Este artículo que ofrecemos hoy para el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, fue originalmente publicado el 15-1-2012 en Protestante Digital.
Es el momento de replantear algunas de nuestras antiguas creencias y tradiciones. Es tiempo de arrepentirnos de haber obstaculizado de una forma u otra la obra de Dios y mal interpretado su Palabra. Es hora de librar a la mujer para que cumpla el llamamiento que Dios le ha hecho. ¡Es hora!
Tomado del libro ¿Por qué no la mujer? Editorial Jucum
En esta historia nos referiremos a los guardianes que custodian hadas que han sido convencidas de que tienen que ser sumisas. Sucede, por desgracia, que a toda mujer poseedora de esta condición, se le suele agregar un custodio que la protege a todas horas y la persuade para que no piense ni actúe con lo que le dicta su propia inteligencia.
Para que el hada no se haga notar y mantenga sus dones ocultos, él la cuida, con tal celo, que la separa aislándola del resto de la comunidad a la que pertenece.
Todo guardián conoce las grandes habilidades del hada y las teme. De ahí que trate de anularlas.
Él escuda sus trajines bajo las órdenes de un gran jefe que sólo está en su cabeza porque es él mismo. Habla en tercera persona para convencer. Inventa sus mandatos para subyugar. Muestra documentación falsa en manuscritos antiguos para crear incertidumbres. Encierra al hada para protegerla, eso dice, se siente responsable de ella y de su entorno. Esconde la llave para que nadie, sin su permiso, acuda a visitarla, le pida consejo, disfrute de su sabiduría. Y ella, porque no sabe actuar de otra manera ni nadie se ha dedicado a mostrarle otra visión, simplemente se deja llevar, a veces, enamorada platónicamente de su carcelero.
En la intimidad, el guardián ofrece al hada muñecas para que entretenga las horas y desfogue sus poderosos dones. Ella se acostumbra a ser feliz de esa manera irresponsable y empieza a confundir ficción con realidades.
Uno de los cometidos de éste es permanecer atento a los modales de su protegida, a las palabras que no debe pronunciar, a su ropa, sus horarios, su comida, sus peinados, sus modas, sus lecturas, sus visitas, sus salidas, sus entradas, su levantarse y su sentarse, sus pensamientos incluso y, sobre todo, su compañía.
El guardián tiene bien claro que si deja al hada en libertad, si la deja caminar a su aire, su labor quedará en entredicho, pues su reputación tiene valor siempre y cuando ejerza bien su dominio férreo.
Toda acción, petición u obra del hada debe pasar por sus manos y ella ha de prometerle que admitirá las prohibiciones que le imponga. Por supuesto, el guardián rechaza cualquier acercamiento ajeno con las terribles explicaciones de que en el hada no hay sabiduría ni fuerza buena, que no es nadie.
Podemos comparar este tipo de actitud con la luz que brilla en un farol, y esta luz está sometida a la voluntad de quien ha decidido gobernarla. El hada sumisa es la luz, tiene los dones en perfecto estado y el guardián se ha apropiado de la facultad de mostrarlos o anularlos, tiene el interruptor, el mando que manda.
Como digo, estos hechos se dan con abundancia. Por los caminos de Dios suelen encontrarse guardianes que, con falsedad, hablan en su nombre y buscan hadas rebosantes de poder para ejercer sobre ellas su cargo y encerrarlas. Por estos caminos, además, hay hadas sumisas que han sido adiestradas de manera que no puedan ejercer su misión de ayudadoras. Recordemos que todo lo afianza el guardián en ese gran jefe que, según él, ordena y manda. Cuando los dos se juntan, cuando ellas, aun estando ungidas, aceptan la presión de los guardianes y consienten en que su propia responsabilidad sea anulada, se pierde la extensión de bendiciones programadas por el Señor, aunque los guardianes autoritarios, ávidos de poder y terriblemente mundanos, traten de lucir su propio endiosamiento con ropas celestes, no celestiales.
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