Posted On 18/08/2011 By In Teología With 3619 Views

Ministerios eclesiásticos y ordenación de mujeres desde una visión reformada y actual

Concilio Teológico de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, Iglesia El Divino Salvador, Xonacatlán, Estado de México, 17-18 de agosto de 2011

En reconocimiento y simpatía para Gabriela Mulder, flamante presidenta de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (aipral) y en memoria de la fe de mi madre, Velia Ortiz Cruz

Y dijeron [María y Aarón]: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová.

Números 12.2

Liderazgo significa caminar hacia adelante, salir de la sombra e involucrarse con las visiones que sostienen la comunidad o el grupo. Esa tarea no es ni femenina ni masculina. Pero tampoco son las mujeres las predestinadas de representar la renovación, de ser mejores, diferentes, más abiertas. El hecho de que aparezcan mujeres líderes en las iglesias es simplemente parte de la revelación de lo que es ser iglesia.[1]

1. ¿Debatir, llamarnos mutuamente a la obediencia o considerar seriamente la kénosis divina?

Hoy nos convoca lo que la teóloga presbiteriana Letty Russell ha denominado “el liderazgo alrededor de la mesa”,[2] es decir, el debate acerca del posible pronunciamiento oficial o institucional acerca de la aceptación de la obediencia de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (inpm), como parte del Cuerpo de Cristo presente en el mundo, organismo surgido formalmente en 1947, al llamado del Espíritu Santo a algunas de sus mujeres miembros para ejercer, con pleno derecho, los oficios de diaconisas, ancianas y pastoras. No está en juego, al parecer, el hecho mismo de que las llame, o de que ellas experimenten la vocación para estos ministerios, sino de que los documentos de gobierno y liturgia de la inpm y quienes los representan acepten y establezcan ese derecho y privilegio como auténtico y eficaz, a fin de promoverlo entre la membresía. Evidentemente, esto último no ha sucedido antes y el hecho es que existen muchas mujeres integradas a la inpm que, sin recibir este estímulo por parte de la institución eclesiástica, han estudiado en seminarios y otras instituciones para ejercer como misioneras y obreras aun cuando su trabajo no ha sido oficialmente establecido con un grado de autoridad o reconocimiento. Otras más ejercen liderazgos de fuerte impacto en la edificación de la Iglesia, la enseñanza y la consejería de carácter pastoral.

Estaremos, pues, ventilando, como pocas veces, la necesidad de que la Iglesia obedezca al Dios de Jesús, a quien dice representar y proclamar, o si se mantendrá en abierta rebeldía a hacia aquellos aspectos o motivos bíblicos que abren la puerta para el reconocimiento de la vocación de las mujeres para ser diaconisas, ancianas de Iglesia o ministras de las Palabra y los Sacramentos, según el orden presbiteriano. No estaremos discutiendo solamente el significado de la ordenación a los ministerios como tal sino, más bien, la posibilidad, remota para algunos, de que el Espíritu soberano de Dios elija a mujeres para su servicio dentro de la Iglesia.

No deja de llamar la atención que, en un ámbito doctrinal de herencia calvinista como es el campo de la inpm, se justifique la discriminación y exclusión de las mujeres para los ministerios ordenados mediante el argumento, un tanto extraño, basado en una deformación de tintes heréticos de la doctrina de la elección divina aplicada a personas que creemos que han sido redimidas por la mediación de Jesucristo y que, por lo tanto, son predestinadas para la salvación plena. Estaríamos hablando, así, de una falsa doctrina de “la triple predestinación”, en la que las mujeres serían condenadas, supuestamente por el mismo Dios, al limbo o el infierno de la no-participación formal en el extendimiento de su Reino, una aberración total y una forma de “discriminación metafísica”.

Un ejemplo de esta deformación es el documento del Sínodo de Chiapas, que presenta argumentos como éstos para justificar su negativa a los ministerios femeninos (se respeta la redacción):

[…]

2. Por no ser un asunto Escritural. Nosotros creemos en el principio reformado, llamado “Principio regulativo de la iglesia” que dice: “que solo se puede aceptar con la autorización de las Escrituras lo que ellas mismas digan”. […]

4. Con todo el peso de nuestra herencia reformada afirmamos, no encontrar evidencias contundentes a la ordenación de la mujer. […]

6. Por ser la ordenación el punto de arranque del gobierno eclesiástico. El roll de la mujer no es de gobierno, sino de complementación. (no que no tenga la capacidad, sino que su roll es otro.) Ef 5:21,22,23.

7. Por ser la ordenación un asunto Escritural y Teológico, según  nuestros credos y confesiones, manifestamos estar en contra de cualquier postura e ideología que quiera acoplarse según la cultura y momentos circunstanciales.

8. Porque las Sagradas Escrituras, tanto A.T. como N.T. recurrentemente presentan a los varones para los oficios de la iglesia. Ex 18:25; Hechos 6;5,6; 13:1,2; 1ª Tim 3:1-13.

9. Partiendo desde el Señor Jesús no se incluyeron mujeres en el grupo de los discípulos y ni en el de los apóstoles. Marcos 3:13-19, Luc 8:1-3.

Estos principios, aunque radicales, no son un atropello a la dignidad, ni a la igualdad, ni a los derechos humanos. Simplemente principios reguladores de un ministerio Escritural.

Pero del seno mismo de este cuerpo eclesiástico ha surgido la valiente reacción de alguien que ha cuestionado, desde la raíz, cómo este tipo de sofismas pervierte la voluntad de Dios expresada en su Palabra.[3] De este modo, queda la impresión de que, para salvaguardar la unidad visible de la inpm no hay que vacilar en dejar de practicar la justicia hacia sectores completos de la misma, como en este caso lo son las mujeres. Tal como lo expresa Russell: “Si las iglesias no pueden encontrar una manera de traer unidad y justicia al interior de sus comunidades, su integridad como comunidades de Cristo queda cuestionada”.[4] En otras palabras, el precio que hay que pagar para mantener la unidad es la humillación de las mujeres de la Iglesia.

El motor que suscita los ministerios cristianos es, evidentemente, el Espíritu Santo, pero esa misma acción procede directamente del gran golpe divino contra el orgullo humano y patriarcal, la kénosis del Padre (Fil 2.7), el “vaciamiento” o la debilidad asumida abismalmente por el Creador, que consiste en una negación radical del poder autoritario.[5] De semejante decisión proviene la exhortación y la llamada a la conversión, algo que rebasa con mucho el mero hecho de un debate teológico y llega al ámbito de las definiciones éticas y espirituales, pues el modelo supremo de renuncia al poder autocrático para convertirlo en la fuente de servicio y empoderamiento de las y los débiles.

 

2. El sueño de una comunidad cristiana incluyente: la praxis de Jesús como modelo normativo para las iglesias de hoy

Aunque en el Testamento Griego posterior vemos los inicios del rechazo a la iconoclasia del liderazgo patriarcal de Jesús, su propio ejemplo profético de ministerio como servicio elegido libremente, de liderazgo como diakonia, demuestra una revocación de las expectativas patriarcales y lo absurdo de los privilegios patriarcales en las actuales instituciones eclesiales.[6]

Letty Russell

Apelar al contenido de las Sagradas Escrituras es una de los recursos y métodos mediante los cuales las iglesias reformadas han producido las doctrinas que constituyen el corpus de sus creencias básicas. Una de ellas es la doctrina bíblica de la ordenación para los ministerios de servicio en la Iglesia, extraída en buena medida del testimonio sobre el denominado llamamiento de los servidores, hombres y mujeres, escogidos/as por Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamentos. Ciertamente, en el caso del primero, lo que más se acerca al tema que nos ocupa son los relatos del llamado de Dios a quienes establecería como profetas, a causa de que para ese oficio, Él recurrió a personas cuyo origen podía ser diverso y sin ninguna relación hereditaria con la profecía (como fue el caso de Amós), a diferencia de lo que sucedía con el sacerdocio, confinado a una tribu específica designada para dicha labor.

Con todo, la memoria mutilada y condenada de algunas lideresas vetero-testamentarias, como María (Miriam), la hermana de Moisés, aparece en los textos como muestra de la lucha al servicio de Dios que realizaron en medio de un rechazo manifiesto a su esfuerzo, aunque el pueblo dirigido por ellas nunca las olvidó. En Números 12.2, Miriam confronta a Moisés con argumentos sólidos y le reprocha su actitud monopolizadora del don profético que Dios también le había otorgado a ella y su otro hermano, Aarón: “¿Solamente por Moisés ha hablado el Señor? ¿No ha hablado también por medio de nosotros?”. Habitualmente, la interpretación de este episodio ha consistido en una defensa de la autoridad mosaica, en vez de retomar el espíritu igualitario promovido por Miriam, cuyo canto de Éxodo 15 fue alterado para atribuir a Moisés la mayor parte del mismo, a pesar de que ella era reconocida como promotora de la alabanza, la poesía y, por supuesto, de la dignidad humana:

Examinando el relato de Miriam en Números 12.2-14 y 20.1-2, descubrimos que su liderazgo también crea comunidad. A pesar de todo lo malo que los escritores patriarcales y Dios pudieron hacerle a esta mujer contestataria, la comunidad de Israel no la abandona. Aun cuando Miriam fue confinada fuera del campamento por siete días, el pueblo la esperó hasta que ella “fue traída de nuevo”. Miriam contrae lepra y continúa sufriendo esa muerte en vida. Sin embargo, su pueblo viaja y espera con ella y ella con su pueblo [“…y el pueblo no pasó adelante hasta que se reunió María con ellos”, Nm 12.15b], hasta que, al igual que Moisés y Aarón, muere antes de ver la tierra prometida. En la enfermedad y en el sufrimiento, la comunidad permanece con esta líder que contribuyó a construir tal comunidad.[7]

Hay que preguntarse, entonces: ¿fue solamente el supuesto “orgullo femenino” (hoy se le calificaría, satanizándola, de “creyente feminista”, como si eso fuese un delito o un crimen) lo que la impulsó a reclamar el reconocimiento de su liderazgo o más bien ella obedeció el movimiento del Espíritu que la proyectó a servir a Dios y al pueblo de esa manera? El inmenso legado de los liderazgos femeninos del Antiguo Testamento ha sido sepultado y evadido como modelo de vida y servicio para las cristianas de hoy. Su no-ordenación al ministerio que compartió con sus hermanos, aun cuando pertenecía a la misma tribu de sacerdotes, grita hoy desde las Sagradas Escrituras y su clamor se extiende más allá de las fronteras de las iglesias. En estos tiempos, las mujeres llamadas por Dios al servicio siguen confinadas y aquellas que se atreven a protestar son vistas como leprosas o se alejan de nuestra iglesia para encontrar su dignidad en otras confesiones hermanas, como ha sido el caso de Rosa Blanca González, Eva Domínguez Sosa, Martha Esther López o Karina García Carmona, especialmente esta última, quien dentro del luteranismo ha alcanzado recientemente el sueño de ejercer como pastora.[8] ¿Cuándo serán, estas y otras muchas mujeres, “traídas de nuevo”, literal y metafóricamente para superar el ostracismo al que están condenadas? ¿Cuándo dejaremos de verlas como leprosas y aisladas del servicio a Dios?

Así explica Russell el tránsito del Antiguo al Nuevo Testamento:

En el Testamento Hebreo, se combatió el rol de la mujer como sacerdotisa, por su asociación con la religión rival de Aserá. Las mujeres eran reconocidas como profetas a través de las cuales Dios hablaba, pero su función principal era la de ser madres (2 reyes 22.14-20; Joel 2.28). En el templo, y más adelante en la sinagoga, las mujeres no podían ejercer liderazgo ni en el culto, ni en la enseñanza de las Escrituras.

En el Testamento Griego, el rompimiento radical con las estructuras patriarcales instituye un nuevo orden de libertad, en el cual las mujeres, como seguidoras de Jesús, son bienvenidas a un discipulado de iguales. Se incorporan a las primeras comunidades y se convierten en líderes locales y evangelizadoras itinerantes.[9]

Y agrega: “Dicho liderazgo comienza cuando las mujeres retoman su antigua herencia de líderes llenas del Espíritu en la comunidad cristiana”.[10] Porque, si hemos de tomar en serio el mensaje de los Evangelios, resulta muy claro que en ellos se perfiló el proyecto de comunidad que deseó establecer Jesús de Nazaret, más allá de cualquier jerarquía o forma de superioridad marcada por la clase social, económica, racial o de género. Porque si algo caracterizó al grupo de hombres y mujeres que lo acompañó por los caminos de Palestina fue la pluralidad, ante la cual él entendió en profundidad que Dios manifestaba su disposición de superar las barreras que impedían la expresión plena del amor y del servicio para instalar las señales del Reino de Dios en el mundo. De ahí procedió su visión igualitaria de una comunidad que actualizara el designio divino para la humanidad, a contracorriente de las tendencias autoritarias, imperialistas y patriarcales de la época que conoció. La manera en que trató con los sectores sociales marginales, y especialmente con las mujeres, da pie para afirmar que muchas de las tendencias organizativas en las comunidades cristianas que se advierten ya en el Nuevo Testamento, entraban en contradicción con las líneas dominantes del movimiento que desarrolló Jesús. Russell comenta al respecto: “Porque su historia [la de Jesús], aun cuando está contada en lenguaje patriarcal, es la historia de un hombre que se opuso al liderazgo patriarcal, creó una nueva forma de vivir en la casa de Dios y pagó por ello con su vida”.[11]

Las comunidades actuales tienen la responsabilidad de recuperar el valor normativo de dicha praxis porque, si bien su reconstrucción y aceptación como modelo implica un esfuerzo histórico creativo, también una sana lectura de la vida y obra de Jesús dirigida hacia los sectores que poco a poco han perdido presencia y valor ayudará a devolver el impacto

 

3. De regreso hacia una Iglesia igualitaria: una nueva dinámica entre los espacios comunitario y doméstico

El liderazgo eclesiástico es un don suscitado por el Espíritu Santo, según san Pablo (I Co 12.28). Kybernesis, la palabra griega para definirlo, significa “pilotear o manejar una nave” y, por extensión, se aplica “a la habilidad de mantener una posición de liderazgo en la edificación de la comunidad eclesial”.[12] El concepto paulino no es individualista, precisamente por la orientación comunitaria del Espíritu.

Algunas de las formas de discontinuidad asociativa, ideológica y doctrinal, marcadas por el deseo de adaptarse a la sociedad predominante, produjeron prácticas en donde el modelo patriarcal y clerical de liderazgo, autoridad y enseñanza se impuso como normativo, dejando de lado los impulsos iniciales del movimiento original, ante la presión de algunas variaciones que comenzaron a verse como peligrosas:

En la era post-paulina, gran parte de la apelación a la jerarquía, como reflejo de la casa patriarcal y del orden patriarcal divino, surgió en respuesta a las visiones conflictivas de otras comunidades cristianas llenas de Espíritu, como las gnósticas y las montanistas. […]

En el siglo segundo, los montanistas continuaron este ministerio profético y apelaron a Gálatas 3:28 como base para incluir mujeres como profetas principales que convertían, bautizaban y celebraban la eucaristía. […]

En el segundo y tercer siglo, el liderazgo de las mujeres en la comunidad cristiana era un tema de discusión dinámico y controversial, en el cual ambas partes apelaban a la tradición apostólica para sustentar su punto de vista. […]

El ministerio cristiano fue reemplazando gradualmente al antiguo sacerdocio romano, a medida que emergía el clero de la religión establecida en el imperio y el orden jerárquico. Para el cuarto siglo, una nueva casta sacerdotal había reasimilado la imagen hebrea del sacerdocio del templo, con sus tabúes respecto a la presencia de las mujeres en el santuario.[13]

Esa combinación entre elementos cristianos y los procedentes del “paganismo” hizo que la comprensión del ministerio tomara otros rumbos, muy distintos al énfasis igualitario. En la actualidad, la terminología eclesial coloca en el mismo nivel algunas realidades que han sido “contaminadas” por el uso. Eso le ha sucedido a “ministerio”, “servicio” y también “liderazgo”, especialmente por las modas y tendencias misioneras empresariales.

El servicio es la forma clave para la vida de toda persona que sigue a Cristo y una de las maneras de servir es como líder en la iglesia. La ordenación deja de ser un problema. El tema pasa a ser el estilo de liderazgo que es más útil para las congregaciones en sus contextos particulares.

El ejercicio de la autoridad del liderazgo por medio de la dominación era muy común en los tiempos bíblicos y se ha mantenido así en todas las épocas, incluida la nuestra.[14]

Y eso es lo que se sigue practicando en nuestro medio eclesial: un liderazgo, en este caso, sancionado por la ordenación, basado en la dominación y la falsa idea de superioridad. Nada más inaplicable en el caso del servicio cristiano, si se recuerda una vez el modelo de Jesús, quien se abajó a sí mismo para servir únicamente. Por ello, lo que hoy se requiere son verdaderos cambios estructurales en la Iglesia, que tengan que ver con la despatriarcalización de todos los ministerios, y no solamente administrativos ni burocráticos. De otra manera, el dilema consistirá, ahora, de aceptarse la ordenación femenina, en cómo ser una ministra en un mundo patriarcal. Pero, por otro lado, y positivamente, “el liderazgo aún tiene que mucho que ver con la comunidad, pues ‘liderazgo’, básicamente, se refiere a la capacidad de motivar el seguimiento. La gente busca líderes o personas con autoridad, capaces de suscitar su consenso, porque necesitan un sentido de seguridad y dirección”.[15]

Porque debido a la separación entre espacios bien definidos mediante el dualismo entre la casa familiar y el ámbito público (hogar-calle), las mujeres siempre han estado como “de visita” en el templo, espacio privilegiado de los hombres porque su “zona de poder” es la casa, el hogar, es decir, la domesticidad y la invisibilidad, y el de los hombres, la calle, el poder público y visible. El lugar de ellas seguiría siendo “el atrio del templo”, las afueras, para estar a la vista y bajo la supervisión de sus señores. Los actos centrales de los primeros cultos cristiano, realizados en las casas, en particular el partimiento del pan (eucaristía), eran presididos por las mujeres, quienes actuaban en la cotidianidad de su espacio propio, sin presiones de ningún tipo (Col 4.15): “Los ‘Códigos domésticos’ en Efesios y en las Epístolas pastorales parecen reflejar una reacción patriarcal posterior a tal liderazgo, que trata de restablecer el orden de subordinación”.[16] Al surgir los templos, ellas quedaron marginadas porque allí ya no era su espacio propio y fueron relegadas a la vida doméstica.

Justamente, la idea de los órdenes bíblicos, presente en la defensa del poder eclesiástico patriarcal,[17] es refutada por la superación del énfasis sacerdotal centrado en la figura única de la persona responsable a partir de la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes, porque éste se aplica a la totalidad de los integrantes de la iglesia. En ese sentido, toca a los diversos sectores actuales de la iglesia desarrollar formas de ministerio que, sin violentar la koinonia estimule la diakonia en un contexto pleno de equidad entre los miembros de la Iglesia, todos y todas portadores/as de dones o carismas para que así los ministerios de hombres y mujeres verdaderamente contribuyan al crecimiento de la dignidad y de la personalidad de todos en el amor de Cristo, cuya presencia crece también en medio de sus seguidores/as.

La presencia de Cristo, que crea koinonia, transforma el ejercicio del poder en ejercicio de la capacidad de sanar y en la reafirmación de la autoridad como manifestación de que Dios está en medio de nuestras hermanas y hermanos más humildes. Una concepción de koinonia en el Testamento Griego, como nuevo foco de vinculaciones con la historia común de Jesucristo que nos libera para servir a las demás personas, nos ayuda a comprender que el verdadero ejercicio del liderazgo desde la perspectiva cristiana es un ejercicio de compañerismo. Es el don del Espíritu que forja liderazgo como vida en comunidad en Cristo.[18]

Para todo esto es que anhelamos que el Dios de Jesucristo mueva los corazones de quienes aún se oponen a compartir los dones y la representación del único Dueño y Señor de la Iglesia.

 

4. Las “Doce tesis de Xonacatlán”

Tesis 1

La doctrina de la imago Dei (Gn 1), aplicada a hombres y mujeres, tiene implicaciones directas en los órdenes ministeriales de la Iglesia.

Tesis 2

La igualdad originaria de los géneros, establecida por Dios, se desarrolla también en los dones y ministerios que Él mismo estableció (Gn 1-2).

Tesis 3

La aparente excepcionalidad con que algunas mujeres ejercieron tareas ministeriales en el AT (Miriam, Débora, Hulda) obedeció más a la desobediencia del pueblo de Dios que a Su voluntad original.

Tesis 4

No existe superioridad alguna ni subordinación que justifique la exclusión de las mujeres para los ministerios en el nuevo orden salvífico instaurado por Cristo (Gálatas).

Tesis 5

Manipular los oficios de Cristo (sacerdotal, profético y real) en beneficio de un género contradice las enseñanzas del propio Jesús de Nazaret (Lucas).

Tesis 6

Las llamadas «cartas pastorales» de Pablo (I y II Tim, Tito), con su énfasis limitado para la participación de las mujeres, deben ser leídas y aplicadas con base en la práctica incluyente del movimiento iniciado por Jesús y a la luz de sus circunstancias eclesiásticas, históricas y culturales específicas.

Tesis 7

El «silencio ministerial» o «litúrgico» de las mujeres (I Co 11), promovido en circunstancias particulares en algunos pasajes del Nuevo Testamento, ya no se aplica actualmente porque el Espíritu Santo no hace acepción ni clasificación de las personas para manifestarse.

Tesis 8

El sacerdocio universal de los creyentes (I Pe 2.9-10) no es solamente una opción para la vida de la Iglesia: es el horizonte y el perfil básico deseado por Dios para su pueblo en todas las épocas y responde a las expresiones de su llamamiento soberano sin ningún tipo de distinción humana.

Tesis 9

Según la carta a los Hebreos (cap. 7), Jesús mismo ejerció un ministerio fuera de todo orden (u ordenación) sancionado por una jerarquía religiosa, puesto que perteneció al «orden de Melquisedec», es decir, al de la libre y amplia soberanía selectiva de Dios.

Tesis 10

La tradición reformada, en obediencia la evidencia bíblica, siempre ha reconocido el llamamiento que Dios hace a las personas, sin distinciones de ningún tipo. Limitar la aceptación de este llamamiento a sus hijas bautizadas y redimidas es un atentado y una herejía contrarios a las enseñanzas centrales del Evangelio del Reino de Dios anunciado y hecho presente por el Hijo unigénito de Dios en el mundo.

Tesis 11

Reconocer y formalizar el llamamiento de Dios a algunas de sus hijas (como a algunos de sus hijos varones) forma parte de la crítica profética que el propio Jesús de Nazaret practicó acerca de las diversas formas culturales de exclusión humana.

Tesis 12

Ordenar mujeres a los ministerios es una respuesta positiva a la acción del Espíritu que reparte dones y vocaciones para su servicio, libre y soberanamente (I Co 12). Negarles semejante bendición (y eventual derecho) significa interferir, como «pseudo-administradores de la gracia» en la acción divina de redimir a la humanidad en el sentido más amplio. 



* Miembro del Presbiterio Berea y pastor de la Iglesia Ammi-Shadday. Médico cirujano (ipn), licenciado (Seminario Teológico Presbiteriano de México, stpm) y maestro en Teología (ubl, Costa Rica) y pasante de la maestría en Letras Latinoamericanas (unam). Profesor del stpm (1989-1997), coordinador del Comité Editorial de la revista presbiteriana El Faro (1995-1997) y colaborador en los Departamentos de Educación Cristiana y de Educación Teológica de la Asamblea General de la inpm (1991-1995). Participó en el comité internacional de celebración del Jubileo de Juan Calvino (2009) y coordina la sección en español del sitio www.juan-calvino.org. Miembro de la Comisión de Formación Ecuménica del Consejo Mundial de Iglesias y del Comité Editorial del Consejo Latinoamericano de Iglesias (clai). Coordinador del Centro Basilea de Investigación y Apoyo y de su Boletín Informativo (desde 2001), y director de la revista virtual elpoemaseminal (desde 2003). Editor y profesor de teología en la Facultad Latinoamericana de Teología Reformada (nueva etapa, desde 2005), además de colaborador permanente en diversos medios (Lupa Protestante, Protestante Digital, ALC Noticias, entre otros). Algunos de sus libros son: Pacto, pueblo e historia. Una introducción al Antiguo Testamento (2007), El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana (2ª ed. España, clie, 2009), Juan Calvino. Su vida y obra a 500 años de su nacimiento (España, clie, 2009), Un Calvino latinoamericano para el siglo XXI. Notas personales (El Faro-cupsa, 2010), Mujeres, dignidad, ministerios: miradas bíblico-teológicas (2011, en prensa) y Renacer. Sermones 2007-2010 (prólogo de Justo L. González, 2011, en prensa).

[1] Fritz Imhof, ed., Cuando las mujeres dirigen las iglesias. Edición abreviada. Berna, Federación de Iglesias Protestantes Suizas, 2007, p. 26.

[2] Ibid., pp. 77-130.

[3] Timoteo Velázquez, “Carta abierta a los hermanos presbiterianos con respecto a la ordenación de la mujer en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México”, en Lupa Protestante, 15 de agosto de 2011, www.lupaprotestante.com/index.php/opinion/2468-carta-abierta-a-los-hermanos-presbiterianos-con-respecto-a-la-ordenacion-de-la-mujer-en-la-iglesia-nacional-presbiteriana-de-mexico.

[4] Ibid., p. 112. 

[5] Cf. R. Radford Ruether, Sexism and God-talk. Toward a feminist theology. Boston, Beacon Press, 1983, pp. 1-11.

[6] L. Russell, op. cit., p. 102.

[7] L. Russell, op. cit., p. 121. Cf. Phyllis Trible, “Bringing Miriam out of the shadow” (Sacando a Miriam de las sombras), en Bible Review, 5, 1, febrero de 1989.

[8] Cf. “Instalación de Karina García, despedida de María Elena Ortega”, 5 de junio de 2011, en Seminario Luterano Augsburgo, www.semla.org/?p=485.

[9]Ibid., p. 105.

[10]Ibid., p. 109.

[11]Ibid., p. 102.

[12]Ibid., p. 95.

[13] Ibid., pp. 107-108.

[14] Ibid., pp. 95-96.

[15] Ibid., p. 96.

[16]Ibid., p. 106.

[17] Cf. Karl Barth, Church Dogmatics. Edimburgo, T & T Clark, 1960 (cit. por Robert E. Culver, “Una postura tradicionalista: ‘Las mujeres guarden silencio”, en B. Clouse y R.G. Clouse, eds., Mujeres en el ministerio. Cuatro puntos de vista. Terrassa, clie, 2005, p. 36), donde luego de 165 páginas dedicadas al tema de los hombres y las mujeres y de referirse a 1 Corintios 11:7-9, afirma: “Este orden básico del ser humano establecido por la creación de Dios no es accidental o aleatorio. No podemos ignorarlo ni minimizarlo. Está fundado sólidamente en Cristo… tan sólidamente centrado en el señorío y el servicio, la divinidad y la humanidad de Cristo que no hay ocasión ni para la exaltación del hombre ni para la opresión de la mujer… Es la vida de la nueva criatura que Pablo describe aquí diciendo que la cabeza de la mujer es el hombre. Gálatas 3:28 sigue siendo válido, a pesar de los exégetas cortos de vista, como los mismos corintios, quienes creían que se trataba de una contradicción” (III/2, pp. 311-12). Énfasis agregado.

[18]Ibid., pp. 120-121.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

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