Posted On 10/05/2024 By In portada, Teología With 904 Views

Sacudir la agenda teológica. Para que no tengan que clamar las piedras | Eliana Valzura

Sacudir la agenda teológica
Para que no tengan que clamar las piedras[1]

 

Hace ya un tiempo largo que me interrogo acerca de cuál es la tarea de los y las teólogxs. Quizás, quien me esté leyendo, piense que esta es una pregunta baladí, o de fácil respuesta: hablar de Dios es el asunto, Eliana: ¿cómo no te das cuenta?

Pero es que sí me doy cuenta, pero igual me pregunto, entonces, ¿qué Dios? Porque cuando arreciaba la persecución del imperio Romano, se escribieron los apocalipsis: el Dios del Apocalipsis bíblico y el de los otros (incluso el de los gnósticos) era un Dios guerrero, implacable con sus enemigos, que haría justicia (punición) con ellos y justicia distributiva, instaurando un nuevo cielo y una nueva tierra, con riquezas y bellezas inconmensurables respecto de las que estaban perdiendo. A ese Dios necesitaban. Ese Dios les era pertinente.

El Dios de los Padres apologistas era uno que “luchaba” por definir cuál era verdaderamente su “identidad”, en medio de muchas identidades posibles. Podríamos discutir si perdió o ganó en esa definición que finalmente obtuvo, pero eso es otro tema. A ese Dios necesitaban. Ese Dios les era pertinente.

El Dios de Agustín era un Dios que tenía todo en control, el de Lutero era uno que salvaba solo por gracia, sin pedir penitencias ni dinero. El Dios de Anselmo —y en general de la teología medieval tardía— era uno que debía ser “racional” y cuya existencia debía poder probarse racionalmente. A ese Dios necesitaban. Ese Dios les era pertinente.

El Dios después de Auschwitz es un Dios desconcertado. Existencial. Herido. No sabían, creo, aquellos creyentes, qué Dios necesitaban, pero seguramente el que habían tenido hasta ese momento había muerto. En una cámara de gas.

El Dios de la Teología de la Liberación es uno que dice: ¡momento! Los problemas que tienen en Europa, incluso aquellos para los que enarbola la esperanza Ernst Bloch, no son los nuestros. Hay otra realidad que grita su necesidad de un Dios que responda con un rostro específico. Otro Dios necesitaban. Otro Dios les era pertinente.

Las mujeres clamamos: ¿Y qué de nuestra liberación? ¿Y qué de un Dios que es solo masculino? Ese Dios de todos los teólogos (con “o”) era una frazada corta y había que agrandarlo para abrigar a la mitad de la humanidad, la femenina. Esx Dios-otrx se necesitaba. Esx Dixs nos era pertinente.

¿Y si sos negra? ¿Y si sos negro? ¿Y si sos queer? Y llegaron los Luther King’s y las Marcella’s Althaus Reid para hablarnos de ese otro/a/e Dios que se necesitaba para que fuera pertinente.

No pretendo hacer un inventario y ni siquiera hacer justicia a los autores mencionados, los que no pueden resumirse en estas pobres palabras. Los invoco a modo de ejemplo, porque sigo preguntándome cómo se hace teología en el siglo XXI.

¿Qué Dios es el que da respuesta a los problemas que nos aquejan hoy? Tal vez antes sería necesario establecer por qué es importante esta pregunta.

Pensar a Dios, que esta es la tarea fundamental de la Teología, es pensarlo pertinente para el momento y el lugar, para la persona y su circunstancia. Porque si no, ¿qué sentido tendría teologar? ¿En qué forma se haría real que “Jesucristo es la respuesta”? ¿No será que hemos pasado demasiado tiempo discutiendo “sobre el sexo de los ángeles”, como dice el famoso dicho, mientras la humanidad agoniza de sed en busca de esas pertinencias? Lo que le cabe al teologar le cabe también al quehacer eclesial: ¿por qué, habría que preguntarse, hay un creciente e imparable proceso de secularización? Tal vez estemos dando respuestas que no le interesan a nadie.

¿Y qué “agenda teológica” habría que empezar a incorporar? ¿Sobre qué temas puntuales habría que tamizar el corpus teológico tradicional, ese de la Dogmática, la Cristología, la Soteriología, la Antropología, la Eclesiología, la Escatología y la Misionología?

No se puede generalizar: no es lo mismo hacer teología en el primer mundo que en la periferia, no es lo mismo hacer teología desde una posición hegemónica que desde una posición subalterna, no es igual teologar desde los dueños de la tierra que desde sus colonias, no puede equipararse hacer teología en el cuerpo de mujer que en el de hombre, ni tampoco desde un colectivo negro o marrón, indiscutiblemente relegado por la blanquitud. No es homologable hacer teología desde la heteronormatividad o desde la identidad cis, que hacerlo desde un cuerpo subalternizado, silenciado u obligado a la no aparición o al closet por ser “ininteligible” para la norma. En mi caso, también agregaré que no es lo mismo hablar teología en el sur global que en Tubinga.

Sin embargo, hay una estructuración mundial que nos abarca a todos y todas: a algunos arriba y a otros abajo (quienes están arriba, claro, necesitan que los que estén abajo se queden abajo. Esto fue muy claramente explicado en la Teoría de la Dependencia de los años 50/60). Esa asimetría es uno de los temas fundamentales sobre los que debe hablar la teología. Mi Dios, en el que creo, tiene algo para decir sobre eso. La Biblia afirma que la raíz de todos los males es el amor al dinero, en una declaración anticapitalista avant la lettre digna de tenerse en cuenta. También habla de reino, de justicia y de pobres. Y, quizás, pensar en esas declaraciones bíblicas —no siempre muy tenidas en cuenta— nos puede dar una pista de por dónde iría la agenda que, creo, es urgente aggiornar.

Pero, hagamos un breve repaso de lo que podría ser una agenda teológica para este mundo para este tiempo. Es una. Tomémosla como un borrador. Usted, lector, lectora, dondequiera que se encuentre, puede quitar o agregar ítems: hay tanta policromía en Dios que puede estirarse para abarcar toda la paleta de colores. Acá vamos:

  • Daño permanente (y acaso irreversible) a la “casa común”.
  • Problema de los migrantes a causa de guerras, hambrunas y persecuciones.
  • Carrera armamentística y negocio de la guerra.
  • Negocio de las drogas y el narcotráfico (por supuesto, debo aclarar que no creo en las soluciones que se proponen tipo “DEA”).
  • Colonialismo: territorial, económico, cultural.
  • Violencia: establecimiento (pareciera con carácter permanente) de una cultura de la crueldad y de la intimidación como modo de relacionarnos entre los seres humanos, y entre los seres humanos y la creación.
  • Violencia específica contra las mujeres: feminicidios, maltrato, abuso, y su consecuente discriminación y exclusión.
  • Violencia racial: pública, desembozada, abierta, o subrepticia, y su consecuente discriminación y exclusión.
  • Violencia hacia los colectivos LGTTBIQ+ y hacia las disidencias en general: violencia verbal, simbólica o física, y su consecuente discriminación y exclusión.
  • Problemáticas de las personas con discapacidad y diversidad funcional.
  • Aumento de la población “vieja” a causa de la variación en la expectativa de vida, pero no aumento de lugares simbólicos que cobijen y den respuesta a sus necesidades, deseos, pasiones, gustos, en fin, de su pulsión de vida.
  • Agotamiento del sistema capitalista que no ha sabido —ni ha querido— satisfacer las necesidades de los menos favorecidos por el sistema.
  • Concentración de la riqueza y mayor cantidad de pobres e indigentes.
  • Crisis sanitaria global, con especial foco en los países poco desarrollados o sometidos al colonialismo depredatorio de las grandes potencias.
  • Crecimiento de las enfermedades y trastornos emocionales a causa del tipo de mundo del que debemos ser soporte.
  • Avasallamiento de derechos humanos esenciales.
  • Delincuencia, criminalidad e inseguridad como emergente de un problema social previo que hay que atender si se quiere salir de ese círculo.
  • Incapacidad de los gobiernos democráticos (y tiranías encubiertas) para dar respuesta al pueblo y sus necesidades.
  • Derechización del mundo, pero, mucho peor, derechización de amplios sectores de la cristiandad.
  • Crisis de las verdaderas redes sociales (justo en la era de las “Redes sociales”): desmantelamiento de las redes de contención como tales y sustitución por una cultura individualista, hedonista, capacitista y meritocrática.
  • Fracaso de las relaciones interpersonales: preeminencia de los espacios privados y los no-lugares sobre los espacios públicos (en donde se interactúa con otras personas).
  • Crisis de la empatía y de las características que hasta hace muy poco denominábamos “humanidad”.
  • Crecimiento exponencial de las “máquinas inteligentes” con todos los beneficios y los problemas que suscitan y suscitarán.
  • Lento —pero sostenido— avance del transhumanismo, que obliga a repensar la antropología tal como creemos leerla en la Biblia, e incluso tal como se ha estudiado hasta el presente.
  • Amenaza nuclear.
  • Despersonalización del llamado “mercado”: entronización del “tener” por sobre el “ser”, del “producir” por el “valer”.
  • Crisis en el mercado laboral y expulsión de grandes mayorías a la falta total de derechos y sustento
  • Explotación y esclavismo modernos.
  • Quebrantamiento de la solidaridad: el egoísmo como valor, el “sálvese quien pueda” como consigna de supervivencia.
  • Proliferación de “Iglesias” y decrecimiento de “Comunidades”, por la degradación del aspecto relacional: las instituciones por sobre las personas.
  • Hoy, cuando ya se ha acuñado el ostentoso concepto de “comunicación global”, que da cuenta de esta “era de las comunicaciones”, ya casi nadie conversa realmente. La mayoría nos escuchamos a nosotrxs mismos hablar. Crisis de la escucha.
  • Crecimiento exponencial de las religiosidades y “fes” “a gusto del consumidor”, pero, paralelamente, un decrecimiento fuerte de la confianza y la esperanza: entre las personas, y en el presente y el futuro.
  • Avance de la ciencia hacia “mundos” y “multiversos” impensados hasta ahora y, por supuesto, impensados al momento de escribir la Biblia.

No pretendo, de ninguna manera, escribir un artículo pesimista sino, al contrario, uno desde la fe en Dios y la fe en la humanidad.

Pretendo el desafío —quizás demasiado hereje, tal vez un poco osado, acaso en soledad— de empezar a pensar a Dios de manera situada (por otra parte, como siempre se pensó, incluso cuando se escribía la teología que hoy estudiamos).

No quiero salvar a Dios de volverse impertinente: sé muy bien que soy solo polvo en el viento. Pero por eso, justamente por eso, por ser dust in the wind, como cantaban los Kansas, es que necesito, con carácter de urgencia, un Dios que venga en socorro de las pequeñas grandes cosas que constituyen hoy mi ser-en-el-mundo.

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[1] Este artículo es parte del libro que estoy escribiendo “Teología en tiempos de sistema-mundo”

Eliana Valzura

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