Todavía recuerdo cómo Abigail, audióloga y coordinadora del proyecto Oumarou de Emsimision en Burkina Faso, me describía su vivencia:
“Es una sensación maravillosa ver la transformación en la mirada del niño cuando es capaz de oír algo a través de sus oídos, sus ojos se iluminan y en su cara se dibuja una amplia sonrisa, a la vez que su mano se dirige al auricular del cual reciben el sonido.”
Un año antes de tener esta conversación yo había comenzado a pintar el retrato de una niña africana, no había logrado acabarlo. Creo que necesito conocer algo más de la imagen para poder centrarme, no se trata de hacer un retrato, necesito empatizar, sentir, emocionarme. Necesito, en definitiva, una historia. Abigail me proporcionó la historia, pero yo, en principio, no conecté ésta con el cuadro que permaneció durante casi dos años “olvidado” en un rincón del estudio.
Recuerdo que en algún momento estuve a punto de borrar el rostro de esa niña, pero mis hijas me lo impidieron, tengo que agradecérselo. Dos semanas antes de la primera exposición de Los Nadies en Granada, historia y rostro se encontraron en mi memoria. Ahora si podía acabar aquel cuadro.
Cuando aquella mañana llamé por teléfono a la oficina de emsimision en Barcelona, Mounira todavía no tenía nombre, pero sí tenía historia. Aquellas palabras de Abigail que tanto me habían emocionado, habían ido trazando la imagen de aquella niña que asombrada llevaba su mano hacia el oído.
Por eso quería que fueran ellos los que le pusieran nombre, en reconocimiento al trabajo que desde esta ONG están realizando. David, que fue el que contestó mi llamada tuvo otra idea. Me mandó una lista de nombres de niñas que ellos conocían para que pudiera elegir yo mismo cómo se llamaría la niña del cuadro.
Elegí Mounira, cuando le escribí a David para decírselo me respondió con una carcajada, por lo visto él, una vez visto el cuadro, habría elegido el mismo nombre, pero a la vez me dio una gran sorpresa, me mandó una foto de Mounira, la de verdad. Cuando abrí el archivo me puse a llorar, la niña sonriente que aparecía en mi ordenador se parecía sin duda a la niña que yo había pintado sin conocerla. Hacía ya tres años.
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