Es para mí un agrado tener la oportunidad de presentar el libro Fe que se hace pública. Reflexiones Sobre Religión, Cultura, Sociedad e Incidencia, un texto con una fuerte impronta de un Cientista social de un lado, y de un teólogo por otro, atreviéndome a decir que “viene como anillo al dedo” ante el acontecer nacional post-estallo social y cuando como sociedad civil nos encontramos a un poco más de un mes para que la ciudadanía se pronuncie en el Plebiscito sobre una nueva constitución o una reforma a la actual carta magna, dado que las temáticas abordadas por el autor no solamente presenta una narrativa crítica, sino que también se proponen mecanismos para ejecutar en la vida cotidiana.
¿Y qué es lo que manifiesta el autor en las páginas de su más reciente publicación? En primer lugar hay que decir que ilustra sobre la situación actual sobre la reducción de la fe al ámbito privado y únicamente espiritual de los sujetos creyentes, junto con el surgimiento de bancadas o agrupaciones evangélicas, tanto en Chile como en otros países latinoamericanos, de apropiarse de atribuciones, con las que según ellos, representan a todo el sector, cuando en realidad no existe en el mundo protestante-evangélico desde los tiempos de las reformas del siglo XVI en adelante, una única entidad que reúna los intereses de todos, y al mismo tiempo tenga el derecho de alzar la voz. Una práctica totalitaria que tiene algunos líderes e iglesias, sobre todo cuando no respetan un elemento fundamental de la democracia que es la pluralidad de cosmovisiones.
De principio a fin, mediante cada uno de los ensayos que constituyen el libro, su autor analiza y sugiere ideas y dispositivos de acción, para producir cambios en el proceder – inadecuado en algunos casos – cuando se trata de una contribución positiva del pensamiento cristiano y su praxis en la vida cívica y en las formas de organización de la estructura política. Entre las motivaciones e intenciones del autor, se encuentra el hecho de ir generando cambios
que potencien la edificación de espacios auténticamente democráticos, donde se reconozca y valore la participación de organizaciones, movimientos sociales, colectivos, y por supuesto, de los cristianos, quienes no siempre han favorecido en aportar a un clima y a una convivencia donde todos los sectores sean incluidos. Sin embargo, ha estado ocurriendo justamente lo contrario. Es un punto en que me quisiera detener teniendo presente las
consideraciones que plantea el autor; en su manifiesto contra el fundametalismo políticoevangélico.
Hay quienes por mucho tiempo han vivido una fe privada como sujeto religioso, ya sea con sus propias creencias jamás discutidas, sino mantenidas en el seno eclesial y familiar, descartando, a veces por ignorancia, a veces por interpretaciones literales de las Escrituras, descuidando los aspectos socio-históricos, políticos, culturales y económicos que ellas presentan, aplicando una reducción a lo puramente espiritual en contraste a lo secular. No se
han dado cuenta o no han querido hacerlo para evitar compromisos sociales y mantenerse en un cierto nivel de comodidad, que la fe cristiana, desde sus inicios en el siglo primero de nuestra era tiene por esencia una dimensión pública, o mejor dicho, política.
No obstante, hay que advertir que no se está generalizando apresuradamente aludiendo a todo el sector evangélico-protestante. Para nada, porque también se ha presenciado un peculiar fenómeno; que las iglesias evangélicas dejaron de mantenerse en el anonimato periférico, pues se han tornado en actores sociopolíticos; sin querer involucrarse en el plano político, indirectamente lo han hecho y continúan haciéndolo. Pero sus agendas apuntan más que nada a salvaguardar la moral cristiana, sus principios y valores. Dichas agendas son conocidas por todos y todas: defensa de la vida, de la familia tradicional, contra el aborto y la ideología de género, entre otras, en las que legitiman a partir de las ciencias positivas, dejando de lado lo que se ha investigado en las ciencias humanas o sociales. Aspecto que el autor va a poner en tela de juicio el criterio hegemónico de agrupaciones evangélicas, que desde lo minoritario pretender ser mayoría que no son. Una cuestión que vemos cuando ciertos evangélicos lograr entrar en la política y desde allí creen representar al resto, a parir de sus indebidas atribuciones. ¿No es contradictorio el hecho que la religión sea algo privado y, por otra parte estén apareciendo bancadas evangélicas que procuran alcanzar tribunas públicas para dar sus discursos e imponer su voluntad al resto? De ninguna manera, pues el autor da cuenta de lo que él denomina “capital político-evangélico”, esto es, aquellas acciones incitadas por determinados discursos y agendas que actúan como clichés axiológicos que generan de manera inconsciente y que son discursos sin sustancia, es un discurso líquido, sin darse cuenta en su mayoría, construyendo un esquema totalitario desde el cual no respetan la pluralidad de voces, de convicciones, hasta de “ideologías”. Lo que presentan lo hacen desde un plano absoluto y conservador, un conservadurismo religioso-político amparado desde lo sacramental y desde un hermético ejercicio interpretativo de la Biblia. Afirman ver cosas donde no las hay, sino que más bien proyectan prejuicios morales en las Escrituras, levantando doctrinas absolutas y humanas, demasiado humanas como diría Nietzsche, quedándose ensimismados en intereses particulares, descuidando la responsabilidad de reclamar al Estado para que éste cumpla con su rol de igualador social. El autor subraya el que la iglesia no puede instrumentalizarse y actuar como una plataforma de intereses políticos particulares, descuidando el resto de las problemáticas y demandas, que de manera audaz y con valentía han puesto en la mesa los movimientos sociales, por agrupaciones pequeñas, minoritarias que reclaman en las calles como principal plataforma de visibilidad, sus derechos cono una alteridad diversa. Su no reconocimiento, emplazamiento y discriminación en los discursos demuestra actitudes antidemocráticas, restringiendo en ocasiones el derecho de libertad a causa de proyectos neoconservadores.
Otra arista del punto anterior que nos muestra el autor ha sido el mal uso del concepto ideología, estigmatizando la palabra, cuando en realidad ella está presente en todas las relaciones de poder – de persona a persona, de los medios, de las estructuras y sus dinámicas etc. Es más, hasta la fe cristiana contiene aspectos ideológicos.
Lo que pasa es que se tiene miedo a lo otro cuando resulta ser algo totalmente nuevo o novedoso, puesto que atenta contra lo establecido, contra el “sentido común” del dogma, por lo tanto se rechaza porque se concibe como un peligro. Ha sucedido no solamente con personas, extranjeras por ejemplo, sino además con una particular terminología; diversidad sexual, pluralidad religiosa, por mencionar un par, son demonizados. La razón se debe que
precisamente aquello que entendemos como plural entra en tensión y se opone a toda singularidad, a todo pensamiento único, pues la dimensión política-democrática reconoce la pluralidad de entidades. Lo que debería ser un axioma sociopolítico en nuestras democracias es todavía algo que hay que defender, sobre todo cuando comunidades religiosas provocan separaciones sociales, y – citando al autor, “se transforman en ejércitos de un falso orden que excluye lo insoportablemente más Real de la existencia: lo plural, lo diverso, lo distinto”.
Pero así como apreciamos tales defectos, existe también, aunque todavía le falte mayor presencia y visibilidad, de sectores evangélicos y otras voces religiosas con un sentido mucho más crítico, que procuran estar alerta al conservadurismo fundamentalista, para los que el autor ofrece una serie de perspectivas para encaminarlas a buen puerto, aun cuando se evidencia la nueva fase por la que atraviesa nuestra sociedad, la post-secularización, donde
la institucionalidad religiosa ha pasado a un segundo plano, por lo tanto los creyentes buscan otros espacios y plataformas para producir cambios en las estructuras sociales y en su funcionamiento.
Para terminar esta presentación, aludir a una cualidad esencial que el autor manifiesta y enfatiza en relación a la teología de la cruz, donde ni más ni menos, la cruz, como acontecimiento y como símbolo, proyecta la muerte de toda Verdad como absoluto para dar lugar a un escenario de infinitas posibilidades, siempre en favor de lo distinto, de lo enajenado o alienado.