3 de febrero, 2021
“¡Qué grato es oír por los montes los pies del que trae buenas nuevas, que proclama la paz y el bienestar, que lanza el pregón de la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! Tus vigías lo proclaman a gritos, lanzan vítores a coro, pues ven con sus propios ojos que el Señor vuelve a Sión” (Isa. 52:7-8 BTI)
Hace ya siglos que apareció Jesús de Nazaret lanzando a los cuatro vientos «el pregón de la victoria» diciendo, «el tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en la buena noticia» (Mc. 1:15 BTI). Los publicanos y las rameras, los últimos, actuaron como vigías del gran acontecimiento, «el Señor volvía a Sión» en la persona del Mesías. Ellos y ellas entraban al mundo nuevo de Dios (Reino de Dios) antes que los apegados a la letra de las Escrituras (Mt.. 21:31). El clímax del himno que cantaba el coro formado por éstos últimos, entonó el «crucifícale». Debían deshacerse de ese Galileo que perturbaba su seguridad y prestigio con su pregón.
Hoy, el Resucitado, de nuevo, nos insta a salir de nuestra pesadilla, a vestirnos nuestro traje de gala, ponernos en pie, sacudirnos el polvo que nos cubre y desprendernos de nuestras cadenas (Is. 52:1-3). ¡El Dios de los patriarcas, de los profetas y de Jesús nos ha liberado! Y nos libera a través del conocimiento de la Verdad encarnada en el Nazareno (Jn. 8:32). Verdad detenida durante siglos por la injusticia y la impiedad reinante en nuestro mundo (Ro. 1:18).
Sólo un pueblo liberado, salvado y sanado puede acompañar a otro en su proceso de liberación. Pero debemos reconocer que, en ocasiones, estamos muy lejos de la libertad que los hijos e hijas de Dios debieran experimentar. En más ocasiones de las quisiéramos contar, nos sentimos relativamente cómodos con las cadenas que el «Imperio de la muerte» (Heb. 2:14,15) ha colocado alrededor de nuestros cuellos.
En esta mañana de febrero, vuelve a tronar en los oídos de mi alma el pregón que proclama la paz y el bienestar del mundo nuevo que trae el Dios de Jesús. De ahí que desee participar del coro de vigías que, a voz en grito, lanzan vítores, pues ven en el horizonte de la historia que Dios, nuestro Señor, vuelve a «Sión». Y lo mismo espero de los que me leen. ¡Rompamos, por la fuerza del Espíritu, nuestras cadenas!
Soli Deo Gloria
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