Me encerraron los sin ley.
Me esposaron los odiadores.
Me amordazaron los codiciosos.
Y, si hay algo que sé,
es que un muro es sólo un muro
Y nada más que eso.
Se puede derribar.
(Afirmación, Assata Shakur.(
A principios de mayo un caso que me conmovió profundamente fue la detención de Mariam Yahya Ibraim, una sudanesa cristiana de 27 años a quien el gobierno del dictador Omar Hasan Ahmad al-Bashir condenó a ser azotada y ahorcada tras la acusación de cometer “apostasía” y “adulterio”. Mariam fue encarcelada por estar casada con Daniel Wani, un hombre cristiano nacido en Sudán pero criado en los Estados Unidos. Lo que sabíamos en esos momentos era que para el gobierno, Mariam estaba cometiendo un delito grave por “dejar” el Islam y abrazar la fe de su esposo. En su detención, ella estaba embarazada de ocho meses y fue encarcelada llevándose a su pequeño hijo de menos de dos años. El Tribunal de Orden Público en El Haj Yousif Jartum, presidido por el juez Abbas Khalifa dio un ultimátum: en tres días ella tenía que decidir renegar de su fe y “volver” al Islam, o bien, la muerte. En un escenario así, la indagación internacional llevó a la movilización de organizaciones de la sociedad civil que reclamaban libertad para Mariam, e incluso Amnistía Internacional manifestó: “ella es presa de conciencia”[1].
Entonces el debate sobre los derechos humanos, la libertad de religión y la Ley Islámica de la sharía -gobiernos teocráticos islámicos- en el Medio Oriente (pues Sudán políticamente forma parte de éste) cobró fuerza en la prensa internacional. Yo intentaba seguir cada nota y análisis que se escribía porque quería saber más sobre su situación dentro de la cárcel. Lo que leía estaba, y sigue, muy enfocado en la discusión entre los Tratados Internacionales que ha firmado Sudán, las leyes nacionales que permiten la libertad religiosa, pero que en la práctica opera un tipo de política basada en preceptos islámicos, y los problemas políticos que de fondo se relacionan. Mariam no tendría que “regresar” al Islam pues nunca fue musulmana. Su padre lo fue, pero él dejó la familia cuando ella era una niña; su fe desde temprana edad fue el cristianismo ortodoxo, religión de su madre etíope, aunque antes de casarse con Wani se pasó al catolicismo[2]. Antes de ser acusada y encarcelada, Mariam ejercía como médico, y junto a su esposo se habían hecho de algunos negocios locales: una peluquería, un minimercado y un proyecto agrícola en Gedaref, frontera con Etiopia. Se tienen antecedentes que desde el 2013 un grupo de hombres, que se hicieron pasar como familiares de Mariam, fueron a acusarla por haberse casado con un cristiano, pero la Ley Islámica sharía que entró en vigor en Sudán en la década de 1980, se le aplicó a Mariam hace tres meses.
El caso llegó al climax cuando Mariam tuvo a su hija en la cárcel. Lo que leímos fue que dio a luz con las piernas encadenadas y temió por la vida de su pequeña que, en el futuro tendría, quizás, problemas para caminar. Esto fue lo que más me indignó, porque sí el gobierno ya le estaba negando su derecho de libertad religiosa, ahora en la cárcel a Mariam se le negaron sus derechos reproductivos: tener un parto libre de violencia y en condiciones de higiene. Sus abogados y su esposo no pudieron trasladarla a un hospital privado porque el gobierno no lo permitió. Al saber esto, pensé inmediatamente en otros casos similares de mujeres presas por convicciones políticas que han tenido que dar a luz encarceladas en condiciones nada buenas. Por ejemplo, la ex pantera negra y hoy exiliada en Cuba, Assata Sakhur, quien en la década de 1970 en los Estados Unidos, al ser procesada en varias cárceles como criminal y asesina, dio a luz a su hija de la misma forma que Miriam: encadenada. Aunque tuvo asistencia médica como Mariam, Assata no estuvo mucho tiempo con su hija, pues no se lo permitieron: la cambiaron de cárcel y al no dejarse revisar en la Prisión de Mujeres en la Isla Rikers, las guardias la golpearon, la tiraron al suelo, la encadenaron de brazos y piernas y la arrastaron hasta el Área de Segregación Punitiva y entre otras cosas, la aislaron de las demás mujeres[3].
En el 2012 escuche en Nueva York a una mujer afroamericana pobre, que desde niña había sido violada y sometida al comercio y consumo de drogas por sus familiares, y que embarazada cumplió una condena en la cárcel donde dio a luz a una niña, mientras se encontraba esposada de manos y pies. De ella y de Assata escuché que la esclavitud todavía existe en los Estados Unidos y ésta se vive dentro de las cárceles; al parir con cadenas, ellas no dejan de decir que tales acciones son muestras de odio, racismo y formas de tortura para que ellas piensen que no son nada.
Angela Davis, quien encabeza un movimiento abolicionista de las cárceles en los Estados Unidos, dice algo que bien puede aplicarse a los diversos contextos carcelarios: el castigo y la privación de la libertad es un medio poderoso para desarrollar el miedo[4]. No dudo que Mariam sintió mucho miedo durante su estancia en la cárcel. Pero también creo que en medio del miedo, su fe y confianza en Dios le alentaban. Su hija Maya, quizá es la expresión de la esperanza hecha carne.
En lo que va de año, el surgimiento o consolidación de extremismos religiosos de corte islámico en Libia, Nigeria, Arabia Saudí, Irán, Malasia, Mauritania atentan contra la vida de mujeres y niñas imponiendo sharías. Lo sabemos por los testimonios de sobrevivientes como Malala, quien en su autobiografía nos narra la suerte de miles de mujeres que han experimentado el rigor de la sharía hasta el punto de morir, y por periodistas como la sudanesa Dallia M. Abdelmoniem, que analizó el caso de Mariam[5]. La Ley Islámica, implantada desde la fuerza y la milicia esconde y justifica, en nombre de Dios, abusos y dominios que permean hasta las decisiones más íntimas de las mujeres.
Lo mismo sucede en regímenes “democráticos” o “revolucionarios”, donde militares toman el poder por las armas o por vías de “consensos”. En todos los regímenes políticos que hasta ahora la humanidad ha ensayado, las mujeres parece ser que no son dueñas de su destino, de sus cuerpos, de sus mentes y de sus sueños, donde el terreno de las creencias es un espacio para recrear la vida. Creo firmemente que en este momento histórico la fe y la espiritualidad están jugando un papel fundamental para nosotras las mujeres.
Cuando hemos abrazado una fe que nos permite, desde nuestras actividades cotidianas, un encuentro con lo Sagrado, nuestra dignidad e identidad se van fortaleciendo porque somos capaces en medio del dolor, la pérdida o la guerra cuestionar a Dios sin formalismos. Pero no es fácil vencer el miedo cuando estamos rodeadas de circunstancias que pretenden quitarnos la esperanza.
Seguro que Mariam sintió un dolor indescriptible al saber que dejaría a su esposo paralítico con sus dos pequeños, sin saber qué futuro les esperaría. Pero, también creo que ella desarrolló como nunca una fe que mueve montañas. Por fe, Mariam no negó quién era al decir: “no soy una apostata, siempre he sido cristiana”. También por fe, muchas de nosotras no negamos quienes somos y en lo que creemos, aunque los sistemas religiosos que nos rigen nos digan que estamos equivocadas y que debemos corregir nuestras actitudes y elecciones. Por fe, muchas hemos dado el paso de ser auténticas y asumir las consecuencias de nuestras elecciones en el terreno de las creencias y de nuestra relación con Dios.
Mariam está a punto de dar la vuelta una página de su vida. La presión internacional tuvo efecto: después de tener a su hija, fue absuelta de los cargos, pero al intentar dejar Sudán, la salida le fue negada en primera instancia, por lo que durante un tiempo se refugió en la Embajada de los Estados Unidos de aquel país. Hace una semana ella, su esposo e hijos salieron rumbo a Roma donde se entrevistaron con el Papa Francisco y ahora en familia han viajado a New Hampshire, Estados Unidos, para reunirse con parientes y la comunidad sudanesa del lugar, así como en una iglesia y ONG de las que Mariam formará parte.
Espero que en un futuro no muy lejano Mariam Yahya Ibrahim nos comparta más sobre su experiencia y que su testimonio de autoafirmación y acompañamiento internacional pueda llegar a niñas y mujeres que viven situaciones similares.
Espero que en un futuro no muy lejano las formas de tortura y miedo implementadas para despojarnos de nuestra humanidad ya no surtan efecto; espero que un día no muy lejano ya no se obligue a las mujeres, en nombre de Dios, a negar quienes son. Esa es la tarea que tenemos hoy en día quienes nos hemos comprometido con la fe, la justicia y la esperanza de ver un cielo nuevo y una tierra nueva aquí y ahora.
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[1] Salma Abdelaziz, Catherine E. Shoichet y Ed Payne, “Una mujer es sentenciada a muerte por defender su fe cristiana en Sudán” en, CCN Español, 16 de mayo de 2014. <http://mexico.cnn.com/mundo/2014/05/15/una-mujer-es-sentenciada-a-muerte-por-defender-su-fe-cristiana-en-sudan>
[2] Declaraciones hechas por el padre Mussa Timoteo Kacho, vicario episcopal para Jartum, y confimadas por el abogado de Mariam, Mohanad Mustafa. Ted Thornhill, “My daughter never walk properly” en, Daily Mail (version online), 01 de julio de 2014. <http://www.dailymail.co.uk/news/article-2676747/My-daughter-never-walk-properly-Sudanese-mother-sentenced-hang-converting-Christianity-reveals-doctors-fears-baby-gave-birth-chains.html>
[3] Assata Shakur, Una autobiografía (traducción Ethel Odriozola-Carmen Valle), Argentina, Capitán Swing, 2013, pp. 206-207.
[4] Clara Salvador, “Angela Y. Davis: el ciclón negro” en, ZeroGrados, 23 de mayo de 2014. <http://zerogrados.wordpress.com/2014/05/23/angela-y-davis-el-ciclon-negro/>
[5] Dallia M. Abdelmoniem, “Sudan: Woman apostasy” en, Aljazeeera, 17 de mayo de 2014. <www.aljazeera.com/indepth/opinion/2014/05/sudan-woman-apostasy-2014517102213211469.html>
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