México - Pro

Posted On 03/03/2014 By In Ética, Opinión, Política With 1964 Views

Aequimanus

“¿Por qué no puede mi mano derecha donar dinero a mi mano izquierda?
—Mi mano derecha puede ponerlo en mi mano izquierda.
Mi mano derecha puede escribir un documento de donación
y mi mano izquierda un recibo .
—Pero las ulteriores consecuencias prácticas no serían las de una donación.
Cuando la mano izquierda ha tomado el dinero de la derecha, etc.,
uno se preguntará:
‘Bueno, ¿y luego qué?’
Y lo mismo podría preguntarse
si alguien se hubiese dado una explicación privada de una palabra;
quiero decir,
si hubiese dicho para sí una palabra
y a la vez hubiese dirigido su atención
a una sensación.”
– Ludwig Wittgenstein.

¡Qué jodido debe ser para Dios ser ambidiestro…!

El pragmatismo político nos lo demuestra cuando vemos como, según la vox populi, se juega a las políticas públicas como en un ajedrez: con las mismas piezas y con el mismo tablero solo que cada quien en su respectivo lugar de movimiento.

Esa misma voz popular ha criticado caricaturescamente a algunos ejercicios del poder, en estados ideológicamente progresistas, hablando metafóricamente de una especie de política violín que se “toma con la izquierda pero se ejecuta con la derecha”.

Así nos sentimos algunas personas que vivimos en lugares como la Ciudad de México, donde el gobierno habla de compromisos vinculantes al desarrollo de quienes viven en mayor marginación pero toman decisiones que parecen ir en contra de la lógica de su discurso y usan el “garrote y los escudos” para hacer sentir la fuerza del estado en las calles. Este ejemplo casi doméstico se completa cuando se tira una mirada a los colores del partido que gobierna la Ciudad de México (PRD) pero se confunden con los mismos colores que usa el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (PRO) en Argentina, ideológicamente se deducen como contradictorios en su escala de valores pero en la práctica parecieran significar la misma cosa.

Esto sucede aún en ámbitos insospechados. Esta última semana de febrero, en 2014, muchos diarios de corte religioso daban fe de una nota paradigmática: La zurda eclesiástica latinoamericana es bien recibida por el exponente diestro de la curia vaticana, resultado: “El padre de la Teología de la Liberación, ovacionado en el Vaticano.”[1] Cómo me recuerda esto el episodio evangélico de la disputa de Jesús contra “los judíos que habían creído en él” y aquella frase lapidaria: “Nosotros somos de la familia de Abraham. Nunca hemos sido esclavos de nadie, ¿por qué dices que seremos libres?” (Juan 8:33).

Para un ambidiestro, no hay mano ignorante o inocente. Toda mano es transgresora u ocasión de pecar y está en peligro de ser cortada. La otra mano siempre, en algún grado, sabe de la otra y lo que la otra sabe. No existe pues, como suponía Blanchot, mano solitaria. En el ambidiestro, no hay mano inmune: toda mano es potencialmente sombra de otra mano y susceptible de “prensión persecutoria”.[2]

Para quienes vivimos vinculados al tema de la fe esto resulta todo un desafío pues debemos cuestionarnos constantemente, si Dios es ambidiestro ¿con cuál mano escribe en cada caso? Venezuela hoy se debate entre batallas fratricidas que, desde mi humilde opinión, son generadas por manos que ni siquiera habitan el continente (otras sí, hay que decirlo también) pero, “la mano que mece la cuna”  parece venir de fuera… como cuando Dios metió la mano en el proyecto megalómano en la Ciudad de Babel, aunque en dirección inversamente proporcional claro está… porque hay de dioses a dioses, eso ni hablar: “Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran las letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos.”[3]

¿Con cuál mano escribe Dios? ¡Me insisto!

Blanchot habla de la “mano enferma”, la de quien quiere dejar el lápiz y que en lugar de abrirse se cierra, y la opone a la que exitosamente toma el lápiz para que se desarrolle un minúsculo drama de perseguidor y perseguido, en la que la enferma intenta recuperar en forma lenta “el objeto que se aleja”. Si hay un dominio de escribir, de escribir a voluntad, de tomarlo y dejarlo, es decir, de soltarlo y agarrarlo según se quiera, ese dominio, dice Blanchot, “no reside en la mano que escribe” sino en “la otra mano… la que no escribe, capaz de intervenir en el momento necesario, de tomar el lápiz y de apartarlo”.[4]

Siddharta Gautama es conocido como “El despierto” o “El Iluminado”. El camino para ello fue simple: La leyenda cuenta que abandonó a su esposa y a su hijo recién nacido, erró por algunos bosques y pueblos de la India y se alimentó de hierbas o de limosnas. En palabras modernas: abandono del hogar, vagancia y mendicidad. La más grande lucha en el camino de su iluminación fue con el dios “Mara”, quien envió tentaciones, ejércitos de demonios y de animales y de hombres envidiosos. ¡A todos los venció el Buda! Pero esa victoria es hoy en día casi imposible para los seres humanos. “Mara” aprendió de ese enfrentamiento y envía ahora contra la humanidad ejércitos de policías, jueces y abogados con sus ordenanzas contra la vagancia y la mendicidad… o contra vecinos de un barrio que se oponen al ejercicio comercial de una estación de servicio que pone en riesgo la salud y la vida del pueblo que vive en el kilómetro 19 de la carretera México-Cuernavaca.[5]

Pero Blanchot obvia u olvida que el ambidiestro, en este caso Dios, carece de dominio o que está sujeto a un dominio incontrolable o casi involuntario: en él o ella no se oponen, al menos no absolutamente, la mano que escribe y la que no, la que no suelta y la que agarra, la que huye o se aleja con el lápiz y la que más o menos lentamente por asunto de humor o temperamental motricidad fina o gruesa persigue a su sombra, aunque lo de sombra esté por verse o en duda en esta escena casi simétrica. Y es lamentable que Blanchot haya obviado u olvidado lo anterior al hablar del dominio del escritor o, peor, que haya hablado con prejuicio lateral y no tomara en cuenta que en el mini drama del ambidiestro toda mano es un poco diestra en ser siniestra y viceversa.[6]

Para el estudioso del Socialismo Max Beer, el reformador radical Thomas Müntzer reunía todas las cualidades de un perfecto anarquista, debido a su vigor y carácter independiente, como por su gran elocuencia al dirigirse a las masas de campesinos: “A quien con sus manos toma para sí el honor y los bienes, Dios lo dejará al final vacío por toda la eternidad, pues, como dice Dios en el Salmo 5, su corazón es vano; y en consecuencia ha de derrocar de su trono a los violentos, a los egoístas y a los incrédulos.”[7] Ahí el antagonismo de lo “ambidiastría” de Dios con la de los seres humanos y, en ello la esperanza también pues como dijo un cristiano metodista mexicano: “Ningunas manos como las suyas, fuertes y callosas por los afanes del taller, habrían estrechado con más simpatía, con más compañerismo, las callosas y fuertes manos de los trabajadores.”[8]

Un filósofo de cuyo nombre no quiero acordarme, escribió que cuando una mano toca a la otra, no podemos distinguir la que toca de la que es tocada, menos cuando se es ambidiestro, y que ello es ejemplo de nuestra relación con el mundo, pero yo no necesito tan simple ejercicio para experimentar el vaivén psicológico o metafísico: tengo en el baño dos jabones, dos cremas dentales y dos cepillos de dientes, uno a cada lado del lavamanos con doble llave… Tal vez Dios haga lo mismo, no sé cómo tiene Él resuelta su dislexia a causa del uso indiscriminado de sus manos.

Yo… me confieso un “descreído” de casi cualquier clase política, y así termino: “ahí reside esencialmente el problema del indiferente: el que los creyentes, ya sean de derecha, centro o izquierda, literarios, filosóficos, religiosos o políticos, no puedan cruzarse en el camino de los descreídos sin hacer nada. El problema es que no haya intolerantes flojos o negligentes.”[9]

Ambidextro.- adj. Capaz de robar con igual habilidad un bolsillo derecho que uno izquierdo.” – Ambrose Bierce. (Diccionario del diablo)


[3] Jorge Luis Borges. “La Biblioteca de Babel”. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2001, Pág. 15.

[7] Ernest Bloch. “Thomas Müntzer teólogo de la revolución”. Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1960. Pág. 48

[8] Pedro Gringoire. “Las manos de Cristo”. Casa Unida de Publicaciones, México, 1950. Pág.120s

Dan González Ortega

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