Soy plenamente consciente, al escribir este artículo, que muchos y muchas lectores y lectoras de esta publicación verán el título y seguirán de largo: hay mucho “run-run” fundamentalista alrededor de la palabra “género”. Inmediatamente se la asocia con temas que son demasiado irritantes para el “sentido común” (que de “común” no tiene nada) de la iglesia. Me refiero a: aborto y homosexualidad.
Pues bien, no voy a hablar ni de aborto ni de homosexualidad, pero sí voy a remarcar que el concepto de “género” es mucho más amplio que esos dos temas puntuales, y que los estudios de género no son parte de una conspiración mundial para instaurar un “nuevo orden”, ni una “agenda 2030”, ni para destruir la “familia occidental y cristiana”. Nadie puede obligar a nadie a ser lo que no es, a desear lo que no desea, a hacer lo que no quiere hacer. Me retracto (es una virtud mía, creo: puedo retractarme muy rápido cuando me equivoco): demasiadas veces la iglesia ha obligado a las personas a ser (o parecer) lo que no son, a hacer (cosas que naturalmente no harían) y a desear a quien no les sale de las tripas desear. Pero, al contrario, nunca: todos y todas nos podemos quedar tranquilos y tranquilas. Se es lo que se es, de la cuna a la tumba, por más esfuerzos que se hagan desde la heteronomía a adecuarse a lo que la sociedad, la iglesia, la familia o las instituciones prescriben como lo “normal”, o lo “natural”.
Vamos, pues, al punto, sin más rodeos.
¿Por qué es necesario e incluso imprescindible leer las Escrituras con perspectiva de género? Porque los estudios de género nos han venido a mostrar que hay una injusticia profunda enquistada en la sociedad, una inequidad de derechos, una asimetría de poder, un movimiento permanente de invisibilización, de discriminación y de exclusión de lo diferente, y porque la iglesia, como parte de esa sociedad, no está exenta de esos mecanismos y, lo que es peor, en sus discursos los ha propiciado, los ha alentado, los ha instalado y los ha sostenido, fundamentándolos con la Biblia. La misma Biblia con la que se habla sobre el amor irrestricto de Dios en Jesús, la misma Biblia con la que se habla de salvación, la misma Biblia con la que se habla de justicia y de un Dios bueno. ¿Y cómo puede ser?
Puede ser, porque apalancándonos en el concepto de “inspiración plenaria” y sin profundizar en la necesaria contextualización de esos textos que invocamos como sagrados, y de hecho lo son, leemos literalmente pasajes completos que responden a una coyuntura histórica, cultural, y social determinada, y no solamente eso: también tomamos como “normativos” textos que están culturalmente situados.
Pensemos juntxs: las sociedades antiguas eran profundamente patriarcales y desde ese paradigma se escribió la Biblia. Dejaré algunos ejemplos por aquí para que cada cual piense y reflexione:
-Dios es masculino, y así está descripto, salvo contadas excepciones como aquella de la “gallina y sus polluelos”.
-La Biblia, entonces, habla con voz de hombre.
-Primero ese Dios creó al hombre (¡obvio!), del que “salió” la mujer, y a él le dio la potestad de nombrar todo. La palabra del hombre es creadora y la de la mujer…. Bueno, se dice que “calle”, pero quizás es una casualidad.
-No hay libros en la Biblia escritos por mujeres.
-La historiografía registra solo hombres en los concilios que consagraron el canon del Antiguo (s.I) y del Nuevo Testamento (s.IV).
-No hay registros de mujeres en los concilios que fijaron los dogmas más importantes de la fe cristiana: Nicea, Constantinopla y Calcedonia (en los otros, tampoco ¿no?) y es a través de ese dogma que leemos la Biblia, y no al revés, como debería ser.
-Hay pasajes enteros que asustan porque describen a Dios como un “macho violento” que puede y quiere degradar a la mujer (¿No me creen? Lean Ezequiel 16)
-No hay “apóstolas” entre los 12… Bueno, yo creo que sí las hubo, solo que los escritores eran hombres y no consideraron importante mencionarlo.
-Si leemos Levítico, veremos que se habla mucho de “cosas de mujeres” o de “asuntos de mujeres”. Es verdad. Pero ese Dios que habla no les dice esas cosas a las mujeres. Se las dice a los hombres. No les habla a ellas, les habla a ellos, para que las hagan cumplir sobre ellas. Son prescripciones (cuando se casa, cuando da a luz, cuando menstrúa y por tanto es inmunda). Las mujeres son actoras secundarias de la historia entre Dios y los hombres (¿suena fuerte? Yo no digo que sea así en el amor de Dios. Digo que es así en el texto).
-En Números pasa algo semejante. Pero en el capítulo 5 se habla de una “ofrenda de celos”. Sí. Si el hombre se sentía ofendido por la mujer (si ella se “descarriaba”, así dice, de lo que suponemos que el carril de la mujer era el hombre), el hombre debía hacer una ofrenda y el sacerdote conjuraba a la mujer con “juramento de maldición”, y al hombre lo declaraba “libre de iniquidad”. ¿Y si la “ofendida” era la mujer? Te lo debo.
-Hay dos palabras en la Biblia que se atribuyen profusamente a las mujeres: “estéril” y “ramera”. ¿No me creen? Busquen en sus concordancias.
-A Eva se la recuerda por pecadora y causante del pecado de Adán, a Sara se la recuerda por incrédula (cuando recibió la noticia de su embarazo) y por mala (instó a Abraham a expulsar a Agar e Ismael), a Rebeca se la recuerda como engañadora, a Dalila como pérfida y traicionera, a la mujer de Potifar como “acosadora”.
-Cuando Proverbios dice “mujer virtuosa, ¿quién la hallará?” se entiende: después de describir a las mujeres con esas cualidades, es una obviedad que será difícil hallar a las virtuosas (ya sé, ya sé: tenemos a Rut, tenemos a Ester… Igualmente, las tenemos descriptas por hombres, así que el ejemplo no me sirve). Por otra parte: ¿en qué consiste el virtuosismo de esa mujer que busca el escritor de Proverbios? No hace falta que lo explique, ya lo hemos leído muchas veces.
Podría haber muchos ejemplos más, pero ¿es que, entonces, hay que “podar” la Biblia? ¡No! Solo probar a leerla con perspectiva de género. Es decir, una perspectiva que ponga en su lugar de cultural aquello que es cultural y haga visible ese mecanismo de poder opaco que circula por debajo de los textos y que hemos naturalizado como “divino”. Leer con perspectiva de género es desacoplarnos de la visión patriarcal, machista y misógina habitual en los tiempos en que se escribió la Biblia, pero inaceptable en estos tiempos. Leer con perspectiva de género es advertir que lo cultural no es “inspiración”, sino el “envase” o el “canal” por donde aquello que llamamos “inspiración” fue circulando.
Leer con perspectiva de género, entonces, es visibilizar lo que la Biblia invisibiliza y ponernos del lado de los vulnerables, como repetidamente la Biblia se pone: no solo mujeres, sino también colectivos minoritarios, tanto sexoafectivos como sexogenéricos, con sus múltiples intersecciones.
Afortunadamente tenemos a alguien que parece que ya aplicaba esta perspectiva antes de que los teóricos la formulen y de que los detractores la desprestigien. Acaso por eso mismo se maravilló de la fe del centurión, charló directamente con la mujer samaritana, reprendió a sus seguidores que no querían que la mujer con flujo de sangre (inmunda) lo tocara, se dejó acariciar en ritual por demás erótico por María, mientras llenaba de perfumes y besos sus pies, y acaso por eso mismo se les apareció resucitado primeramente a ellas, las invisibilizadas por los hagiógrafos.