Posted On 17/05/2024 By In Opinión, portada With 400 Views

¿Es la religión un factor de alienación? | Jaume Triginé

Leemos en el diccionario que la alienación es una: «Limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales.» La definición sugiere, empleando la expresión de un modo un tanto genérica, situaciones de insatisfacción o inadecuación causadas por circunstancias ajenas al individuo. Hartmut Rosa, profesor de Sociología en la Friedrich Schiller Universität-Jena de Alemania precisa el término como: «un modo de relación en la que el mundo parece presentársele al sujeto como indiferente o incluso se le opone como hostil

Autores como Michel Foucault, Friedrich Hegel y Herbert Marcuse han tratado esta cuestión desde diversas ópticas; pero quizá la más extendida y conocida, sea la de Karl Marx que trató esta temática en Manuscritos económicos-filosóficos de 1844, texto en el que hallamos su crítica al modelo capitalista en el que los obreros no controlan el proceso de trabajo al estar determinado por el sistema productivo; tampoco los objetivos empresariales, establecidos por la alta dirección en consonancia con los fines del accionariado; ni la globalidad del proceso al interactuar con una mínima parte del mismo en las cadenas de producción. Sin duda vienen a la mente escenas de la película Tiempos Modernos de Charlie Chaplin.

Estas causalidades, a las que pueden añadirse otras como la conversión del trabajador en un mero recurso, comportan el sentimiento de alienación (etimológicamente: pérdida de la identidad, estar fuera de sí). Su tiempo y sus capacidades pertenecen a quienes controlan las estructuras económicas y de poder. Es un peón más sobre el tablero de ajedrez que el capital mueve o prescinde según su conveniencia.

Pero Marx no solo extendió el concepto de alienación al ámbito político-económico, sino también al religioso. En este caso, lo hizo derivándolo de las implicaciones de la práctica de la religión institucionalizada y de la misma creencia en Dios al considerarlas, ambas, corresponsables de que las personas se sometiesen resignadamente a unas condiciones de trabajo y de vida inadmisibles. Criticó las enseñanzas de las iglesias en relación al hecho que todas las dificultades, problemas, privaciones, miserias… que tengan que afrontarse en esta vida, se verán compensadas en el más allá, después de la muerte. La vida eterna como consuelo y esperanza de un presente injusto. El más allá como huida escatológica. Es en este contexto que se entiende su conocida y popularizada expresión: «la religión es el opio del pueblo

Para el filósofo alemán las creencias y las prácticas espirituales son formas patológicas de estar en el mundo que impiden una vida lograda y resonante, psicológica y socialmente considerada. La religión es un engaño, un espejismo, ya que los dioses no dejan de ser una creación humana. Su impronta, junto al resto de los maestros de la sospecha, es evidente en el ateísmo contemporáneo.

Desde el estudio del fenómeno religioso en clave antropológica, habrá que reconocer que, a lo largo del devenir de la humanidad, hemos ido configurando el ámbito de lo divino de acuerdo con las coordenadas geográficas, históricas y culturales de cada época. La cosmovisión dominante ha generado diversos imaginarios, relatos, ritos… desde el animismo prehistórico hasta el mosaico interreligioso actual.

El psicoanálisis nos ha hecho entender el mecanismo de proyección a través del cual hemos revestido el fundamento último de la realidad de formas antropomórficas (tanto físicas -las pinturas de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina representaron un cambio paradigmático en la representación de la divinidad- como psicológicas cuando le atribuimos actitudes y sentimientos humanos) que han terminado por dibujar, con demasiada frecuencia, una figura alienante cuando nuestra proyecciones mentales generan las imágenes de un Dios alejado, restrictivo, punitivo, discriminador… al que se termina temiendo.

Cuanto antecede evidencia que la crítica marxista se orienta: a) a la dimensión política de la religión; b) a sus estructuras sociales que contribuyen al mantenimiento de su estatus quo, discriminando o excluyendo determinados colectivos; c) a las narrativas míticas del miedo; d) al ritualismo y prácticas supersticiosas…

Si la espiritualidad es una dimensión universal e innata de los seres humanos, cabe preguntarse si toda práctica religiosa ha de ser necesariamente disfuncional. Situado el tema en nuestro contexto, constatamos que las manifestaciones propias de las diversas confesiones religiosas (textos sagrados, creencias, prácticas, ritos…) no necesariamente provocan siempre la alienación. No son lo mismo aquellas doctrinas y prácticas que generan dependencia, dudas, temor… y mantienen a las persones en una especie de inmadurez; que aquellas que facilitan la autonomía, la libertad, la paz, la serenidad, la inclusión de la diferencia, las relaciones interpersonales saludables, la empatía, la compasión, el altruismo, la resonancia, la orientación natural al trascendente.

No distinguir los resultados de las diferentes praxis religiosas conduce a un imaginario de considerarlas, en su conjunto, como altamente toxicas. Un análisis riguroso de esta cuestión requiere la objetividad que nos aleja del equívoco de la generalización.

Como síntesis conclusiva, se infiere que, en el caso que en una determinada práctica religiosa predominen los componentes disfuncionales, Marx no andaba demasiado errado en su diagnóstico. Su superación requiere: a) erradicar imágenes distorsionadas de lo divino; b) evitar los mecanismos psicológicos de proyección; c) avanzar en el camino de una fe madura mediante una transición teológica de cuanto requiere reinterpretación; d) dejar de impostar para responder a las expectativas institucionales, grupales o individuales; e) interiorizar y desarrollar la auténtica esencialidad humana de la que Jesús de Nazaret es modelo; f) sentirnos de nuevo sorprendidos por el Misterio en el que «vivimos, nos movemos y existimos.» Es el camino para erradicar la imagen negativa, obsoleta y alienante que una sociedad secularizada ha construido de la religiosidad, a la que lamentablemente hemos contribuido.

Jaume Triginé

Jaume Triginé

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