“Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo (…)” Romanos 8:29
Transformados a la imagen de Jesús. El apóstol Pablo en la Carta a los Romanos señala que Dios le dio un destino común a todos los que algún día creyeron en Cristo: ser transformados a la imagen de Su Hijo (Romanos 8:29). ¿Qué significa esto para un cristiano de a pie, para el cristiano que cada lunes marca la entrada a su trabajo para enfrentarse a ocho o diez horas de “mundo”? Acostumbrados como estamos a la jerga evangélica, quizás nos resulte difícil poder generar, a partir de una carta con un contenido tan robusto en lo dogmático, aplicaciones eminentemente prácticas, aplicaciones que incluso podrían ser inversamente proporcionales a la densidad teológica del pasaje en asunto.
Me explico: podríamos pasar décadas tratando de comprender la primera parte de este pasaje y no seríamos capaces de pasar más allá de la orilla de su proposición. Porque, ¿quién podría negar la profundidad de un verso que afirma que Dios nos conoció de antemano a usted y a mí? ¿qué significa eso? ¿con qué se come una oración de este nivel?
Entonces, encandilados ante una bomba doctrinal de tal dimensión podríamos dedicar días, meses, años, escarbando entre la teología histórica, bíblica, sistemática; repasando comentario tras comentario, interrogando a los más afamados teólogos y eruditos con que nos ha bendecido el cielo y hallando verdades a las que seguramente jamás nos hubiésemos acercado si no nos permitieran subirnos con ellos a sus navíos hermenéuticos. ¡Seguro que encontraríamos oro! La pregunta es si seríamos capaces de convertir ese oro en materia nutritiva para el cristiano de a pie, para el que aún le cuesta encontrar en su biblia el libro de Oseas (gloria a Dios por la tecnología), como yo, como usted tal vez.
El Dios que escribió mi historia. Cuando se lee en un texto que Dios dispuso un destino inevitable para todos los que se acercaron con fe genuina a Jesucristo: ser transformados a la imagen de su Hijo. Lo mínimo que debería provocar en quien lee (o escucha) algo como esto es caer de espaldas (o de frente o de lado, como prefiera), soltar la gravedad con el peso de semejante promesa. ¿Qué sería lo lamentable? Pasar por la montaña de romanos 8:29 y satisfacernos con la excavación exegética de rigor (ajena o propia) sin tragarme el elixir de la tierra húmeda, sin beber del agua pura que emana de una promesa como esta. ¡Ser transformados a la imagen de su Hijo! ¿Qué está diciendo Pablo? So pena de fallar gravemente en lo técnico, me permito esbozar un intento de aplicación práctica de este maravilloso pasaje para el cristiano de a pie, para el cristiano que usa converse rojas y gorra Nike. Lo que Pablo afirma es que el todopoderoso del universo, uno de sus días, en medio de la eternidad, abrió su calendario y decidió bloquear un día de su agenda. El compromiso de ese día llevaba tu nombre y la tarea que llevaría a cabo sería muy especial: escribiría el guion de tu historia:
- “sin condenación…”
- “libre del pecado…”
- “hijo de Dios…”
- “coheredero con Cristo…”
- “transformado según la imagen de Cristo…”
¡Demasiado! Si necesita respirar o beber agua, hágalo.
Ser la persona que debemos llegar a ser
Lo que Pablo afirma en Romanos 8:29 es que aquel hombre y aquella mujer que un día recibió a Cristo en su corazón no puede hacer nada por impedir lo que Dios escribió que pasaría, no vería suceder algo que amenace lo que Dios escribió en su destino: se parecería, poco a poco pero cada vez más, a su Hijo. No importa el carácter que tenga, no importa el pasado que se le atribuya, no importa los errores catastróficos que haya cometido, cada día el pincel de Dios iría trazando en ella, en él, las líneas que trazó en Su Hijo ¡¡Wow!!
Más concreto aún: El propósito de Dios para tu vida es que te conviertas en un mejor padre, una mejor madre, un mejor hijo, una mejor amiga, un mejor jefe, un mejor estudiante, etc. El propósito de Dios para tu vida es que el mundo vea a través tuyo el tipo de padre que hubiese sido Jesús, el tipo de jefe que hubiese sido Jesús, el tipo de empleado, de vecino, de abuelo, etc, etc, etc, que hubiese sido Jesús. ¿Tarea fácil? Por supuesto que no, pero no es tuyo el resultado. Las expectativas no están depositadas en lo que podamos hacer. Están depositadas en el Dios todopoderoso (que si está de tu parte, ¿quién podría está en contra tuya?). Están depositadas en el soberano de los siglos que cada domingo concluye el día utilizando todo lo que te pasó en la semana para convertirte en un hombre, en una mujer más parecida a Jesús que hace siete días.
El final está escrito. El destino está asegurado. Disfruta del viaje: Ama. Perdona. Equivócate. Duda. Cree (ahora con más fuerza). Hagas lo que hagas, pases lo que pases, vivas lo que vivas, recuerda esto: no hay fuerza humana ni sobrehumana que impida que pase lo que Dios escribió sobre ti. ¡Será maravilloso! Llegarás a ser la persona que Dios quiere que seas.