmemoraron sus 50 años de ministerio eclesial. El primero es una demostración fehaciente del innegable liberalismo que lo invadió desde su más temprana juventud. La valoración que hace del Benemérito de las Américas no es solamente justa sino que surgió de una honda comprensión histórica y política de la figura y el carácter del presidente oaxaqueño, como se ejemplifica en estas palabras: “Ningún presidente de México ha tenido una oportunidad tan brillante para enriquecerse como Juárez, por cuyas manos, digámoslo así, pasaron los cuantiosos bienes del clero en virtud de las leyes de desamortización, y bien podía sin escrúpulo, directamente o por medio de otras personas haberse quedado con multitud de casas o con haciendas agrícolas pertenecientes a los frailes, como lo hicieron muchos de los adjudicatarios de entonces”.[39]

El segundo es un análisis crítico y minucioso de las características formales de los cantos evangélicos de su época, distinguiendo los que usaba cada confesión y señalando sus méritos y defectos. El tercero es una recopilación de recuerdos acumulados que amerita un estudio más exhaustivo. Allí hizo un recuento de toda su experiencia espiritual y eclesiástica que bien merece ser conocida por un público más amplio.

Entre los textos excluidos, pero sumamente relevantes para comprender la vida y obra de Morales figuran, al menos los siguientes: “La prensa evangélica” (15 de abril de 1891), uno de los primeros resúmenes sobre tan relevante tema bastante anterior al de Victoriano D. Báez;[40] “La Escuela Dominical en México” (15 de agosto de 1905), magnífica recuperación de los inicios de esta institución educativa introducida en el país por el misionero Henry C. Riley entre 1868 y 1869: “…cuando vinieron las misiones protestantes al país ya se encontraron con esta obra cimentada, y no tuvieron más que proseguirla y perfeccionarla”;[41] y “Datos para la historia” (1 de febrero de 1908), breve y entrañable semblanza de su madre bajo el epígrafe de Éxodo 20.12: “sus convicciones liberales y algunos asuntos de familia la llevaron en el año de 1859, es decir, en los días azarosos de la Guerra de los tres años, al pueblo de Zacualtipán, hospedándose en la casa de un licenciado que tenía la costumbre de leer todas las noches antes de acostarse las Sagradas Escrituras, acompañado de toda su familia. Allí fue donde Dña. Felipa oyó leer por primera vez el Libro de Dios. Esta lectura le impresionó tanto que jamás pudo olvidarla en el resto de su vida”.[42] Capítulo aparte son las semblanzas y reconocimientos de colegas y amigos cercanos, así como los sermones y epístolas.

Finalmente, en la sección “Pláticas con los niños” (abril de 1888) figura un poema de Morales, verdadera suma de su pensamiento religioso, teológico y misionero, que aquí se reproduce íntegro.

 

Trabajo espiritual

Cristianos nominales,

Tibios de corazón,

¿Qué hacéis perdiendo el tiempo

Frustrando la ocasión?

Apresuraos a la obra,

Mirad en derredor,

¡Cuántas almas perecen

En la superstición!

Traed a los lisiados,

Fortaleced al débil,

Llamad a los cansados,

Buscad al pecador.

Que Cristo los espera

Con sus brazos abiertos,

Para darles mil pruebas

De su infinito amor.

Pero si descuidados,

Si tímidos calláis;

Jesús hará su obra

Como menos pensáis.

Mas vuestra fe muriendo

Como flor marchitada,

Perdida y arruinada

Vuestra alma dejará.

Si grandes maravillas

No podéis realizar

Haced cosas sencillas

Dios las aceptará.

Al huérfano que llora

Sin abrigo y sin pan,

Alimentad gozoso,

Con gracia paternal.

Y las primeras letras

Enseñad al indocto,

Que luego por sí mismo

Su Biblia estudiará.

Con mano cariñosa

Mostrad al que pecó,

La mancha ignominiosa

Que su alma ennegreció.

Pero también decidle:

Que hay eficaz remedio,

Que Cristo redimirle

Puede, sin estipendio.

Mas advertid que el mundo

Conocerá si obráis

Cual máquina movida

O cual cristiano ideal.

Y cada día vuestra alma

Su fuerza aumentará,

Pues al que tiene mucho

Más se le añadirá.

Si uno entre mil ganáis

Para la vida eterna,

Os ruego que sigáis

Pues bien vale la pena.

Tal vez la idolatría

Os hiera con el dardo

De la calumnia impía

O del sarcasmo amargo.

Perseguidos, burlados

Seréis, con gran vileza;

Mas de Cristo ayudados,

Venceréis en la empresa.

Después de la fatiga,

Con vuestro Salvador

Descansando allá arriba

Gozaréis de su amor.

Y una corona hermosa

De gloria refulgente,

Ostentará ¡dichosa!

Vuestra bendita frente.[43]

 

  1. Los inicios eclesiales y pastorales

 La capital mexicana fue sin duda central, el sitio de la intentona de fomentar un cisma católico con una Iglesia católica mexicana. El proyecto fracasó y solo apareció una sociedad de tipo episcopal cuya sobrevivencia se logró con el apoyo posterior de los anglicanos estadounidenses. En cambio, el liderazgo de hombres parecidos a Arcadio, tanto por su origen humilde como por su enérgico empeño por levantar lugares de cultos independientes, como por ejemplo Hesiquio Forcada, llevó a unos cuarenta casos exitosos, del tipo de la “Sociedad de Amigos”, una de las primeras sociabilidades protestantes mexicanas.[44]

Jean-Pierre Bastian

 

Una nueva eclesiología

Ante la conmemoración de los 150 años de instauración del presbiterianismo en la capital mexicana, uno de los temas relevantes que afloran es la eclesiología que se forjó entre los primeros militantes de las iglesias que se identificarían como protestantes luego de que los diferentes núcleos optaron por alguna adscripción denominacional como resultado de la presencia y actuación de los misioneros extranjeros. En las “Memorias” de Arcadio Morales Escalona publicadas entre enero y marzo de 1919, a 50 años de su conversión y el inicio de su labor eclesial, es posible advertir la evolución de su conciencia en cuanto a la naturaleza y misión de la iglesia. Llama mucho la atención que sus ideas en ese momento no eran tan divergentes de las que mostró en las etapas iniciales cuando sin imaginarlo quedó al frente de la primera iglesia presbiteriana de la capital mexicana fundada por los misioneros estadounidenses. La decisión de ponerlo al frente fue, sin duda, un gran paso para la ulterior nacionalización de esta vertiente protestante en el país que tendría una segunda fase en 1901 cuando el propio Morales fue nombrado presidente del Sínodo de esa iglesia, luego de 31 años de intensa labor pastoral y misionera.

Dado que no contaba con estudios bíblicos ni teológicos por su carácter de artesano sin estudios formales, la educación que recibió en esos años pletóricos de actividad fue, literalmente, sobre la marcha y completamente dirigida al trabajo que ya realizaba en una comunidad de fe que no inició con él, pero que al desprenderse del grupo comandado por Sóstenes Juárez, tendría una nueva identidad confesional al momento en que Morales se adhirió al presbiterianismo.

El testimonio de Morales sobre las clases que recibió no deja de ser ilustrativo de la enorme necesidad que había de dotarlo de recursos y habilidades para dirigir la naciente congregación. Dos aspectos destacan, primero las lecciones que recibió siendo un auténtico aficionado a la religión:

Como a los dos años de haberse planteado en México el culto evangélico, se dio principio a la Escuela Bíblica en la casa del señor Miguel Pinto, situada en la calle de San José de Gracia; dirigía esta clase el exfraile dominico Dr. en Sagrada Teología Sr. Ignacio Ramírez Arellano. Este Sr. reunía todas las noches a un pequeño grupo de jóvenes de los que predicaban en aquellos días; y de los cuales viven algunos aún. Entre éstos estaban el Sr. Jesús Medina, Hesiquio Forcada, Arcadio Sánchez y el que estas líneas escribe. El Sr. Ramírez Arellano escogía un libro, lo comentaba capítulo por capítulo hasta acabarlo y luego seguía con otro el que mejor le parecía. Como este Sr. era muy instruido, de paso nos daba nuestras lecciones de lógica, de retórica y de historia, que en verdad muy provechosas nos fueron.[45]

Mientras tanto, en la experiencia de Morales convivieron varias eclesiologías entre las cuales debió moverse para percibir, en su opinión, cuál sería la más conveniente para el contexto mexicano. De modo que estuvo muy consciente de la necesidad de salir del modelo episcopal para introducirse a otros más “democrático”, tal como a llegó entender que era el presbiteriano. Así describe este proceso:

Ya he dicho que el Sr. Riley ocultó por mucho tiempo su procedencia misionera; pero poco a poco, de un modo silencioso, nos iba llevando al establecimiento de la Iglesia Anglicana, a la cual pertenecía. Primero introdujo las ropas talares, después la liturgia, y más tarde, el nombramiento de tantos obispos, como el Sr. José María González, el Sr. Prudencio Hernández y el Sr. Jesús Buenromero, el Sr. Manuel Aguas, el Sr. Luis Canal y otros que tenían la promesa de ser nombrados obispos. Sin contar con el parecer de la iglesia ni de los obreros, esto nos pareció una ofensa muy grande a los que habíamos salido del papismo, con ideales democráticos muy avanzados; mediando con estas circunstancias, algo o mucho de patriotería, porque el último obispo era un español muy terrible, que sabía “poner las manos en la cara” a cualquier hijo de vecino.[46]

El resto de su formación, por así decirlo, ya encaminada directamente a su servicio como ministro presbiteriano la recibió del misionero Merril N. Hutchinson, pues éste advirtió sus capacidades y se propuso canalizarlas adecuadamente a fin de que Morales recibiera la ordenación pastoral en un tiempo perentorio de acuerdo con los lineamientos del presbiterianismo. En 1873 comenzó su capacitación ministerial y teológica en la casa del misionero en San Juan de Letrán número 8 y después en la parte poniente del antiguo templo de San Pedro y San Pablo.[47] Así refiere sus estudios con él y al menos otra persona: “En cuanto a mi ordenación presbiterial, ésta no tuvo lugar sino hasta el mes de mayo de 1885, teniendo que esperar que el Seminario Presbiteriano se trasladara a la capital, que se abrieran cursos de teología por los Sres. Thompson y Hutchinson; a los cuales cursos tuve que asistir año tras año, y tuve también que esperar que se estableciera un Presbiterio; porque según nuestra disciplina, éste es el único cuerpo que puede ordenar presbíteros”.[48]

La claridad y pasión con que Morales abrazó la fe reformada lo hizo diferenciar las eclesiologías que conoció desde sus años mozos para consagrarse al estilo y a la doctrina presbiteriana por el resto de su vida. Su ministerio comenzó al lado de Hutchinson, quien lo examinó para ser, primeramente, miembro de la Iglesia El Divino Salvador: “De mayo de 1874 a 1876 la congregación presbiteriana principal en la Ciudad de México, cuyo predicador nativo era Arcadio Morales, creció no sólo en número sino también en conocimiento doctrinal, de manera que llegó a ser insuficiente el local de la calle Bethlemitas que los albergaba. El año de 1876, de grata memoria para Arcadio y la congregación que atendía, fue adquirido por el misionero Hutchinson un templo católico que había sido clausurado por el Lic. Lerdo de Tejada en 1874 al encontrar que el clero lo utilizaba para inhumaciones clandestinas”.[49]

 

 Un ejercicio pastoral y misionero inclaudicable

No obstante su rechazo del gobierno episcopal de la iglesia, Morales se asumió sorpresivamente a sí mismo como Obispo de la iglesia presbiteriana, entendiendo ese concepto no como un cargo del que debía servirse para su beneficio o para encumbrarse sobre los demás sino más bien el sentido neotestamentario de persona oficial responsable de las comunidades de fe en sus aspectos de gobierno, administrativos y de representación, además de las tareas pastorales específicas. Utilizó ese término y explicó minuciosamente cómo ejerció su trabajo ministerial con él en mente:

…de manera que a los 17 años de mis labores ministeriales llegaba a obtener el más alto honor que un ministro presbiteriano honrado podía apetecer; ya era pastor efectivo u obispo; según la interpretación de nuestra Iglesia. Obispo de la Iglesia de “El Divino Salvador” en México.

Pero como este título pudiera ser malsonante para algunos de nuestros lectores, voy a decir qué clase de obispo he sido y soy. En primer lugar, mi asiento, mi voz, mi voto, no valen absolutamente nada más que el del anciano más humilde en cualquiera de nuestras reuniones oficiales… […]

Como nuestra Iglesia es pobre y no puede costear todo el gasto misionero de la ciudad, y pagar un guarda templo, por lo mismo hemos preferido el sostén de las congregaciones de los barrios de la ciudad y de algunas fuera de ella, dejando el servicio del guarda templo a cargo del pastor, así que yo soy virtualmente el guarda templo; yo abro y cierro o alguno de mi familia; yo enciendo, yo apago; muchas veces arreglo las sillas, sacudo el polvo, y cuando es necesario hago otras cosas que no se pueden decir. Todo eso y mucho más hace el Obispo de la Iglesia de “El Divino Salvador”, pero como no lo hago por paga, ni por imposición de nadie, no me considero humillado, ni rebajada mi dignidad episcopal.[50]

El énfasis con que usaba esa palabra contrasta notablemente con su uso en las denominaciones de gobierno episcopal, a pesar de las semejanzas en el trabajo eclesial entre ellas, otorgándole más bien un sentido de servicio y de consagración a la causa, como se aprecia en esta sección de sus “Memorias”: “En esta virtud, en tiempo de paz o de guerra, de hambre o peste, contagiado unas veces, llevando otras este contagio a mi familia, con toda mi cojera, he hecho lo posible por cumplir con el sagrado deber que Dios y el Presbiterio me han impuesto como obispo de la Iglesia de “El Divino Salvador”.[51] La diversidad de acciones que llevó a cabo tuvo siempre como punto de partida la congregación que le otorgó el lugar que ocupó durante varias décadas y que él valoró siempre positivamente, tal como lo hizo sentir con estas expresivas palabras:

Como se comprenderá fácilmente, mi actuación ministerial se ha extendido a dos generaciones; pues en los cincuenta años de mi labor, he recibido a unas personas como miembros de la Iglesia, he bautizado a sus niños; más tarde estos niños han hecho profesión de fe; después de algunos años los he casado; he bautizado a los nietos de los que ingresaron a nuestra Iglesia en su juventud, y esos nietos son ya candidatos de la Iglesia. Por lo mismo, no es extraño que los presbiterianos de la capital me respeten, me obedezcan, me sigan, me ayuden en muchos sentidos, formándome, bondadosos, una atmósfera de simpatía y de oración que renuevan continuamente. Porque somos, no como una congregación y predicador ni como rebaño y pastor solamente, sino como una numerosa familia, a quien amo entrañablemente, por quien me preocupo en gran manera por sus enfermedades, sus pobrezas, sus cuidados personales, sus extravíos, así como por su verdadera conversión, sus victorias sobre el error o el pecado. Por esa querida Iglesia, he perdido innumerables veces mi sueño, mi apetito, mi tranquilidad, derramando mi alma con mis súplicas y mis lágrimas ante el trono del Altísimo, in­tercediendo siempre, de día y de noche por la felicidad temporal y eterna de mis hermanos, y esto por espacio de cincuenta años.[52]

Ello explica, además de su actuación como presidente del Sínodo y como auténtico motor de las actividades misioneras de la iglesia presbiteriana en general, el doctorado Honoris causa que obtuvo por parte de la Universidad de Wooster, Ohio, en 1905. El texto de homenaje de Hubert H. Brown merece citarse:

Desde el año de 1869, o sea por 36 años, nuestro amado hermano y compañero de redacción, el Rev. Arcadio Morales ha trabajado en la obra de la evangelización, y desde 1872, año en que la Misión entró a México, ha sido ministro de la Iglesia Presbiteriana. Durante todo este largo periodo de años, Dios ha bendecido de una manera preciosa y notable los esfuerzos, planes y trabajos de nuestro obrero cristiano, usándole como el instrumento de su gracia para la iluminación y salvación de muchas almas. Todos sabemos lo que ha hecho como pastor y como evangelista, en pro de la Junta Misionera, la organización del Sínodo y el sostenimiento propio, en las reuniones de la Confederación de sociedades de jóvenes y de escuelas dominicales, en fin, en toda forma de actividad cristiana. ¡Que Dios conserve al Doctor Morales por muchos años, permitiéndole hacer un trabajo aun más extenso y benéfico para colmar la larga obra de su vida ministerial con lo mejor de todo! Es lo que le desean sus muchos amigos y compañeros en la obra del Señor.[53]

Las palabras de reconocimiento en El Faro de 1919, expresadas en diversos tonos y registros por colegas, amigos y feligreses (Moisés Sáenz, José Coffin, Cruz Gavila, Plutarco Arellano, Eligio N. Granados, Ezequiel Fernández, Esteban Ramírez, Lisandro R. Cámara, Prisciliano R. Zavaleta y Macedonio Platas), dan fe de un ministerio ampliamente valorado por sus contemporáneos y por quienes se vieron favorecidos por sus servicios pastorales en su dilatada trayectoria. Algo similar ocurrió en el homenaje que le rindió la misma revista de 1947, un cuarto de siglo después de su muerte.

Las palabras finales de sus memorias, llenas de una espiritualidad agradecida, son un digno colofón para este recuento biográfico e histórico:

Concluyo estos breves apuntes de mi vida ministerial de cincuenta años y, antes de dejar la pluma, puedo decir sin estudiada modestia, ni figura retórica de ninguna clase, que sólo un Dios de incomparable misericordia pudo haber puesto sus miradas bondadosas en un alma tan indigna como la mía, para que anunciara su santo Evangelio, en tal virtud, no sé cómo expresarle mi inmenso reconocimiento si no sea con las palabras de Pedro, “Señor, tú sabes que te amo”.[54]

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[1] A. Morales, “Mi vocación, 1869-1919”, en El Faro, 3 de enero de 1919, cit. por A. Rosales Pérez, Historia de la Iglesia Nacional Presbiteriana “El Divino Salvador” de la Ciudad de México bajo el pastorado del Pbro. y Dr. Arcadio Morales Escalona, 1869-1922. Tomo I. México, edición de autor, 1998, p. 23.

[2] Cf. C. Martínez García, “Núcleos protestantes, Ciudad de México”, en El Evangelista Mexicano, 15 de febrero de 2016, https://elevangelistamexicano.org/2016/02/15/nucleos-protestantes-ciudad-de-mexico/

[3] Cf., entre otros, C. Martínez García, “Sóstenes Juárez revisitado”, en Protestante Digital, 19 de abril de 2015, https://protestantedigital.com/print/35936/sostenes_juarez_revisitado; Ídem, “Conversos evangélicos y líderes ante la llegada de misioneros extranjeros a México (III)”, en Protestante Digital, 14 de agosto de 2021, https://protestantedigital.com/kairos-y-cronos/63295/conversos-evangelicos-y-lideres-ante-la-llegada-de-misioneros-extranjeros-a-mexico-iii.

[4] Cf. L. Cervantes-Ortiz, Juan Amador: pionero del protestantismo mexicano. Prólogo de Jean-Pierre Bastian. México, Casa Unida de Publicaciones-Ayuntamiento de Villa de Cos-Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, 2015; Ídem, sel. y nota introductoria, Juan Amador: documentos militantes desde Villa de Cos (1856-1872), México, Centro Basilea de Investigación y Apoyo-Comunidad Teológica de México-CETELA-CMIRP-FLATER, 2020.

[5] Véase: C. Martínez García, “Los misioneros y las condiciones de los misionados”, en La Jornada, 17 de abril de 2024, www.jornada.com.mx/2024/04/17/opinion/018a2pol.

[6] A Morales, “Mi vocación, 1869-1919”, en El Faro, 3 de enero de 1919, p. 7.

[7] A. Morales, “Historia del Evangelio en la República Mexicana”, p. 5, cit. por Joel Martínez López, Orígenes del presbiterianismo en México. Matamoros, 1972, p. 107. Énfasis agregado.

[8] A. Morales, “Arcadio Morales, “La himnología evangélica de México”, en El Faro, 1 de abril de 1906, p. 56. Cf. A. Morales, “La Escuela Dominical en México, antecedentes”, en El Faro, 15 de agosto de 1905, p. 122.

[9] Melinda Rankin, Veinte años entre los mexicanos. Relato de una labor misionera. Monterrey, Fondo Editorial de Nuevo León, 2008., p. 212, cit. por C. Martínez García, “Arcadio Morales: de la Sociedad de Amigos Cristianos a la Iglesia Presbiteriana, 1869-1874”.

[10] A Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 3, 17 de enero de 1919, p. 35.

[11] Cf. Carlos Martínez García, “Los Padres Constitucionalistas reformistas”, en Manuel Aguas: de sacerdote católico a precursor del protestantismo en México (1868-1872). México, Papiro 52-Ediciones EliZabdi-Kabod Ediciones-Cenpromex-CTM-Seminario Nicanor F. Gómez, 2022, pp. 41-62; Ídem, “La construcción de la tolerancia religiosa en México”, en La Jornada, 15 de noviembre de 2023, www.jornada.com.mx/noticia/2023/11/15/opinion/la-construccion-de-la-tolerancia-religiosa-en-mexico-4636.

[12] J.-P. Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911. México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1989, p. 33.

[13] Ídem. Cf. “Melchor Ocampo a Rafael Díaz Martínez”, México, 22 de febrero de 1861, en Archivo de la Iglesia Episcopal, Austin, Texas.

[14] Abraham Téllez Aguilar, “Una iglesia cismática mexicana en el siglo XIX”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, vol. 13, 1990, pp. 253-256, https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/68877/68884. Téllez Aguilar es autor de la tesis de licenciatura en Historia, Proceso de introducción del protestantismo en México desde la Independencia hasta 1884. Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.

[15] J.-P. Bastian, op. cit., p. 40. La referencia de esta cita es un artículo de A. Morales publicado en El Faro en septiembre de 1893.

[16] A. Morales, “Datos para la historia. México”, en El Faro, t. IX, núm. 21, 1 de noviembre de 1893, pp. 165-166.

[17] J.-P. Bastian, op. cit., p. 57.

[18] Cf. C. Martínez García, “Sóstenes Juárez y los principios del protestantismo en México”, en Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX. México, CUPSA-Ediciones EliZabdi-Papiro 52-Seminario Nicanor F. Gómez-Xiadani-CTM-Iglesia Bautista Eben Ezer-Presbiterio Jesucristo es el Camino, 2021, pp. 59-94; Ídem, “Lugares de reuniones protestantes/evangélicas en la Ciudad de México”, en Navidad de 1873: apertura de la Iglesia Metodista La Santísima Trinidad en la Ciudad de México. Antecedentes y precursores. México, 2023, pp. 21-146.

[19] A.C. Vázquez, “Iglesia ‘El Divino Salvador’, México, D.F.”, en Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México. México, El Faro, 1985, pp. 128-132.

[20] A. Morales, “Datos para la historia. México”, p. 165.

[21] A. Morales, “Mi vocación, 1869-1919”, en El Faro, 3 de enero de 1919, p. 7.

[22] Ídem.

[23] A. Morales, “Asunto histórico”, en El Faro, t. XXII, núm. 11, 1 de junio de 1906, p. 97. Cf. C. Martínez García, “Sóstenes Juárez revisitado”, en Protestante Digital, 19 de abril de 2015, https://protestantedigital.com/print/35936/sostenes_juarez_revisitado.

[24] A. Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 3, 17 de enero de 1919, p. 35.

[25] A. Morales, “Cómo Dios conjuró una crisis”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 10, 7 de marzo de 1919, p. 148.

[26] J.-P. Bastian, “Prólogo”, en C. Martínez-García y L. Cervantes-Ortiz, Arcadio Morales: precursosr del protestantismo mexicano, 1850-1922. México, Papiro 52-Kabod Ediciones-Ediciones Elizabdi-Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano-Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas-Centro Basilea de Investigación y Apoyo-Comunidad Educación Teológica Ecuménica Latino-Americana y Caribeña, 2024, pp. 8, 9.

[27] A Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 3, 17 de enero de 1919, p. 37.

[28] L. Mendoza García, La prensa protestante en México, 1867-1914. México, Casa Unida de Publicaciones, p. 12.

[29] El Faro, 14 de octubre de 1910, p. 659.

[30] A. Corpus, Soldados de plomo. Las ideas protestantes de El Faro durante el Porfiriato, 1885-1900. Tesis de licenciatura en Historia, San Luis Potosí, Escuela de Educación Superior en Ciencias Históricas y Antropológicas, 2006, p. 97. Cf. Angélica de las Nieves Barrios Bustamante y José Daniel Chiquete Beltrán, “Comprensión de la modernidad en el protestantismo mexicano decimonónico expresada en dos periódicos emblemáticos”, en Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, Tecnológico de Monterrey-Sinaloa, núm., 75, enero-junio de 2022, pp. 89-118.

[31] “Algo de política”, en El Faro, 15 de octubre de 1902, p. 154, cit. por Penélope Ortega Aguilar, El Abogado Cristiano Ilustrado y El Faro: la prensa protestante de la época ante el porfiriato. Tesis de licenciatura en Historia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, p. 59.

[32] Véase “Prosperidad nacional”, en El Faro, t. XXI, núm. 19, 1 de octubre de 1905, p. 148.

[33] Véase: A. Morales, “Mi actuación…” (Concluye), p. 68: “Pero como en estos breves apuntes hablé de cojera y de enfermedades crónicas, no quisiera dar idea de ser un viejo inservible, pues por el favor de Dios, todavía predico dos o tres veces por semana, estudio, hago mis visitas, llevo mi correspondencia nacional y extranjera, escribo para El Faro, aunque no quiero que figure mi nombre, y en fin hago lo que cualquiera ministro joven pudiera hacer”.

[34] A. Morales, “Nuevos libros”, en El Faro, t. I, núm. 6, junio de 1885, p. 44. Los libros reseñados son: Conflictos espirituales de un católico romano, de Beandry, traducido por Samuel P. Craver; El camino de la vida, de Charles Hodge, traducido por el misionero J. Milton Greene; e Introducción histórica y crítica al estudio del Antiguo Testamento, en traducción de H.C. Thomson.

[35] A. Morales, “Ciudad de México”, en El Faro, t. XXII, núm. 3, 1 de febrero de 1906, p. 20.

[36] A. Morales, “Mi actuación…”, p. 36. Énfasis agregado.

[37] A. Rosales Pérez, Historia de la Iglesia Nacional Presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México, bajo el pastorado del presbítero y doctor Arcadio Morales Escalona, 1869-1922. México, edición de autor, 1998, pp. 287-401.

[38] Ibid., p. 289.

[39] A. Morales, “En el primer centenario de Juárez”, 15 de marzo de 1906, p. 42.

[40] V.D. Báez, “Prensa evangélica”, en El Abogado Cristiano Ilustrado, t. XXVCII, núm. 32, 6 de agosto de 1903, p. 262.

[41] A. Morales, “La Escuela Dominical en México”, en El Faro, t. XXI, núm. 16, 15 de agosto de 1905, p. 22.

[42] A. Morales, “Datos para la historia”, en El Faro, t. XXIV, núm. 3, 1 de febrero de 1908, p. 17.

[43] A. Morales, “Trabajo espiritual”, en El Faro, 15 de abril de 1888, p. 64.

[44] J.-P. Bastian, “Prólogo”, en Carlos Martínez-García y Leopoldo Cervantes-Ortiz, Arcadio Morales: precursor del protestantismo mexicano, 1850-1922. México, Papiro 52-Kabod Ediciones-Ediciones EliZabdi-Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano-Claremont Graduate University-Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas-Centro Basilea de Investigación y Apoyo-Comunidad de Educación Teológica Ecuménica Latinoamericana y del Caribe, 2024, p. 8.

[45] A Morales, “La Escuela Dominical en México”, en El Faro, t. XXI, núm. 16, 15 de agosto de 1905, p. 122. Énfasis agregado. Cit. por C. Martínez-García, “Arcadio Morales: de la Sociedad de Amigos Cristianos a la Iglesia Presbiteriana, 1869-1874”, en Arcadio Morales: precursor del protestantismo mexicano, 1850-1922, p. 63.

[46] A. Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, 17 de enero de 1919, p. 36. Énfasis agregado.

[47] Alberto Rosales Pérez, Historia de la Iglesia nacional presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México, 1869- 1922, México, edición de autor, 1998, p. 45, cit. por C. Martínez-García, op. cit., p. 106.

[48] A. Morales, Mi actuación…”, p. 37.

[49] Joel Martínez López, Orígenes del presbiterianismo en México. Matamoros, s.e., 1972, pp. 116-117.

[50] A. Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, segunda parte, en El Faro, 31 de enero de 1919, p. 67.

[51] Ibid., p. 68.

[52] Ibid., pp. 68-69.

[53] Cf. Hubert W. Brown, “Honor merecido”, en El Faro, t. XXI, núm. 13, 1 de julio de 1905, p. 97.

[54] A. Morales, “Mis liberaciones”, en El Faro, 14 de febrero de 1919, pp. 102-103.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

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