Cuando llegó a mis manos el libro Consejos para las señoras de cierta edad, se me vino al pensamiento un contenido diferente de sus páginas y sonreí. Lo leí y entendí la valentía de su autora, Concha Suárez del Otero, en unos años en los que la mujer sólo servía para servir. He tomado una porción para compartirla esta semana en la que celebramos el “Día Internacional de las Mujeres”.
Hay cerebros débiles, cuyo peso no llega seguramente a los 1.000 gramos —1.200 gramos es la cifra media de un cerebro corriente— y de materia prima pobre en las indispensables proteínas salvadoras, que están siempre dispuestos a ser influidos por el primero que llegue.
Estos cerebros son los más aptos para ser lavados, para barrer de ellos los pocos conceptos que rudimentariamente hubieran aprehendido, y dejarlos listos para la siembra de ideas que interese a alguien cultivar en ellos.
Eso tan horrible de robar a un ser humano algo tan grande y, a veces, tan valioso como sus propias ideas, como su propia personalidad, se hace a todas horas, sin necesidad de acudir a las checas, con la simple propaganda oral, visual o escrita. Todos conocemos a muchas personas que compran un coche, una lavadora, una bebida, un perfume o un libro simplemente porque se vende mucho, sin pararse a averiguar si la causa de esa venta masiva no residirá en una masiva propaganda bien hecha.
Pero, afortunadamente, aún quedan cerebros bien nutridos, bien regados y con buenos ascendientes familiares (la importancia de la herencia es enorme en esto: «¿Cuándo se ha visto un manzano que dé bellotas?», decía un padre, orgulloso de la mentalidad de sus hijos y, por lo visto, de su propia mentalidad) que se resisten a vivir de ideas prestadas, de ideas impuestas, metidas a martillazos son la repetición artera y sostenida.
¡Sé tú de éstos! ¡No te dejes arrebatar tu «yo»!
«Las ideas forjadas, una a una, en mi fragua», leí hace tiempo en un poema que me gustó. Hay que tener fragua, claro, y hay que tener yunque y martillo con que forjarlas… Pero a veces los tenemos y no llegamos a darnos cuenta de ello.
Por eso no me canso de repetirte: Sé tú, amiga mía. Sé tú cuando estés triste: porque te han herido, porque te ha ocurrido una desgracia a ti o a una persona querida, porque te sientes angustiada, inmersa en el dolor de este mundo desquiciado en que vivimos, porque te sientas juzgada erróneamente, o incomprendida en absoluto.
Tomado del libro Consejos para las señoras de cierta edad. Larfe Ediciones, S.A., 1972, Concha Suárez del Otero.
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