Del caos al Cosmos
Todo ha acabado, nada tiene sentido ya.
La luz se apagó, el amor se desvaneció, la paz se agotó, ahora es la nada. El silencio.
Viajo en mi memoria. Recuerdo aquellos día en los que saboreaba el cielo. El día que desperté y sentí la calma. La que estaba allí esperando a que la abrazara. Y la abracé y la integré en mi ser. Bailé al son del amor que me arrollaba. Me sumergí en la serenidad, había sido liberada.
Y recorro esos pensamientos, aferrándome a ellos, deseando instalarme allí, quedarme eternamente en aquel lugar. Si pudiera por un instante volver, si pudiera de nuevo ver la luz.
No, no hay luz, vuelvo a estar desorientada, no hay camino, ni destino, mis ojos vuelven a estar velados, mis manos llenas están ahora vacías.
Aquí, en medio de este caos, lloro, me deshago, me rindo.
– ¿Por qué lloras?
Porque nunca imaginé que fuera así, estaba convencida de que esto no ocurría ¿Cómo podría imaginar esta ausencia? Estoy sola. Esta soledad grita demasiado alto, provoca un ruido ensordecedor.
– ¿A quién buscas?
Ya no lo sé. Porque aquello que era, dejó de ser. Dime ¿Dónde puedo encontrar de nuevo el agua que quita mi sed? ¿Dónde está el camino? ¿Dónde el amor?
Si yo supiera donde encontrar lo que busco, te aseguro, no pararía hasta hallarlo, si al menos viera alguna señal, un atisbo de aquello que fue. En cambio solo el silencio. El silencio.
– María.
¡Maestro!
¡Mi nombre! Has dicho mi nombre y mis ojos han visto, mis oídos han escuchado, mi corazón ha sentido.
¡Tu has resucitado!
¡Yo he vuelto a la vida!
Eres tú, eres más tú que nunca.
Háblame maestro, habla de nuevo.
– Ahora es tu momento, mi querida María. Cuéntales.
Juan 20:11-18
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