Posted On 16/08/2024 By In Columna, portada With 371 Views

La confianza, condición necesaria de la libertad | Jaume Triginé

Leemos en el Diccionario de la RAE que la «libertad es una facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos». El tema de la libertad ha hecho correr ríos de tinta. Todavía hoy. Desde sus defensores hasta quienes la niegan, especialmente desde el ámbito de las neurociencias para las que el cerebro no hace otra cosa que reaccionar a los estímulos externos y a la bioquímica neuronal. El campo de la teología no ha sido ajeno a este debate. La dialéctica entre libertad humana y omnipotencia divina ha sido, con frecuencia, tema de controversia. La doble predestinación planteada por el reformador Juan Calvino, que apuntaba al determinismo, y el énfasis en el libre albedrío del teólogo Jacobo Arminio son un ejemplo.

La polaridad con respecto a esta cuestión en el campo científico sigue viva. Robert Sapolsky, profesor de Ciencias Biológicas y Neurología en la Universidad de Stanford, es un exponente actual de un pensamiento determinista incompatible con la capacidad de elección. En cambio, Joaquín M. Fuster, Profesor de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de California, defiende la libertad humana, desde el reconocimiento de sus necesarias bases biológicas y de los inevitables condicionamientos de todo orden.

Esta segunda óptica considera que el libre albedrío y el determinismo no se excluyen mutuamente. Postula que la libertad no puede entenderse en términos absolutos al hallarse condicionada por una serie de factores, de lo que se deriva que las personas tenemos menos capacidad de decisión de la que habitualmente suponemos. El papel de los condicionamientos es hoy innegable, lo que viene a reducir los excesos de optimismo respecto a nuestra capacidad de autodeterminación. Una breve referencia a algunos de ellos será suficiente para percibir su papel en la conducta humana.

Si bien no consideramos la dotación genética en un sentido radicalmente cerrado, sino como potencialidades y limitaciones del futuro desarrollo, es incuestionable la existencia de condicionantes genéticos relacionados, entre otros muchos aspectos, con rasgos de la personalidad que afectarán el tipo de decisiones a tomar. Asimismo, en la etapa prenatal aparecerán nuevas influencias sobre el futuro comportamiento adulto a través de los factores biológicos de la madre, de su estilo de vida y de su estado emocional.

La Psicología Evolutiva evidencia el papel y la significación de la infancia y la adolescencia en la configuración de las estructuras cerebrales responsables de las futuras conductas adultas a través del tipo de educación, los cuidados recibidos o su ausencia, la estabilidad familiar o sus posibles disfunciones, el proceso de socialización, las influencias ambientales y la interiorización de valores.

Nos condiciona nuestra biología. La corteza prefrontal es un área cerebral básica en la toma de decisiones que, a su vez, se halla afectada por todo tipo de información sensorial externa (sentidos) e interna (neurotransmisores) que escapan a nuestro control. La constitución física, los niveles hormonales, la salud o la enfermedad no dejan de ser, también, aspectos facilitadores o limitativos de nuestras decisiones y conductas.

Desde Sigmund Freud, conocemos el papel y el poder del inconsciente individual y como muchas de nuestras conductas obedecen a este desconocido mundo interior a través de nuestra estructura psicológica. Carl Gustav Jung planteó, asimismo, el papel del inconsciente colectivo (patrones universales transculturales) y su vinculación con la conducta humana.

Los condicionamientos sociológicos y económicos no pueden excluirse como factores facilitadores o restrictivos. El actual modelo neoliberal genera muchas diferencias y exclusiones. Escribe el filósofo Josep Maria Esquirol: «a veces, las circunstancias sociales son tan duras y condicionan tanto que esclavizan a las personas». Citando a continuación a la filósofa y activista Simone Weil: «Nada paraliza más el pensamiento que el sentimiento de inferioridad impuesto necesariamente por los golpes cotidianos de la pobreza, de la subordinación, de la dependencia. Lo primero que hay que hacer por ellos es ayudarles a recuperar o a conservar, según el caso, el sentimiento de su dignidad».

En estos últimos años, ha crecido de forma exponencial el número de libros, conferencias, talleres… sobre autoayuda. Su leitmotiv: «si quieres, puedes» apela a la voluntad de la persona y a su potencialidad para superar toda suerte de obstáculos con los que debemos lidiar en la vida. Pero los condicionantes a los que hemos hecho referencia no siempre lo permiten, provocando en la persona un fuerte sentimiento de frustración al constatar que a pesar de los esfuerzos invertidos no se modifican los rasgos profundos de la personalidad, la depresión tiñe de gris (o de negro) el horizonte vital y los problemas con la pareja o los hijos continúan… También sentimientos de culpa al considerar no haber ejercido suficiente énfasis y constancia en el programa, actividades… propuestos por el gurú de turno. La realidad evidencia que no existen fórmulas fáciles para afrontar las situaciones complejas propias de nuestra naturaleza.

Cabe advertir, asimismo, sobre el consejo fácil, por muy bienintencionada que fuere, en aquellos supuestos en los que la orientación corresponde al profesional: médico, psicólogo, abogado, trabajador social… Quizá la mejor actuación sea tratar a las personas, parafraseando a Simone Weil, con dignidad. Como adultos que deben tomar sus propias decisiones, a pesar de los condicionantes de la existencia. Atender, escuchar, acompañar, respetar… serán acciones apropiadas. También ayudándoles a restablecer la confianza, requisito sine qua non, para desenvolverse en la maraña en la que la vida se nos ha convertido. Joaquín M. Fuster la vincula con la cuestión de la libertad. «La confianza en los demás es un principio ético de origen evolutivo que se desarrolla en fases tempranas de la vida con la ayuda de un entorno social confiado y fiable. […] La confianza es indispensable para sobrevivir, y más adelante para adquirir habilidades sociales. En la vida adulta, llega a ser fundamental para el ejercicio de todas las libertades, en la familia, la sociedad, los negocios, las profesiones y el servicio público».

Interesante esta correlación positiva entre la seguridad y la libertad. Nos remite a lo que el psicoanalista Erik Erikson denominaba confianza básica que tiene que ver con aquella actitud personal que permite encarar adecuadamente las situaciones propias de la existencia, lo que incluye nuestras decisiones y que se desarrolla, a través de unas correctas relaciones interpersonales, de manera muy especial durante los primeros años de vida.

La confianza, sinónimo de esperanza, autoestima, determinación, decisión, ánimo…; como contrapunto, pues, a las muchas limitaciones que amenazan la libertad. Joaquín M. Fuster sugiera que esta atmósfera mitiga los efectos de los condicionantes y es un potente punto de apoyo para tomar decisiones en los diversos ámbitos de los que formamos parte. La confianza aporta el ánimo y el aliento para actuar. Escribía Dietrich Bonhoeffer desde la prisión de Berlín-Tegel: «sólo se puede vivir y trabajar realmente con aquella confianza que siempre continuará implicando un riesgo, pero un riesgo alegremente aceptado». La confianza, cuando no es atenazada por las rejas injustas de las cárceles físicas o psicológicas, es una condición necesaria para la toma de decisiones y avanzar en libertad.

Jaume Triginé

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