Posted On 19/01/2018 By In Opinión, portada With 10790 Views

Natural y antinatural en el debate sobre la homosexualidad | Alex Roig

En la mente de la mayoría de los creyentes, la homosexualidad es un comportamiento contra natura, una aberración, e incluso un vicio, fruto de la degradación del ser humano por el pecado.

El concepto “naturaleza” es uno de los más problemáticos en filosofía, lo fue para los griegos, lo sigue siendo para nosotros hoy, cuando se ha multiplicado por mil la definición del término “naturaleza”, y esto en los diversos terrenos de la ciencias, la jurisprudencia, la ética, la psicología, la teología, la estética, etc. “Parece ser, pues, lo más razonable —dice José Ferrater Mora— concluir que no hay en la modernidad ningún concepto común de «naturaleza»”[1].

Para complicar más las cosas, el también filósofo Ortega y Gasset, decía que el hombre no tiene naturaleza, sino historia. La vida del hombre no es naturaleza estática, no es algo acabado, sino que es historia, drama, proyecto. Su ser es hacerse, es devenir y proyecto, es construirse en el tiempo[2]. No vamos a seguir por estos meandros, que también son sospechosos para los creyentes: “la filosofía del mundo es locura para Dios” (1 Cor 3,19).

Todas las religiones del libro, judíos, cristianos y musulmanes, condenan sin paliativos la homosexualidad. En base a la autoridad del libro mantienen esa condena sin consideración al momento pasado o presente. Lo dice Jehová, Dios o Alá, y eso basta. Los más reflexivos entienden que esta condenación no es arbitraria, como si se tratara de un capricho del Omnipotente, sino que obedece motivos y razones fáciles de entender[3]. La razón más poderosa es que la actividad sexual entre personas del mismo sexo es infructuosa, infecunda, no contribuye a la propagación de la vida, que es lo más natural y necesario de todos los organismo vivientes. El sexo está al servicio de la propagación de la especie.

La Iglesia católica siempre ha mantenido que el fin natural del matrimonio es la procreación. O más explícitamente: “Los fines del matrimonio son el amor y la ayuda mutua, la procreación de los hijos y la educación de estos” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1055; Familiaris Consortio, nn. 18; 28).

Se entiende que el hombre y la mujer se atraen mutuamente de un modo natural. El amor lleva al hombre y a la mujer a casarse y ser un sola carne, que fecunda un nuevo ser (cf. Gaudium et Spes, n. 50). “El matrimonio está al servicio de la vida. Los esposos han de estar listos y preparados para tener hijos, para amarlos y educarlos”. Desde el principio, cuando Dios creó al hombre y a la mujer, los bendijo diciéndoles: “procread, y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla” (Gen 1, 27- 28; cf. Mt 19, 4-6). De este modo la unión varón-hembra se convierte en una institución ordenada por Dios conforme al orden natural de la creación. El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o consecuencia de instintos animales, sino de un mandamiento divino que obedece a una necesidad natural: la multiplicación de la especie. Por medio del matrimonio, las parejas colaboran con Dios en la procreación de nuevas vidas.

Consecuente con su visión del fin natural del matrimonio, que es la procreación, la Iglesia católica mantiene una oposición sin fisuras a la utilización de preservativos o cualquier tipo de anticonceptivo artificial. Incluso “la masturbación constituye un grave desorden moral”, en cuanto “el sujeto cede deliberadamente a una auto-satisfacción cerrada en sí misma”. “Un acto intrínseca y gravemente desordenado” (cf. León IX, Epist. Ad splendidum nitentis, a. 1054”). La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales “se opone esencialmente a su finalidad […] aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero”[4].

Desde esta perspectiva, y “según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su ordenación necesaria y esencial. En la Sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios (Ro 1, 24-27). Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen esta anomalía por esta causa incurran en culpa personal; pero atestigua que los actos homosexuales son por su intrínseca naturaleza desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso”[5].

Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo equivale a anular el rico simbolismo y el significado del matrimonio cristiano. Quebranta los fines del designio del Creador en relación con la realidad sexual. “La actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana”[6]. La práctica de la homosexualidad, resume el Magisterio católico, amenaza seriamente la vida, la felicidad y el bienestar de un gran número de personas[7]. La solución para las personas homosexuales, como también para los demás cristianos, es apreciar y vivir la castidad[8].

Para la percepción de la Iglesia católica y la sensibilidad cristiana tradicional, vivimos en un tiempo en que ha ido en aumento la corrupción de costumbres, una de cuyas mayores manifestaciones consiste en la exaltación inmoderada del sexo[9]. La nuestra es una sociedad erotizada hasta el límite, hasta el punto que la virginidad de una jovencita/jovencito es motivo de mofa, y hasta la venta de un producto de uso doméstico se ofrece apelando al sexo. La industria del sexo ya no se reduce a la pornografía, sino que abarca casi todas las actividades comerciales y lúdicas.

Al interés moderno por lo exclusivamente erótico, el cristianismo opone la visión de la persona humana, que sin rehuir la sexualidad, la pone al servicio de la pareja y de otros intereses trascendentales, como pueda ser la total consagración al servicio de Dios. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, no puede ser definida de manera adecuada con una referencia reductiva sólo a su orientación sexual”[10]. Por esta razón, incluso dentro del matrimonio, se limita la lujuria, y se considera que el uso lícito de la sexualidad excluye prácticas sexuales que en nada tienen que ver con la transmisión de la vida. “Hay quienes en nombre de una idea equivocada del amor y de la libertad o por la deformación del juicio de la conciencia quieren eliminar cuanta norma ética o moral haya que regule la sexualidad para satisfacerse sexualmente o para dar rienda suelta a sus instintos. Por tanto la sexualidad será ejercitada lícitamente dentro del contexto del matrimonio pero con respeto, con dignidad, con madurez humana, con decencia, con normas”[11].

Existe un adulterio “en el corazón” (Mat 5, 27-28) que no se limita a la mujer del prójimo, sino que también puede cometerlo el esposo con su propia esposa, si la trata solamente como objeto de satisfacción de su instinto, decía Juan Pablo II[12].

Precisemos ahora un poco la relación de lo natural y antinatural de la homosexualidad. Si atendemos al reino animal al que pertenecemos, clasificados entre la especie de homo sapiens sapiens, resulta que estamos cercanamente emparentados con los primates, con los que compartimos el 98% de nuestro perfil genético, y sabemos que el bonobo, llamado chimpancé enano, mantiene relaciones sexuales tanto con los de su mismo género como con el opuesto. En ellos es una tendencia natural, que de ningún modo supone un obstáculo a su procreación. Podría aergumentarse que los bonobos son una anécdota en el mundo animal, una excepción a la regla. Este sería el caso si no fuera porque hasta la fecha se han documentado conductas homosexuales sistemáticas en cientos de especies animales, 1.500 especies en concreto, desde pequeños mamíferos hasta en aves e insectos. “Este descubrimiento no es tan nuevo como parece; Aristóteles ya lo describió en su época observando a las hienas. No suele salir en los documentales porque es tabú, y los científicos dedicados al tema no sólo no han sabido cómo explicarlo, sino que han temido y temen ser ridiculizados y estigmatizados por sus propios colegas”[13].

Lo que observamos en la naturaleza es que lo “natural” es el infanticidio, practicado regularmente por infinidad de especies: felinos, primates, etc.; la violación, por ejemplo, en torno a la mitad de las cópulas de los orangutanes son forzadas, y nuestros primos cercanísimos los chimpancés no les van demasiado a la zaga; el parricidio, el canibalismo, el asesinato… Si tuviéramos que referirnos a lo que no es natural, lo más obvio, como dice Pablo Adarraga, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, sería el celibato.

Cosa diferente es saber si la homosexualidad está en los genes o en la biología de la persona, si es algo innato, una tendencia natural, o aprendida.

  • Según Simon LeVay y Dean H. Hamer, probablemente, ningún factor, biológico o genético, por sí solo, puede determinar un carácter tan complejo y variable como la orientación sexual. Pero estudios recientes de varios laboratorios, indican que genes y desarrollo cerebral desempeñan un papel significativo, aunque todavía no sepamos cuál. Los genes podrían estar detrás de la diferenciación sexual del cerebro y su interacción con el mundo exterior, diversificando su ya amplia gama de respuestas a los estímulos sexuales[14].

Para Ignacio Morgado Bernal, Catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, “la realidad derivada de las investigaciones científicas viene a confirmar que el componente genético no cubre todo el espectro explicativo de la orientación sexual de las personas, lo cual nos lleva a admitir un margen para los factores no genéticos, es decir, los ambientales y educativos. Estos últimos podrían influir también en la orientación sexual de manera epigenética, es decir, haciendo que se expresen o no los genes implicados en cada orientación sexual. Es esta última una posibilidad que se sigue investigando. Lo que, en cualquier caso resulta incuestionable es la dependencia educativa del comportamiento más que la orientación sexual de las personas. Es decir, si las inclinaciones y sentimientos hacia uno u otro sexo vienen muy determinadas por factores biológicos, el modo de comportarse sexualmente para ejercer esas inclinaciones sí que depende en alto grado de la educación recibida y el ambiente en que se desenvuelve cada individuo”[15].

Karl Heinrich Ulrichs (1825-1895), miembro de una larga línea de pastores luteranos, fue el primer apologista del derecho a la homosexualidad. Él tampoco pudo encontrar la causa o explicación biológica o genética de las preferencias sexuales, pero observó que la “orientación sexual es un derecho establecido por naturaleza. Los legisladores no tienen derecho a vetar la naturaleza, no tienen derecho a perseguir a la naturaleza en el curso de su trabajo; no tiene derecho a torturar criaturas vivientes que están sujetas a esas pulsiones que la naturaleza les dio”. “Los legisladores deberían abandonar la esperanza de desarraigar el impulso sexual uraniano [homosexual] en cualquier momento. Incluso las ardientes piras sobre las que quemaron urnings [homosexuales] en siglos anteriores no pudieron lograrlo. Incluso el amordazarlos y atarlos fue inútil. La batalla contra la naturaleza es una tarea desesperada. Incluso el gobierno más poderoso, con todos los medios de coacción que puede ejercer, es demasiado débil contra la naturaleza”[16].

Esto confirma lo que en nuestro días ha escrito Margarte A. Farley. “La orientación sexual no se elige ni se cambia fácilmente. No es por sí misma moral, ni inmoral ni premoral”[17].

Sería interesante realizar un estudio exegético del uso de la palabra “naturaleza” en los escritos del apóstol Pablo. Así veríamos cómo este concepto no expresa lo que es lo natural sin más, sino la cultura o percepción de la realidad de una época. Así por ejemplo, cuando el Apóstol dice con todo convencimiento: “La naturaleza misma nos enseña que es una vergüenza que el hombre se deje crecer el cabello” (DHH). “¿No enseña la misma naturaleza que el cabello largo es para el varón una deshonra?” (BLP). “¿No les enseña el mismo orden natural de las cosas que es una vergüenza para el hombre dejarse crecer el cabello?” (NVI). Evidentemente el apóstol Pablo está aquí emitiendo un juicio cultural propio de su época y de su pueblo, sin que nadie lo pueda tomar como una ley natural que acatar por todos los hombres en todos los tiempos, porque precisamente lo que la naturaleza enseña, no la cultura, es el crecimiento natural del cabello.

En otro caso, que concierne al tema que tratamos, Pablo usa la palabra “naturaleza” en relación al conocimiento natural de Dios a partir de lo creado: “las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas (Ro 1, 20). Pero los hombres “cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (v. 23), consecuencia de lo cual fueron los pecados contra natura del mundo grecorromano, produciéndose una nueva degradación el relación al conocimiento de Dios: “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador” (v. 25), que se tradujo en un trasvetismo moral:  “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (vv. 26-27).

En el libro de Sabiduría, al que Pablo parece seguir aquí muy de cerca, los hombres han llegado al desenfreno moral y sexual a través de la idolatría (14, 12, 22-31). Sabemos, sin embargo, que la sociedad romana en general era más recatada en lo sexual que lo que aquí describe el apóstol, cuya descripción se ajusta más a las fiestas bacanales, donde todo estaba permitido, o quizá a las prácticas de ciertos cultos relacionados con divinidades como Cibeles, Mitra o Afrodita, entre cuyas actividades estaban las de mujeres vestidas como sátiros con grandes “faloi” para que pudiesen ser penetradoras en vez de penetradas en la relación con sus parejas. Ciertamente este tipo de trasvestismo, o cambio de roles, es contra natura. “Enturbiando el orden natural, los varones toman el papel de las mujeres, y las mujeres toman el papel de los varones, contrariamente a la naturaleza… No se cierra ningún orificio contra las lujurias; y su sexualidad es una institución pública, son compañeros de cuarto con la indulgencia” (Clemente, El Pedagogo 2.10.86-87, 3.3.21.3).

En el culto Cibeles/Afrodita, cuyo templo más importante se encontraba en Corinto, donde es probable que Pablo haya escrito su Epístola a los Romanos, se rumoraba que contaba con más de mil prostitutos sagrados de ambos sexos (hieródulos, hieródulas). Este culto había sido introducido en Roma poco antes, después de una larga resistencia por parte de las autoridades capitalinas. En este culto el elemento travesti era muy importante. No solamente eso, sino que los ritos incluían frenesíes orgiásticos durante los cuales algunos varones se dejaban abusar, y que culminaban en el momento en que algunos en el frenesí se castraban, haciéndose así eunucos, y por eso, sacerdotes de Cibeles. Pues en el culto de Cibeles, como en los cultos de las diosas-madre en general, el trascender el género era considerado de especial importancia.

A la luz de estos datos es difícil decir dogmáticamente que Pablo condena aquí la homosexualidad tal como se entiende en el mundo moderno, sino como él la concibió en su tiempo, y según los patrones religiosos de su época. ¿Diría lo mismo el apóstol Pablo de ese tipo de homosexualidad que es experimentada por muchas personas desde que tienen memoria?

En cualquier caso, las personas con esta orientación sexual podrían protestar diciendo que lo que va contra su naturaleza es precisamente mantener relaciones con personas de otro sexo. Sabemos por experiencia que la mayor parte de las personas tienen la impresión de que nadie les enseñó, nos enseñó, nuestra orientación sexual, siendo algo que aparece de manera espontánea muy tempranamente al final de la infancia y que además se siente como muy consistente e inmutable, y que tan imposible como es hacer que un heterosexual mantenga relaciones con los de su mismo género, lo que es que homosexualidad haga lo propio con el ajeno.

Nos queda mucho trabajo que realizar en este campo, complejo y complicado por prejuicios seculares de todo tipo. Desde una perspectiva cristiana comprometida con la realidad y con el Evangelio no podemos si no levantar la voz contra la corriente pansexual que domina gran parte de nuestra cultura para explicar el comportamiento y las relaciones humanas. Hay que volver a Jesús y a su principio de “ojos limpios”. No podemos consentir que se dictamine que la relación entre David y Jonatán —de quien dice: “me fuiste muy dulce, más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres» (2 Sam 1, 26)—, o entre Jesús y el Discípulo Amado, era de naturaleza homoerótica. Hay que recuperar y enseñar la relación y el cultivo de la amistad, entre hombre y hombre, mujer y mujer, que puede dar lugar a formar profundos lazos de amor y afectividad sin por ello tener que pensar en el erotismo. El ser humano es más que naturaleza, es cultura, es espíritu.

Seguiremos.

________

[1] J. Ferrater Mora, “Naturaleza”, en Diccionario de filosofía, vol. IV, p. 2503. RBA, Barcelona 2005.

[2] J. Ortega y Gasset, Historia como sistema, VII, pp. 37ss. Alianza Editorial, Madrid 1981.

[3] “La posición de la moral católica está fundada sobre la razón humana iluminada por la fe y guiada conscientemente por el intento de hacer la voluntad de Dios, nuestro Padre. De este modo la Iglesia está en condición no sólo de poder aprender de los descubrimientos científicos, sino también de trascender su horizonte; ella está segura que su visión más completa respeta la compleja realidad de la persona humana que, en sus dimensiones espiritual y corpórea, ha sido creada por Dios y, por su gracia, llamada a ser heredera de la vida eterna […] Por lo tanto se requiere de sus ministros un estudio atento, un compromiso concreto y una reflexión honesta, teológicamente equilibrada […]. Se subrayaba el deber de tratar de comprender la condición homosexual y se observaba cómo la culpabilidad de los actos homosexuales debía ser juzgada con prudencia”. Carta, dirigida a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la Atención Pastoral a las personas homosexuales (nn. 2, 3). Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 1 de octubre de 1986.

 

[4] Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, n. 9 (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 29 de diciembre de 1975); cf. Gaudium et spes, n. 51.

[5] Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, n. 8.

[6] Y se añade: “Esto no significa que las personas homosexuales no sean a menudo generosas y no se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la auto-complacencia”. Carta dirigida a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, n. 7. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 1 de octubre de 1986.

[7] Id., n. 9.

[8] Id., n. 13.

[9] Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, n. 1.

[10] Carta dirigida a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, n. 16.

[11] Henry Vargas Holguín, “¿Vale cualquier práctica sexual dentro del matrimonio?” https://es.aleteia.org/2014/12/30/vale-cualquier-practica-sexual-dentro-del-matrimonio/).

[12] Juan Pablo II, La redención del corazón. Catequesis sobre la pureza de corazón. Ediciones Palabra, Madrid 1996.

[13] Judith Márquez, “Homosexualidad: ¿natural o antinatural?” https://sobrecuriosidades.com/2010/11/01/homosexualidad-natural-o-antinatural/

[14] Simon LeVay y Dean H. Hamer, “Bases biológicas de la homosexualidad masculina”, en Investigación y Ciencia. Informe especial: La homosexualidad a debate. Julio 1994, nº 214.

[15] I. Morgado Bernal, “¿Es la homosexualidad una inclinación natural?” https://www.investigacionyciencia.es/blogs/psicologia-y-neurociencia/37/posts/es-la-homosexualidad-una-inclinacin-natural-13361

[16] Hubert Kennedy, Ulrichs: The Life and Works of Karl Heinrich Ulrichs, Pioneer of the Modern Gay Movement. Alyson, Boston 1988.

[17] M.A. Farley, A Framework for Christian Sexual Ethics, p. 273. Continuum, New York 2008.

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