Hacía rato que habían llegado todos a la iglesia. El pastor, poco acostumbrado a esta sorprendente e inesperada puntualidad germánica, fue el último en llegar, y cuando lo hizo se los encontró frente a la reja del local, esperando que les abriera.
– ¡Caramba, muchachos! ¡Domingo, en el culto, os quiero igual de puntuales, también!
Rieron. Pero tampoco mucho. Rieron, sí, pero por cortesía. Y entraron en la iglesia con rapidez, uno con la guitarra eléctrica en la espalda, otro con la funda del saxofón en bandolera, el otro con el estuche de la trompeta en la mano. Entraron también dos chicas, una de ellas abrazada a una gran funda de bajo eléctrico. El último en entrar, sin carga y con las manos en los bolsillos, fue a serntarse en el taburete de la batería, que ja estaba en la iglesia. Las dos chicas trajeron unas sillas plegables de otra sala, y las pusieron en ruedo.
– Tíos, ¡yo con estos nervios no puedo vivir! – dijo el de la batería.
– Oh, ¡lo tuyo no es nada! ¡Yo me estoy quedando afónica, y te recuerdo que soy la cantante! – le respondió una de las dos chicas.
– Venga, va: ¡tampoco os paséis!
Después de decir esto, el chico de la trompeta dejó el instrumento en el suelo, y se incorporó. Los otros se quedaron mirándole silenciosamente, esperando que pusiera orden, que les ayudara a tomar alguna decisión. Se hacía evidente que era él el líder del grupo.
– Escuchad, no tenemos porqué sufrir: nos pidieron que les pasásemos las letras de cinco canciones, y lo hicimos. Después, nos pidieron la grabación de los cinco temas, y los grabamos y se los enviamos. A mi me parece que los de la productora están contentos con nuestro trabajo, si no no nos estarían pidiendo tantas cosas. Y mucho me parece que si una productora quiere sacar un disco de música cristiana y presentarlo en un concierto en el campo de fútbol, no perdería el tiempo con grupos que ya sabe que no serán escogidos. Creedme, vamos por buen camino.
– Sí, Elliot, tu lo ves muy claro, – interrumpió el de la batería – pero si lo tuvieran tan claro, ¡no nos estarían pidiendo todo el rato estas tonterías! Y, ahora, ¿qué significa que nos piden que cambiemos el nombre? ¿Por qué no les gusta “Cafarnaún Singers”?
– Hombre, John, – replicó la chica del bajo eléctrico, que todavía no había abierto la boca – el nombre no os lo currásteis mucho, ¿eh? ¡Si parece sacado de un disco de gospel de los ochenta!
– Es cierto – añadió Elliot, dirigiéndose a John – que era un nombre que en su momento estaba bien. Pero ¡porque éramos un grupo de chavales de doce años que hacíamos canciones bobaliconas! Y, si queremos hacer algo en el mundo de la música cristiana, sobretodo si hacemos rock y hip-hop, ¡tenemos que canviarnos el nombre!
– Si es que la productora tiene razón. – añadió del del saxofón – Cuando el año pasado toqué con los del grupo de ska del centro juvenil, ¡les tuve que decir que no teníamos nombre, porque me daba vergüenza decir que nos llamamos “Cafarnaún Singers”!
– Lo veis? – concluyó Elliot.
Se hizo un instante de silencio, que rompió el chico del saxo:
– Escuchad, yo había pensado el algo tipo: “Discípulos del Calvario”. ¿Qué os parece?
– Jorge, ¿qué te has tomado? – le respondió la cantante – ¿Que no ves que, si acaso, somos discípulos de Jesús, y no del Calvario? Además, ¡es muy tétrico!
– Pero, Marina, – replicó – así queda un nombre más potente. ¿No nos quejábamos de que teníamos un nombre de grupo de animación infantil?
– ¿Y qué os parecería “Frente Popular de Judea”? – dijo riendo la chica del bajo.
– No estaría mal, Yessica, – comentó Elliot – y nos ganaríamos el favor de los fans de Monty Python. Pero me parece que hace más para un grupo de ska revolucionario que para uno de rock y hip-hop… ¡Venga, más ideas!
– Y, ¿no hay ningún nombre más simple? – preguntó Jorge – Me parece que todo el rato vamos a parar al mismo sitio. Pensemos otras cosas: frases de la Bíblia, nombre de persona, o hasta nombres que no tengan nada que ver con las escrituras o, directamente, ¡inventados!
– Tambíen es cierto, – añadió John – no hacen falta nombres rebuscados.
– John, – preguntó Elliot, que veía a John especialmente pensativo – ¿estás dándole vueltas a algo en concreto?
– El otro día se me ocurrió una idea, – respondió – pero no la tengo todavía bien elaborada. ¿Verdad que es en el libro de Josué, en el capítulo seis, que que se explica como, al toque de las trompetas, se derrumbaron las murallas de Jericó? Como es una imagen muy musical, me preguntaba si de alguna manera nos serviría. Pero no sé como acabar de resolverlo.
– ¡Pues a mi me gusta! – exclamó Yessica – Podria ser “Los trompetistas de Jericó”, o “La banda de Jericó”, o…
– O “Murallas y trompetas”, – intervino Elliot – o “La banda de Josué”…
– ¡Esperad un momento! – interrumpió Marina, com la Bíblia abierta en las manos – Leo: “Tomad el Arca del pacto, y que siete sacerdotes lleven bocinas de cuerno de carnero delante del Arca de Jehová.” ¿Qué os parecería “Los siete cuernos”, o “Los siete cuernos de Jericó”?
– ¡Oh, a mi me gusta! Suena muy bien: ¡”Los siete cuernos de Jericó”! – apuntó John.
De repente, todos se miraron, en silencio. Y, por las sonrisas, supieron que este era el nombre ganador.
– Chavales, – dijo Elliot – ¿vamos a celebrarlo?
Desde su despacho, el pastor vió como todo el grupo salía corriendo de la iglesia, ¡sin tan sólo despedirse!
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