«¡Ordena a los israelitas que sigan adelante! Y tú, levanta tu bastón, extiende tu brazo y parte el mar en dos, para que los israelitas lo crucen en seco” (Ex 14,15b-16).
En unas sociedades tan secularizadas como las nuestras es lógico que la Biblia no tenga nada que ver con la vida de la gran mayoría de la población. Si no tienes canas es difícil que sepas quienes eran por ejemplo Rut y Noemí, y si por alguna razón te suena el nombre de Sansón, es posible que lo confundas con uno de los cuatro fantásticos. Pero si has nacido en una familia cristiana y las historias bíblicas son para ti el pan nuestro de cada día, eso tampoco significa que tus experiencias se vean reflejadas, cuestionadas o interpeladas por ella. Quizás únicamente sea el lugar desde donde justificas legalmente si lo que haces es o no correcto, pero sin que haya ningún tipo de reinterpretación a partir de tu propia experiencia. Tampoco tiene por qué ser fuente de liberación, ya que quizás es como agua estancada en el pantano que otros construyeron, en vez de ser como aquella otra que avanza decidida hacia el mar por un cauce que, en ocasiones, no puede contenerla y acaba siendo rebasado. Sin embargo, hay personas para las que algunos pasajes bíblicos tienen tanto que ver con sus propias vivencias, que son incapaces de leerlos sin verse como protagonistas de lo que en ellos se relata.
La mayoría de personas LGTBIQ estuvimos durante mucho tiempo frente al Mar Rojo, atrapados entre unos poderes que nos querían sometidos y esclavizados, y el temor paralizante que nos generaba un mar que parecía ser el fin del mundo. La huida de Egipto es un texto que tiene tanto que ver con nosotras, que es difícil leerlo sin que algo dentro nuestro se remueva. Esa experiencia opresiva, de no saber hacia donde tirar, de creer que no hay escapatoria, que únicamente podemos elegir entre la esclavitud y la muerte, nos ha dejado una huella tan profunda, que cuando leemos textos como este, sentimos que nos conectamos no solo con quienes vivieron aquella situación hace miles de años -no entro en el debate sobre los hechos históricos que originaron y moldearon el texto-, sino con tantas y tantas otras que lo siguen viviendo hoy. ¿Recuerdas aquel dolor en el pecho, la falta de aire, el temor, la soledad, o el creer que incluso dios te había abandonado a tu suerte? Pues es similar al que tristemente siguen sintiendo hoy otras personas LGTBIQ que viven a nuestro alrededor. Personas que pueden no haber llegado siquiera a la adolescencia pero que, como nosotras no hace tanto, se debaten entre el poder LGTBIQfóbico esclavizante de Egipto y el de la muerte del Mar Rojo.
Podríamos intentar olvidarlo todo, hacer como que aquello no ocurrió, pero de manera inevitable volvemos continuamente a aquel lugar originario donde adquirimos una nueva identidad, la de ser hijos e hijas de un Dios liberador, porque allí recordamos que la dicotomía a la que se nos sigue obligando a escoger todavía hoy, entre esclavitud o muerte, es absolutamente falsa. La elección se da a otro nivel, creer a un dios fundamentalista que únicamente puede vernos como esclavos a los que es necesario someter y castigar por desear la libertad y la justicia, o en un Dios liberador que conoce el dolor de los seres humanos y se pone del lado de quienes lo padecen y en contra de quienes lo infringen. Y esa elección se repite y se repite constantemente en las decisiones que seguimos tomando en nuestro día a día, por eso es importante volver allí constantemente, frente al Mar Rojo, para recordar qué Dios fue el que nos liberó, y cuál el que quería esclavizarnos. “Yo soy el Señor tu Dios, el que te sacó del armario”, nos diría hoy, para después añadir: “No olvides por tanto al inmigrante, a la mujer maltratada, ni al niño vulnerable”.
Y es que es verdad que la muerte no tiene la última palabra, lo sabemos por experiencia propia, el Mar Rojo puede parecer inmenso e infranqueable, pero el Dios liberador es capaz de partirlo en dos y dejar un camino de tierra seca por donde únicamente quienes anhelan la libertad pueden pasar. Por allí cruzamos, caminamos durante semanas, meses, años, maravillados de que la vida se abría paso de forma milagrosa. Y es importante compartir con quienes tenemos cerca que ese camino existe, que hay que atreverse a dar el paso y seguir hacia adelante, que el temor no puede ser la única forma posible para mantenerse con vida. Pero igualmente es importante que nosotros tampoco lo olvidemos nunca, porque las situaciones de opresión, aunque diferentes de aquella, siempre vuelven a repetirse. Vivir liberados exige constantemente decisiones valientes por el Dios liberador, y contra el dios de la opresión. La LGTBIQfobia no ha desaparecido, aunque ya no tenga el mismo poder sobre nosotros que cuando salimos de Egipto. Por eso cada día debemos seguir tomando decisiones valientes que hagan que nuestra vida no se rija por ella, sino por la liberación. Y es que el Señor no solo nos “sacó del armario”, sino que nos “saca de cualquier otro Egipto” cada día, y eso hay que afirmarlo, compartirlo, gritarlo, donde sea necesario.
Vivimos muchos tipos de éxodo a lo largo de la vida, cada uno con características bien diferentes. Pero es importante volver a poner nuestra mirada en aquel que nos cambió para siempre, el que nos proporcionó una existencia que no teníamos, el que únicamente fue posible por la intervención de un Dios que sintió nuestro dolor y actuó para liberarnos. Y al recordar ese éxodo que llevamos marcado a fuego dentro de nosotras, el resto de éxodos podemos afrontarlos de una manera más confiada. El Dios liberador está de nuestro lado. Sabemos que hay personas que todavía están frente al Mar Rojo atemorizadas, incapaces de dar un solo paso y sintiendo que no hay otra vida para ellas. Pero para las personas LGTBIQ que fuimos liberadas, en ese texto estamos nosotras mismas. No podemos leerlo sin ver delante nuestro al propio Moisés alzando su vara y partiendo en dos, por la gracia divina, aquel mar que nos paralizaba. Y en su actualización constante, afirmamos confiadamente que pase lo que pase: “Señor, con tu amor vas dirigiendo a este pueblo que salvaste; con tu poder lo llevas a tu santa casa”. (Ex 15,13).
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