Posted On 20/10/2023 By In Opinión, portada With 795 Views

Orar por Israel. La consigna fácil o el compromiso por la paz | Eliana Valzura

Son días muy convulsionados para el mundo. Violencia inhumana, odio fratricida, muerte, destrucción, dolor y angustia. Y usted me dirá que el odio y la venganza no son cuestiones nuevas, que las guerras son tan viejas como la humanidad misma, y es verdad: lo que ha cambiado es el poder de destrucción, la escala global de todos los conflictos, y la instantaneidad de las comunicaciones que, por un lado, trasladan a todo el mundo las noticias al momento y, por otro, las amplifican o las distorsionan, según sean los intereses a los cuales responden los massmedia que las transmiten.

Los medios de comunicación masiva en general, y las redes sociales en particular, toman posición, y obligan a todos a exponer su propia posición de manera automática y en bloque, aunque como personas individuales no nos hayamos dado el tiempo de pensar en profundidad y, mucho menos, con independencia de criterios.

Así, rápidamente, una gran parte de la cristiandad evangélica se embanderó bajo la consigna de “orar por Israel” e, incluso, literalmente, se “embanderó”, poniendo los colores de esta nación hermana en sus pantallas, en sus redes, en sus ventanas, en sus escritorios.

Quiero manifestar de antemano mi más absoluto repudio por todo acto terrorista y por el empleo de la violencia en la reivindicación de los derechos. Veo con horror y espanto los hechos acaecidos en Israel a manos de un grupo que de ninguna manera es el pueblo de Palestina ni lo representa. El horror no tiene “peros”. La guerra no tiene justificación. También quiero renunciar en este momento a explicar que, para analizar los hechos de público conocimiento, hay que remontarse a la historia de dos pueblos y a una resolución de Naciones Unidas nunca respetada. Porque el horror me espanta a ambos lados de la frontera y por igual, y me duelen las muertes de un pueblo y del otro. De ahora, desde el ataque artero del grupo Hamas, pero también de antes: de todos los atentados contra la humanidad perpetrados por unos y otros.

El dinero y el poder crean monstruos en donde quiera que estén, y las ambiciones coloniales de las superpotencias esquilman a las naciones más débiles, las sumergen en guerras, hambres y enfermedades, para después depositar en barracas inmundas a los millones de migrantes que llegan a sus costas y fronteras —las de los mismos responsables de su infortunio— en busca de algún refugio y alguna esperanza.

Dicho esto, y sabiendo que el punto que acabo de dejar merecería un artículo extenso y sesudo, me quiero detener en la frase que da título a estas líneas y en la actitud de mucha cristiandad evangélica sobre el conflicto.

Rápidamente, dije, llamaron a “orar por Israel”, y muchos repitieron la consigna sin ni siquiera percatarse de qué hay detrás de eso, de dónde viene, qué doctrinas involucra, y qué se está aceptando cuando se acepta ese lema.

¿Por qué orar por Israel y no orar por Palestina? ¿Orar por Israel —¿por el estado? ¿por el gobierno? ¿por la nación? — o por las personas que viven en Israel y están sometidas a este estado de guerra? Una primera respuesta, casi una obviedad que no parece advertirse, es que la iglesia, como agente de paz, como sal y luz en medio de un mundo cuyos intereses no son los del reino, si decide orar —que a veces es solo mantenerse cómoda en su situación de privilegio sin involucrarse demasiado y sin poner las “manos en el arado”— ¿acaso no debería orar por todos y todas? ¿acaso no debería condolerse por el dolor de un lado y del otro? ¿no será que habría sido mejor que levantara la voz todos estos años en los que se amasaba este estado de injusticia? ¿qué consigue con orar ahora, que el odio ya está desatado? ¿no habría sido más oportuno desplegar su oficio profético antes de que la sangre llegue al río? Hay una interpelación a la iglesia mundial en este punto que me parece evidente: si callamos frente a la injusticia, somos cómplices, si clamamos neutralidad, somos tibios, si calmamos nuestra conciencia proponiendo orar sin involucrarnos, somos cómodos e inocuos frente al mal. Es mentira que la iglesia debe ocuparse de “otros asuntos más espirituales” … quien dice esto, trabaja para la irrelevancia eclesial.

Más allá de estos interrogantes, que por sí solos obligarían a cualquier persona pensante a replantearse sus motivaciones y frases hechas, me gustaría ahondar un poco más en por qué para algunos es importante orar por Israel más que orar por la paz en el mundo. Porque cuando se llama a orar por Israel, hay un sustrato de venganza más que de paz, lo sepan o no quienes pronuncian la frase. Se está deseando —aun sin pensarlo— que Israel prevalezca sobre sus enemigos (¡como si los tiempos del Antiguo Testamento no hubieran terminado!). Se está diciendo que Dios se ponga del lado de una nación y que avale sus escaramuzas de guerra. Se está dejando de lado a Jesús para volver a Jehová de los ejércitos. En cambio, si se ora por la paz, no hay forma de no orar por la justicia, porque no hay paz sin justicia. Y la justicia no es ajusticiamiento, y la paz no es la paz que da la muerte y el miedo.

¿De dónde viene, entonces, este “orar por Israel”? Repito, lo sepan o no quienes honestamente y de corazón levantan esta bandera, la idea que atraviesa el llamado a ponerse del lado de Israel es que la nación, Israel, es homologable al Israel del Antiguo Testamento y, por tanto, sigue siendo el pueblo escogido de Dios. Pero ¿cómo? ¿Y la iglesia?

¿Se dan cuenta de lo que están sacrificando doctrinalmente los que afirman algo así? Yo creo que no. La iglesia pasa a ser un sucedáneo de Israel, un “plan B” para el verdadero plan de Dios que tiene que ver con Israel, con su reivindicación, y con su centralidad en la historia del mundo al final de los tiempos.

No seré yo la que haga en estas líneas un panegírico de la iglesia, pero es que justamente aquellos que sostienen en una mano que Cristo murió por la iglesia y que solo los que son parte de la iglesia por la sangre de Jesús se salvan, son los que, en la otra mano, empujan una idolatría por Israel como parte de un plan de Dios independiente de la iglesia. ¿Saben ellos y ellas de dónde vienen estas interpretaciones? Muchos sí, muchos no. Veamos.

En la década del 30 del siglo XIX, una joven mujer de Escocia, Margaret McDonald, que por entonces tenía quince años, dijo haber tenido una visión acerca de la segunda venida de Cristo dividida en dos partes: la primera, para arrebatar a su iglesia, la segunda, con su iglesia, a reinar en la tierra. Si bien no puede decirse que las teorías futuristas respecto del cumplimiento de las profecías se hayan inaugurado en esos tiempos, sin embargo, la peculiaridad de la visión de McDonald tenía que ver con el “arrebatamiento” como un hecho literal, alrededor del cual y, a partir de allí, se iban a construir las más asombrosas y ficcionales teorías escatológicas: que si el arrebatamiento era antes, durante o después de la Gran Tribulación (a la cual se le asignaba, por supuesto, un cumplimiento literal), que si la segunda (en realidad, tercera) venida de Cristo sería antes, durante o después del Milenio (al cual también se le asignaba un cumplimiento literal), que si el Anticristo hacía “pacto” con la iglesia, o que si lo hacía con Israel, que si la marca de la bestia, que si el gobierno mundial desde Israel, que si un juicio, dos juicios o muchos juicios… En fin, las alquimias interpretativas no son ni claras, ni uniformes, ni homogéneas, ni unívocas: las combinaciones son tan infinitas que intentar explicarlas es absolutamente imposible. Lo que quiero destacar es que todas ellas consideran el cumplimiento literal de las partes proféticas de la Biblia, en especial Daniel, y del Apocalipsis, así como también de algunas porciones de los Evangelios. No importa si esta postura viola la hermenéutica y la exégesis de los textos. Según esta teoría, Dios tenía un plan para Israel y con Israel, el cual fracasó (por culpa de Israel, nunca de Dios, que en este punto se retira de su omnipotencia y de su predestinación), entonces, ideó un “plan alternativo” para el cual vino Cristo. A la actual era, desde el año cero hasta que Cristo regrese por segunda o segunda-bis vez, la llaman “paréntesis de la iglesia”. La encarnación, vida y muerte de Jesús, y la historia de la iglesia, solo un paréntesis.

Las ideas de la joven McDonald fueron abrazadas por John Nelson Darby, quien se encargó de expandirlas lo suficiente, aunque el boom global vino de la mano de Cyrus Ingerson Scofield, un predicador estadounidense quien, poco tiempo después, tuvo la explosiva idea de publicar una Biblia con aparato crítico, es decir, con notas explicativas. Como Scofield era un genuino defensor del Dispensacionalismo (que así se llama esta corriente), pues entonces esa Biblia, increíblemente muy popular y codiciada, no hacía otra cosa que propagar las ideas dispensacionales como las únicas y las correctas y, colateralmente, decirle al lector qué debía entender cuando estaba leyendo sus páginas. Muchas generaciones de cristianos se criaron y formaron pensando que esa era la única interpretación posible, la única correcta, la que siempre se creyó. Y no.

Lo cierto es que esta revalorización de Israel como el pueblo sujeto de los acontecimientos escatológicos esperados era, hasta ese momento, ignorada. Nada de un reino teocrático de Israel, nada de Cristo gobernando terrenalmente al mundo desde Jerusalén, nada de la reposición del ritual y los sacrificios, nada de la reedificación del templo.

No pretendo agotar el problema escatológico en este artículo, porque no solamente es muy extenso sino también muy intrincado y con demasiadas variables como para abordarlo brevemente. Lo que intento mostrar es que detrás de las buenas intenciones, que les presumo a las personas que se cuelgan del cuello este cartel, hay un contenido doctrinal y teológico muy sesgado involucrado.

Eso no sería muy importante, si es que las cuestiones teológicas no desvelan a esas personas. De última, son ellos y ellas quienes reducen el valor de lo que dicen creer respecto de la muerte sacrificial, respecto de la iglesia y respecto del futuro.

Lo más crucial, para mí, no está ahí.

A mí me preocupa que nuestro condolernos esté manchado de sangre y venganza, aunque no nos demos cuenta.

A mí me preocupa que nuestra misericordia y compasión esté del lado de los que ganan o de los que presumimos que deben ganar o que efectivamente ganarán, al costo del dolor de muchos otros.

A mí me preocupa la indignación selectiva, nuestra adhesión a esta guerra, a este dolor, a este atentado contra la humanidad (y de un solo lado), y no a todas las guerras, todos los dolores, todos los atentados contra la humanidad.

A mí me preocupa la utilización indigna de la oración, no solo porque hace acepción de personas, sino porque clausura toda posible incidencia en la realidad, nos encarcela en torres de marfil, nos lleva por “calles de oro”, lejos de los caminos polvorientos que ensuciaban los pies en sandalias de Jesús.

A mí me preocupa la cristiandad descomprometida con los avatares de esta tierra, cegada, dejando que todo se pudra, total se viene el fin de los tiempos.

Aquel “living life in peace” de John Lennon es una súplica profana que no se escucha en las liturgias, generalmente dedicadas a las loas a Dios. Se me ocurre pensar, si me permiten, que, si nosotros callamos, otros clamarán.

Por si no quedó claro, estoy muy adolorida por nuestros hermanos y hermanas de Israel. Se me estruja el corazón de solo pensar tanto dolor y tanta muerte.

Y también, sin “pero”, estoy apesadumbrada por nuestros hermanos y hermanas de Palestina. Apenas me atrevo a pensar tanto sufrimiento, tanta postergación, tanta injusticia.

Me duele el dolor, sin más y, como cristiana, mi oración es por la paz.

Como cristiana, mi oración y mi proclama es por la justicia.

Como cristiana, mi postura es también una demanda: que cese el fuego y el odio desplegado durante décadas. Dos estados, dos territorios, una sola paz.

Para la guerra, nada.

 

Eliana Valzura

Tags : , , , ,

Bad Behavior has blocked 2116 access attempts in the last 7 days.